El novio de Glafira, la hija de don Poseidón, fue a pedir la mano de la joven. Le preguntó el señor: «¿Ya tiene usted departamento o casa?». Respondió el pretendiente: «No». Inquirió, severo, el genitor: «Y entonces ¿dónde la va a poner?». «Donde siempre —contestó el novio—. Para eso no hemos necesitado casa ni departamento»… Doña Panoplia de Altopedo, dama de sociedad, hizo una visita a la prisión local como parte de su voluntariado. Le preguntó a uno de los reclusos: «¿Por qué está usted aquí, buen hombre?». Respondió, triste, el sujeto: «Porque no me dejan salir, señora»… El papá del estudiante llegó temprano en viaje de negocios a la ciudad donde su hijo cursaba sus estudios. Decidió hacerle una visita sorpresa, de modo que tomó un taxi y se dirigió al domicilio que el muchacho le había dado, en el cual vivía con varios de sus compañeros. Eran las 7 de la mañana cuando el visitante llamó a la puerta. Nadie abrió, de modo que siguió llamando. Una voz somnolienta se escuchó desde la ventana del segundo piso: «¿Qué se le ofrece?». Preguntó el señor: «¿Aquí vive Leovigildo Patané?». «Sí —respondió el de la ventana—. Déjelo en el jardín. Al rato vamos a recogerlo»… Don Chinguetas le exigió a su esposa Macalota: «¡No te expreses mal de mi amiga Loretela! ¡Es una mujer de letras!». «Ya lo sé —replicó secamente la señora—. De cuatro»… Los reyes del absolutismo tenían una característica muy particular: eran absolutos. Declaración de Perogrullo parece ésa, pero no lo es. En su sentido más cabal el término «absoluto» significa «absuelto», vale decir libre. Los monarcas absolutistas lo eran porque se sentían ilimitados, libres de cumplir las leyes que a los demás obligaban. Tal ha sido y sigue siendo la postura de López Obrador y de su paniaguado López-Gatell ante la amenaza del coronavirus. Todos debemos usar cubrebocas; ellos no. Debemos encerrarnos en la casa; ellos pueden salir de gira o a pasar unos días en la playa. Conducta soberbia es ésa, e insensata. El viejo líder y su inmaduro protegido actúan como si la epidemia no se refiriera a ellos, como si ambos estuvieran más
allá del mal y del mal.
Su deplorable ejemplo es pernicioso; a él se puede atribuir en buena parte la actitud de displicencia que muchos integrantes del pueblo bueno y sabio muestran ante los graves riesgos que presenta la pandemia. No se equivocará quien califique de absolutista a AMLO. Predica el respeto a la ley y al mismo tiempo se aparta de ella o la transforma a fin de hacer que sirva a sus designios. Tiempos absolutistas son los que vivimos. Y ya veremos cómo ese absolutismo se irá volviendo cada día más absoluto… El inspector escolar le preguntó a Pepito: «¿Cuántos son 9 por 9?». Al punto respondió el chiquillo: «81». Dijo el inspector: «Bien». «¿Cómo que bien? —se exasperó Pepito—. ¡Perfecto, cabrón!»… La esposa de don Cástulo, hombre de costumbres morigeradas, le comentó a una vecina: «Mi marido no fuma, no bebe, no anda con mujeres, no se desvela con amigos… ¡Vieras lo que batallo para encontrar un pretexto para pelear con él!»… El magnate empresarial le preguntó, molesto, a su linda y pizpireta asistente: «¿Quién te dijo que sólo porque he salido contigo tres o cuatro veces puedes hacer en el trabajo lo que te dé la gana?». Respondió ella con una sonrisa: «Mi tío el abogado»… El explorador cara pálida y su fiel guía piel roja cabalgaban por una extensa llanura del Oeste. De pronto el indio bajó de su caballo y pegó el oído a la tierra. Seguidamente declaró, seguro: «Búfalo vino aquí». Preguntó, intrigado, el explorador: «¿Cómo lo sabes?». Replicó el piel roja, escueto: «Cachete mojado»… FIN.
MIRADOR
El joven padre le señalaba a su hijo de 5 años el perfil de la montaña y le decía:
— Mira: es el cortejo de los Reyes Magos. Hoy en la noche llegarán.
El pequeño miraba en lo alto de la sierra el perfil de los árboles lejanos y, en efecto, veía en ellos claramente la silueta del elefante, el camello y el caballo, y le parecía que podía tocar ya los dones que para él traían los mágicos visitantes venidos del Oriente.
Amanecía la mañana, y en una silla junto a su cama el niño hallaba los regalos que los Reyes le habían dejado. Eran humildes sus obsequios: una pelota de hule, un carrito de hojalata, una bolsita de dulces… A él, sin embargo, le parecían tesoros, y corría a mostrarlos a sus padres. Ellos los veían, igualmente sorprendidos y extasiados. Decía el niño, jubiloso:
— ¡Qué buenos son los Reyes Magos!
Sonreían los papás:
— Es que te has portado bien.
Esta mañana, al despertar, el hombre halló un regalo: el de la vida. Lo miró, extasiado y sorprendido, y supo que tenía en sus manos un tesoro.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
«… Ya superamos la crisis económica, dice un vocero oficial…».
Salimos, gracias a Dios,
de esa crisis singular.
(Algo se debe aclarar:
es la del 92).