Cada vez más y más padres de familia, quizá influenciados por la urgencia gubernamental, están pidiendo con más insistencia que los niños y los jóvenes regresen a las aulas, esto a pesar de que la pandemia provocada por el coronavirus no sólo sigue activa, sino a un paso de vivir un tercer rebrote que, de acuerdo a expertos y a la mismísima Organización Mundial de la Salud, puede ser más mortífera que las dos primeras.
Cierto es que a muchos esto puede parecer un despropósito y una auténtica temeridad, pero también es absolutamente verdadero que el daño provocado al aprendizaje es descomunal. Cuando se ve el tamaño del vacío educativo aplicado en los países latinoamericanos, evidentemente es tentador hacer todo lo necesario para provocar un regreso masivo a clases… incluso a pesar de que eso podría empeorar muchísimo más las cosas.
Es cierto que no era previsible casi nada de lo que nos está pasando, pero también que hay muchos estudios que muestran las devastadoras consecuencias de la pandemia en los niños, y particularmente, y con más fuerza, en los adolescentes. Son resultados que requieren una profunda reflexión y adoptar una serie de medidas para no lastrar más el futuro de los jóvenes.
Por eso, el Podcast de @elreportero dará un repaso sobre las verdaderas repercusiones que tiene la pandemia sobre la salud mental de los adolescentes.
No hace falta recordarlo, pero más vale recordarlo: la principal medida para evitar el contagio de la covid-19 en todo el mundo ha sido el aislamiento y el distanciamiento social. Así, desde el 14 de marzo del 2020 cerraron escuelas, institutos y centros deportivos en nuestro país. Estas circunstancias han afectado a toda la población, pero parece que son los niños y los adolescentes (junto a los ancianos), los más vulnerables. lamentablemente, el tema de la supervivencia, la falta de empleo, el cierre de empresas y los efectos desastrosos sobre una economía que ya de por sí iba a la baja nos han distraído de un tema que tiene que ver ni más ni menos que con el futuro de nuestros propios hijos, porque la prevalencia de síntomas psicológicos (estrés, ansiedad, tristeza, adicciones) y de trastornos mentales entre la juventud han crecido de manera exponencial.
En comparación con los adultos, las consecuencias adversas de la pandemia en la salud mental de los adolescentes pueden ser más prolongadas e intensas. Su impacto depende de varios factores: su edad, su situación educativa, la existencia de discapacidades, sus antecedentes de trastornos mentales, el bajo nivel social, las enfermedades de los padres –incluida la covid-19– y el grado de estructuración y cohesión familiar.
Las manifestaciones psicológicas más frecuentes en los adolescentes son las tentativas de suicidio, los problemas de la conducta alimentaria y los cuadros depresivos con predominio de irritabilidad e incapacidad para disfrutar de las cosas con las que antes disfrutaban.
Las principales causas de esta crisis se deben a que la familia, la escuela y los amigos han perdido el efecto que facilitaba el manejo emocional de los jóvenes.
La pérdida de las costumbres y rutinas familiares, la ausencia del entorno estructurado de la escuela, el aburrimiento, las dificultades para participar en actividades deportivas y para salir con los amigos se encuentran entre las causas relacionadas con los problemas psicológicos.
Los prolongados meses de pandemia han generado, en muchos de ellos, gran incertidumbre sobre su futuro académico y laboral, y se han volcado en actividades compulsivas vinculadas a internet, con el consiguiente aislamiento de relaciones sociales positivas y una mayor exposición al acoso y al abuso.
Dicho de otra forma, hay demasiados factores que han modificado las rutinas familiares, escolares y de ocio, haciéndolas más aburridas o suprimiéndolas, lo que se asocia a una gran incertidumbre del futuro.
Las estrategias que siguen los niños y los adolescentes para intentar «compensar» la actual situación son las centradas en el uso compulsivo de internet y redes sociales, en las conductas adictivas y el aislamiento. De prolongarse estos comportamientos, como lamentablemente está ocurriendo, se favorece el desarrollo de trastornos depresivos, tentativas de suicidio, trastornos de la conducta alimentaria y adicciones.
Como en todo, nos toca a los padres de familia hacer algo para aliviar esta situación. Sí, ya sé que no van a faltar los que salgan con que están muy ocupados poniendo comida en la mesa, pero el proporcionar a nuestros niños y jóvenes con un mínimo de certidumbre y herramientas para enfrentar esta crisis también es nuestra completa, total y absoluta responsabilidad.
