El presidente Andrés Manuel López Obrador provoca mucha división y rencores. Lo insultan en las calles, es criticado (incluido quien esto escribe) de manera frecuente en los medios, y en las redes sociales es avasallado. Sin embargo, en la otra parte del mundo real, le va muy bien. Según la encuesta de encuestas de oraculus.mx, seis de cada 10 mexicanos aprueban la gestión de López Obrador, y aunque su nivel de aprobación es similar al de Felipe Calderón al cumplir su segundo año de gobierno, el contexto en el que se dieron ambas mediciones es diferente. Para el desastre en resultados de López Obrador, el apoyo que tiene es excepcional.
En estos dos años ha tenido una caída en todos los rubros, no consecuencia de la pandemia del coronavirus per se, sino resultado de políticas públicas fallidas y decisiones a partir de sus filias y fobias, y diagnósticos a partir de sus propias limitaciones analíticas y, con todo el respeto que merece, de su ignorancia. López Obrador, fenomenal político intuitivo, carece de recursos intelectuales para entender su entorno, el país y el mundo. Tampoco tiene un equipo con ética institucional que se le enfrente y le diga lo equivocado que está. El chambismo futurista, la ideologización y la incompetencia, lo acompañan en este naufragio.
Como gran botón de muestra, el crecimiento cayó de más de 2% en 2018 a 0%. López Obrador deshidrató la economía para engordar sus programas sociales-electorales. Para financiar sus caprichos y obras de su imaginación –la refinería, el tren y el aeropuerto-, redujo salarios en el sector público, recortó presupuestos –en varias secretarías no había ni papel higiénico en los baños-, porque los 500 mil millones de pesos que decía estaban escondidos en la tesorería producto de la corrupción, aún no los encuentra.
El draconiano recorte produjo una dramática caída en el gasto de salud, donde se redujeron prácticamente todos los servicios médicos de prevención y atención oportuna de enfermedades en un 21%, y provocó que más de ocho millones de menores no recibieran vacunación, cuyas consecuencias en enfermedades y decesos se contabilizarán en poco tiempo.
Su hostilidad contra inversionistas privados ocasionó la fuga de más de cuatro mil millones de dólares, con lo que el costo financiero de la deuda del sector público se elevó a 1.35 billones de pesos, que pagaremos todos los mexicanos. La recaudación que tanto presume el Presidente, es la más baja de los últimos cinco gobiernos, y es el único país de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico que lleva seis trimestres de contracción económica.
Los homicidios dolosos siguen al alza y este año terminará como el más sangriento en la historia del país. La conflictividad social se ha extendido por todo el país. Están los que llevan años protestando, como la disidencia magisterial y los normalistas, a los que se le han sumado grupos afectados por sus políticas, que eran apolíticos, como las madres que protestaron por la cancelación de las estancias infantiles sin proponer una sustitución –al DIF le dieron cero pesos en el presupuesto-, los padres de los niños con cáncer porque no tienen medicinas, o los enfermos de sida, en la misma situación.
El empleo formal es terrible, 555 mil plazas perdidas en estos dos años, contra 1.5 millones creadas con Peña Nieto y 2.3 millones con Calderón. Los gasolinazos de ellos dos son significativamente menores que los realizados durante el primer bienio de López Obrador. Ese Impuesto Especial sobre Producción y Servicios, a los cuales se sigue refiriendo el Presidente como un cáncer del neoliberalismo, le han dado a él una tercera parte del IVA y la quinta parte del Impuesto sobre la Renta. Sin este impuesto, los problemas económicos serían peores. Si uno ve la realidad de los datos con la aprobación de López Obrador, sus números asombran. ¿Con 10 millones más de pobres este año, cómo está tan bien evaluado? Si ha pauperizado al país, ¿qué ven esos 6 de cada 10 mexicanos que le aplauden?
La encuesta de aprobación presidencial de Buendía&Laredo le da un acuerdo nacional de 64%, que es formidable a dos años de su gobierno donde todas las variables políticas, sociales y económicas le son adversas o son un desastre. De su Plan de Desarrollo, sólo el 6% de las metas se ha cumplido. López Obrador tendría que estar en una picada vertical, pero no lo está. Más aún, recuperó sus niveles de aprobación previos a la pandemia.
Lo que muestra la encuesta es que el discurso de contraste con Peña Nieto le da muy buenos resultados. Hablar generalidades sobre la corrupción sigue teniendo un impacto considerable, a la cual se le alimenta todos los días en la mañanera, un ejercicio propagandístico eficaz. Otra variable que explica la aprobación son los programas sociales. En la encuesta, el 40% afirmó que la entrega de dinero es lo mejor que ha hecho López Obrador, particularmente los adultos mayores.
Mientras siga extrayendo dinero de donde sea para regalarlo, López Obrador mantendrá sólida esa aprobación. Cuando deje de tener recursos para ello, es probable que otras variables que hoy juegan a su favor, como la corrupción del pasado, se conviertan en un búmeran y se le empiece a reclamar sobre la corrupción de su familia y de su gobierno.
Algo de ello empieza a notarse, como refleja la encuesta de Buendía&Laredo, donde la percepción de que el país va por buen camino se encuentra en el punto más bajo del sexenio, y uno de cada cinco que antes tenía una buena opinión de López Obrador ya cambió su percepción. Sin embargo, para que se desplome su aprobación, por lo que sugieren los números en las encuestas, todavía falta un buen tiempo. La inteligencia emocional de los mexicanos le sigue dando carta blanca al no cuestionarlo ni revisar los datos.