Tres recién casados hablaban de sus respectivas experiencias en la noche de bodas. Se jactó uno: «Yo le hice el amor a mi mujer tres veces». Declaró el segundo: «Yo dos». El tercero no decía nada. «¿Y tú? —le preguntaron—. ¿Cuántas veces le hiciste el amor a tu esposa en la noche nupcial?». Respondió: «Una vez». «¿Sólo una vez?» —se burlaron los amigos. «Sí —confirmó el otro—. Es que ella no estaba acostumbrada»… Doña Panoplia de Altopedo, dama de sociedad, vio en el escaparate de una joyería un espléndido anillo de brillantes. Entró y le preguntó al joyero: «¿Puedo separar este anillo con un pequeño anticipo en espera de que mi marido haga algo que sea difícil de perdonar?»… Lord Feebledick fue en compañía de su montero a cazar perdices en el bosque de su extensa finca. De pronto, su perro pointer señaló algo en la clásica postura de los canes de su raza: el cuerpo tenso, adelantada la cabeza, la pata derecha flexionada. El perro no estaba mostrando una perdiz: apuntaba a una pareja que sobre el mullido césped se entregaba al más antiguo rito natural. Milord reconoció a los bucólicos amantes: eran su esposa, lady Loosebloomers, y Wellh Ung, el pelirrojo mocetón encargado de la cría de faisanes. Tomó puntería Feebledick y con su escopeta belga le disparó una perdigonada al follador. Saltó el infiel empleado y echó a correr agarrándose las posaderas al tiempo que gritaba lastimeramente: «Aj mômylyn! Aj mômylyn!», expresión que en dialecto del bajo gaélico quiere decir: «¡Ay mamacita! ¡Ay mamacita!». El montero felicitó a lord Feebledick: «Magnífico tiro, milord. Y eso que el blanco se estaba moviendo mucho»… Don Cárcamo, señor que se acercaba al «arrabal de senectud» al que se refirió Manrique en sus doloridas coplas, suspiró con acento pesaroso: «Cada día el trabajo me da menos placer, y el placer me cuesta más trabajo»… El manejo de la pandemia por parte de la 4T y su pregonero ha sido tal que, según se ven las cosas, el ya tristemente célebre semáforo pasará de rojo a muy rojo, y de ahí a rojísimo. El mal ejemplo puesto por López Obrador, quien por soberbia o tozudez —o por ambas cosas— se niega a utilizar el cubrebocas, ha hecho que miles de sus adeptos lo imiten, y que piensen, al igual que su caudillo, que el coronavirus les hace lo que el aire a Juárez, a quien el único virus que lo contagió fue el del poder. Los mexicanos somos valentones: «A mí las calaveras me pelan los dientes»; «De algo me tengo que morir»; «Si me toca aunque me quite; si no me toca aunque me ponga»; «Si nos vamos a morir ya vámonos enfermando». Tal actitud es causa de que la mortalidad por la epidemia vaya en aumento en vez de decrecer. Evitemos que la Navidad y el Año Nuevo sean pretexto para fiestas o reuniones numerosas que puedan provocar contagios. Ante el mal que nos amenaza tengamos paciencia y prudencia… Don Avaricio Cenaoscuras era el hombre más agarrado —esto es decir más cutre, cicatero y ruin— de la comarca. Cierto día, mal de su grado, fue a consultar a un médico, pues se sentía desguañangado, débil. En el curso del interrogatorio clínico el doctor le preguntó: «¿Cuántas veces por semana hace usted el amor?». «Seis veces —contestó don Avaricio—. Tres con mi esposa y tres con la mucama». «He ahí la causa de su agotamiento —dictaminó el galeno—. En adelante deberá usted abstenerse de tener trato con la fámula». «¡De ninguna manera! —protestó el avaro—. ¡Prefiero dejar de tener relaciones con mi esposa!». «¿Por qué?» —se sorprendió el facultativo. Explicó don Avaricio: «Porque si no le hago el amor a la mucama ella va a querer que le pague»… FIN.
MIRADOR
«El padre Pantoja está que se antoja».
Eso decían las muchachas iglesieras de Saltillo cuando el joven presbítero Pedro Pantoja Arreola llegó a ejercer su ministerio en mi ciudad.
En efecto, el novel sacerdote era muy guapo. Alto y bien plantado, más parecía galán cinematográfico que cura. Su vocación, sin embargo, era servir a los demás, y a eso dedicó su sacerdocio.
Se dio en cuerpo y alma al cuidado y defensa de los pobres y necesitados. Para ir hacia ellos no esperaba a que hubiera cámaras y micrófonos. Su labor fue callada, silenciosas. Cuando le entregaban algún reconocimiento a su labor lo recibía como a pesar de él mismo.
Fundó varias casas de ayuda a los migrantes, y por eso fue objeto de hostigamientos y amenazas. Eso jamás lo amedrentó. Hasta el final ungió a su prójimo con el santo sacramento de la bondad humana. Llevó los últimos consuelos de la religión a muchos enfermos del coronavirus. Quizás ahí se contagió, y este pasado viernes murió víctima del mal.
El padre Pantoja hizo mucho bien. Jamás será olvidado.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
«… Nuestra economía está prendida con alfileres…».
Sobre eso, según entiendo,
hay bastantes pareceres.
Y mientras, los alfileres
uno a uno van cayendo.