«Follé muy a gusto con tu marido». Eso le dijo una mujer desde la ventanilla del camión a la amiga que fue a dejarla a la central de autobuses. La amiga le dio las gracias y le hizo un cariñoso gesto de despedida. Ya en marcha el autobús la pasajera que iba al lado de la mujer le preguntó llena de asombro: «¿Cómo pudo usted decirle a esa señora que folló muy a gusto con su esposo?». Respondió la otra: «Aquí entre nos el tipo es un pésimo amante, pero no quise apenar a mi amiga delante de la gente»… En el lecho nupcial el arrobado novio le habló con emoción a su flamante mujercita: «¡Vida mía: me enamoran tus cabellos, tu frente, tus ojos, tus mejillas, tus labios, tu cuello, tus hombros, tus brazos y tus pies, que tienen la suavidad del terciopelo y la blancura del marfil!». Comentó la muchacha: «Te saltaste lo mejor»… Las recientes designaciones hechas por López Obrador ponen en evidencia ya sin lugar a dudas que el Presidente no quiere tener junto a él profesionales: busca más bien tener incondicionales. Los nombramientos que hizo recayeron en personas que claramente no tienen ni la preparación ni la experiencia necesarias para desempeñar los cargos que ahora ostentan. Esas improvisaciones dañan al país y ponen en riesgo el prestigio de quienes aceptan dichos puestos. Feo calificativo es el de chambista, que en México se aplica a quien ocupa una función para la cual no está capacitado, sólo por el interés de cobrar una mesada o estar dentro del círculo próximo al poder. Tal especie de funcionarios recibe en español castizo un feo nombre: pancista. Desde luego en estos casos más culpa tiene el que designa que la persona designada, aunque ésta ponga entre paréntesis la honestidad, tan decantada por López Obrador, al aceptar un cargo para el que se sabe sin las cualidades necesarias. Eso, aunque AMLO no lo advierta, es también una forma de corrupción. A menudo López Obrador pone como ejemplo de presidente bueno a Juárez. Pues bien: cualquiera de los ministros que formaron el Gabinete de don Benito era mejor que él en todos los sentidos: más culto, más preparado, más conocedor que el Presidente de los asuntos de su competencia. Hay un principio de administración que desde luego no es aplicable en este caso —lejos de mí tan temeraria idea—, pero que otros empleadores —y otros empleados— harían bien en tomar siempre muy en cuenta. Ese principio dice: «Los jefes de primera escogen colaboradores de primera. Los jefes de segunda escogen colaboradores de tercera». Tal principio está como para pensarse… El vecino de don Languidio se sorprendió al verlo correr por la calle en una mañana gélida y lluviosa. Lo más extraño era que el provecto señor que no llevaba pantalón ni calzoncillo. Le preguntó la razón de eso. Explicó don Languidio: «La idea es de mi esposa. Hace unos días salí a correr sin bufanda en una mañana como ésta, y el cuello se me puso duro y rígido»… El joven Libidiano tenía un problema grave: al ir a la cama experimentaba una tumefacción de entrepierna que no lo dejaba dormir. Un médico le aconsejó: «La autosugestión puede servirle para evitar ese inconveniente. Ya en la cama dígale usted una y otra vez a la aludida parte: ‘Duérmete… Duérmete…’. Ese procedimiento hipnótico hará que la tumefacción desaparezca». Aquella misma noche Libidiano puso en práctica el consejo. Dirigiendo sus palabras hacia abajo comenzó a decir: «Duérmete… Duérmete…». En eso sonó el teléfono. Una amiguita le llamaba para decirle que estaba en camino a su departamento para pasar con él un agradable rato. De inmediato Libidiano le habló a la parte que tenía ya dormida: «¡Despiértate rápido! ¡Despiértate!»… FIN.
MIRADOR
La sequía se ha prolongado mucho. Tal es la especialidad de las sequías: prolongarse.
Yo rezongo al ver el campo ardido y el cielo sin promesas. Don Abundio me vuelve a la razón:
— Licenciado: lo hace quien puede.
El mismo que ha quitado, me dice, no tardará en dar.
Yo no tengo la paciencia del viejo, ni su sabiduría. Carezco igualmente de su esperanza y de su fe. Así como ha visto otros vientos y otras tempestades, él ha visto también otras sequías, y sabe bien que pasarán.
Vendrán las lluvias —siempre vienen— y olvidaremos los días de secano. Rezongar, por lo tanto, es cosa inútil. Aun los mayores rezongos no traen una gota de lluvia.
Salimos al camino. El aire que baja de la sierra se revuelve en espirales de polvo. Todo a nuestro alrededor es color ocre, el color de la sequía.
Don Abundio ya no habla.
Yo no rezongo ya.
A lo lejos ha aparecido una pequeña nube.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
«… Llegará pronto la vacuna contra el coronavirus…».
Desde ahora sospecho yo
—sin que conste en el papel—
que el doctor López-Gatell
va a decir que él la inventó.