Rosilita dijo en la mesa una mala palabra: «pendejo». Ese vocablo sirve para designar también al pelo que nace en la región púbica, pero en esa acepción la voz es poco empleada. El papá de la pequeña la reprendió paternalmente. Le advirtió que los niños y niñas que usaban malas palabras terminaban por regla general en la Cámara de Diputados. Seguidamente le pidió que le prometiera que no volvería a decir la palabra que había dicho, promesa a cambio de la cual le dio 10 pesos. Esa tarde Rosilita le comentó a su papá: «Le conté a Pepito lo que me pasó contigo, y me enseñó varias palabras de 100 pesos»… Don Algón, salaz ejecutivo, le hizo una proposición indecorosa a Dulcilí, mujer casta y honesta. «No puedo hacer lo que me pide —rechazó ella al lúbrico galán—. Tengo valores». «Y yo tengo bonos y acciones —replicó don Algón—, pero no creo que nuestras inversiones deban influir en esto»… Acaba de salir al mercado una nueva píldora potenciadora para varones de madura edad. Tiene un inconveniente: si te la tomas muy despacio se te endurece el cuello. Entre los muchos santos que tiene el santoral me gusta San Martín Caballero, por honrado. Lo vemos en sus estampas cuando está partiendo en dos su manto con la espada para darle la mitad a un pordiosero. «Debió dárselo todo», dirá un purista de la caridad frunciendo entre otras partes de su cuerpo el ceño. No podía hacer tal cosa, pues solamente la mitad del manto le pertenecía. La otra mitad era ajena, y no podía disponer de ella. Sucede que los soldados romanos pagaban la mitad de su uniforme; el resto lo pagaba Roma. Así las cosas, San Martín regaló solamente lo que era suyo; dar lo demás habría sido dar algo robado. Otro santo me gusta: San Nicolás de Tolentino, éste por milagriento, como dicen sus devotos. En el curso de un banquete uno de los invitados negó la doctrina de la resurrección de la carne. San Nicolás hizo un movimiento de su mano, y la perdiz que el incrédulo se disponía a comer cobró vida en el plato y salió volando. (El santo compartió luego su perdiz con el incrédulo, pues los escépticos con hambre se vuelven más escépticos aún). Entre todos los santos, sin embargo, mi favorito es San Francisco de Asís, el más santo de todos los poetas, el más poeta de todos los santos. Siempre que enciendo mi computadora para escribir mis artículos leo la primera frase de la oración que al Poverello se atribuye: «Señor: haz de mí un instrumento de tu paz…». San Panchito —así se le llama con cariño a San Francisco en México— solía decir que el mejor predicador es Fray Ejemplo, y exhortaba a los suyos: «Prediquen, hermanos, aunque sea con la palabra». Digo todo esto a fin de señalar que López Obrador tendría que ser el primero en dar ejemplo de cuidado ante el coronavirus, para lo cual debería usar el cubrebocas como mínima precaución ante el peligro de ser contagiado o contagiar. No hace tal cosa, y con eso propone un mal ejemplo, lo cual no habla bien del dirigente de una nación. López-Gatell debería inducir a AMLO a emplear ese medio preventivo, el cubrebocas, pero es muy difícil que el valet aconseje a su señor. Seguiremos viendo, entonces, ese mal ejemplo. Y muchos malos ejemplos más seguiremos viendo en López Obrador… ¿Cuántos años tendría don Cucurulo? Pienso que pasaba ya de los 80. Es explicable entonces que su esposa, doña Pasita, se asombrara al verlo muy amartelado con la joven mucama de la casa en el cuarto y el lecho de la fámula. «¡Cucurulo!» —le dijo al mismo tiempo sorprendida e indignada—. ¡No te creía capaz de hacer esto!». Respondió muy orgulloso el valetudinario con una gran sonrisa de satisfacción: «¡Y dos veces!»… FIN.
MIRADOR
Este hombre soñó que había escrito una canción.
Era una hermosísima canción, la más bella que el hombre había escuchado en su vida. Ni un aria de Mozart ni un lied de Schubert tenía su belleza.
Por desgracia cuando despertó no pudo recordar la melodía. Por más esfuerzos que hizo le fue imposible traerla a la memoria, y menos aún a la partitura.
Pasó el resto de su vida tratando de recordar la canción que había soñado. Nunca más pudo acordarse de ella.
Los años transcurrieron, y finalmente murió el hombre. Se sorprendió al verse en la morada celestial. Entonces oyó un canto de ángeles. Exclamó arrobado:
— ¡Es mi canción!
El buen Señor le dijo:
— Por ella estás aquí. Todo el que hace una bella canción tiene un lugar en mi casa.
En la eternidad el hombre ya no olvida su canción.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
«… Dentro de 20 años, la mitad de la población de Estados Unidos hablará en español…».
Aquí vamos al revés:
en 10 años a lo sumo
todo México, presumo,
estará hablando en inglés.