Los recién casados decidieron pasar la noche de bodas en un hotel de la ciudad, pues al día siguiente tomarían el avión para ir a su viaje nupcial. El recepcionista del hotel le dijo al novio: «Su habitación es la 210». Intervino la desposada: «Que te dé otro cuarto. En ése la cama rechina mucho»… Los antiguos griegos tenían una institución política muy útil: el ostracismo. Era una forma de destierro que se aplicaba a cualquier ciudadano cuya conducta hiciera pensar que eventualmente podría poner en riesgo la paz y el orden públicos. Se llamaba así, ostracismo, porque los votos a favor o en contra de aquél cuyo destierro se pedía eran inscritos en conchas o veneras de ostras. Anécdota de paso. Alcibíades iba a ser objeto de ese exilio. La votación estaba empatada; faltaba un solo voto para decidir si se le aplicaría el destierro o no. Alcibíades se dirigió a su casa a esperar el resultado del proceso. En el camino encontró al individuo que no había votado. Era un campesino analfabeto que, sin conocer a Alcibíades, le pidió que escribiera por él en su venera el sentido de su voto. El ateniense le preguntó cuál era. Le dijo el zafio: «Pido que Alcibíades sea desterrado». Así lo escribió él, y en consecuencia fue al exilio. Es una pena que en Estados Unidos no exista el ostracismo. Si lo hubiera seguramente se le impondría a Trump, que representa ahora la amenaza mayor contra la democracia y las instituciones democráticas del país vecino. Soberbio es ese hombre, vanidoso y pagado de sí mismo. Tengamos por seguro que no se resignará a quedarse con la estaca —que no espina— adentro. En adelante se aplicará por entero, y aplicará todos sus recursos, a la tarea de reivindicar su imagen. Él mismo lo dijo ya a sus partidarios: «Nuestra aventura apenas comienza». Imposible es adivinar qué hará —¿un nuevo partido político?; ¿un movimiento de derecha extrema?—, pero ya se puede decir que Trump constituye un peligro para Estados Unidos. Hay cientos de miles de extremistas dispuestos a seguirlo, a acatar sus consignas. Se vio en la desatentada toma del Capitolio por sus estúpidos partidarios. Sucede, hay que decirlo, que el Ku Klux Klan no ha muerto. En muchos norteamericanos de baja condición económica y social viven y laten todavía los sentimientos racistas, xenófobos y burdamente nacionalistas que alentaron en la peor época de Estados Unidos, y que Trump revivió. Todo indica que el vencido no se dedicará a jugar al golf, ni a la mera atención de sus negocios. Está profundamente herido por su derrota; sabe que hoy por hoy se le mira como uno de los más nefastos personajes en la historia de su país, traidor a los principios básicos de la nación. Se empeñará en revalidarse, cosa imposible de lograr pero que buscará conseguir a toda costa. Trump será una piedra en el zapato de Joe Biden, a menos que los extremistas seguidores del torpe magnate recapaciten y lo dejen solo. En todo caso ahí están las instituciones de Estados Unidos, y sus leyes, para frenar cualquier nueva intentona radical. No hay ostracismo en el país vecino, pero en él sí impera la legalidad, y las instituciones son más fuertes que los individuos, por poderosos que sean. El ostracismo moral, el desprecio de los ciudadanos conscientes y la condena de la Historia son el destino final que aguarda a Donald Trump… Pepito le hizo una pregunta a su mamá: «¿Cómo nacimos mis hermanos y yo?». «Bueno —sonrió la señora—. A ti te trajo la cigüeña; tu hermanito vino de París y a tu hermanita la encontramos en el cáliz de una rosa». «¡Joder! —profirió Pepito, exasperado—. ¿Qué mi papá no sabe follar?»… FIN.
MIRADOR
La antigua calle de Santiago, en el Saltillo, donde se halla la casa que fue de mis abuelos y mis padres, está llena de leyendas.
En esa finca de fachada austera y recios ventanales vivió María Asunción Landívar, cuyo novio murió a manos de bandidos que lo asaltaron en el camino de San Luis cuando venía a desposarla.
Un amigo del muerto trajo la tristísima noticia, y recogió en sus brazos a Chonita, que perdió el sentido cuando oyó la fatal nueva.
Luego de unas semanas el fantasma del desaparecido empezó a aparecer a media noche. Se detenía en la reja donde en tiempo feliz charlaba con su prometida. Los vecinos, temerosos, apagaban la luz y se metían en sus alcobas.
Tiempo después se supo la verdad. El tal fantasma era el amigo del novio muerto, que se había enamorado de Chonita a primera vista, y ella de él por lo menos a segunda.
Se casaron.
No sé si fueron felices, pero se casaron.
Y para la historia ése es suficiente final.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
«… Es posible que AMLO haga embajador a López-Gatell…».
Resultaría apropiada
una embajada para él,
pues ahora López-Gatell
francamente va embajada.