Los padres somos el modelo de conducta que nuestros hijos aprenden. Por lo tanto, es en el hogar donde deben aprenderse las habilidades para afrontar las decepciones, las dificultades en el control emocional y para la resolución de problemas. La incertidumbre de los exámenes y el futuro laboral de los jóvenes deben encontrar propuestas alternativas en la familia.
Es conveniente que los padres incluyan a los adolescentes en la toma de decisiones y se debe hablar claramente de la pandemia, procurando evitar términos peyorativos hacia la juventud, así que mas vale que quite de su vocabulario las críticas a los millennials. Este puede ser un buen momento para delegar algunas responsabilidades familiares en los jóvenes (la cocina, la limpieza o las compras), pero trabajándolas de manera que se vean ellos mismos como responsables del mantenimiento de la familia, no como sus esclavos.
Se debe evitar el uso excesivo de internet. En concreto, la búsqueda de noticias relacionadas con la pandemia, ya que es una fuente de ansiedad. El uso abusivo y compulsivo de las redes sociales es una conocida fuente de baja autoestima.
Las actividades creativas, como la música, la pintura, el baile y la escritura pueden servir para contrarrestar determinadas conductas de riesgo que suelen observarse cada fin de semana en nuestras ciudades.
Las relaciones con los amigos son fundamentales para los jóvenes. De ahí que debemos favorecer el mantenimiento de las relaciones de apoyo con sus amigos, ahora más que nunca.
Desde las escuelas, los profesores deben incidir en las medidas de protección y de responsabilidad para evitar la transmisión del virus y estar atentos a determinadas conductas que pueden esconder problemas psicológicos. Se debe aumentar la interacción en las clases y facilitar información para manejar, también en los institutos, la ansiedad o el estrés. Los profesores pueden detectar problemas que en ocasiones pasan inadvertidos para los padres y facilitar la consulta a los profesionales de la salud mental.
Los pediatras y los médicos de familia están acostumbrados a reconocer las manifestaciones físicas de los problemas emocionales (dolores y autolesiones son las más frecuentes), que se convierten en la puerta de entrada de diferentes malestares. Esto les capacita para poder informar y educar a los padres y para la derivación a los profesionales de la salud mental.
Los profesionales de la salud mental infantil y juvenil tienen un papel determinante en el manejo de esta crisis y deberían compaginar las intervenciones presenciales con las realizadas online. Se requiere de ellos un esfuerzo en la coordinación con familias, profesores y voluntariado que sirva de red de apoyo a los adolescentes. Los ingresos psiquiátricos deberían ser la última opción, ya que este último recurso representa el fracaso del apoyo comunitario y, de ser necesario, se debe intentar disminuir el estrés y el estigma asociado a la hospitalización psiquiátrica. Los equipos de salud mental tienen una importante labor formativa de los pediatras, médicos de familia y profesores en la detección de los trastornos mentales de los jóvenes.
Los psicólogos clínicos deben diseñar y poner en práctica intervenciones conductuales de corta duración para el manejo de trastornos mentales frecuentes, como el trastorno por déficit de atención e hiperactividad, el abuso de sustancias o los problemas de juego, centrándose en técnicas psicoeducativas donde se incluyan a los padres.
Los psiquiatras deben ser más prudentes, si cabe, a la hora de elegir estrategias farmacológicas frente a las psicoterapéuticas. Es imprescindible que los profesionales de la salud mental organicen estudios longitudinales para evaluar las consecuencias de la pandemia.
Y bueno, en esta última recomendación topamos con pared, porque si hay algo que ha caracterizado a la administración estatal y federal es precisamente su nulo interés en la salud mental de los ciudadanos, pero igual cabe recomendar una y mil veces la puesta en marcha de un Plan de Salud Mental que sirva para prevenir las consecuencias psiquiátricas de la pandemia en los jóvenes, aunque a estas alturas quizá ya es demasiado tarde. Esta vez no podremos decir que no sabíamos lo que iba a pasar, porque ya está pasando.
La Secretaría de Educación Pública sigue insistiendo en que el retorno a las aulas sucederá en los Estados que han pasado a verde dentro del semáforo epidemiológico, pero padres y maestros dudan que haya condiciones básicas. Un estudio publicado en 2019 por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (la Coneval) mostró que el 81% de los inmuebles están ubicados en construcciones con condiciones mínimas de sanidad, y que la matrícula de 25 estudiantes por docente sobrepasa la cantidad de alumnos recomendada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (la OCDE).
Lejos estamos del magnífico ejemplo que nos está dando Uruguay, hoy por hoy el país latinoamericano que mejor pudo lidiar con el problema del confinamiento educativo. Mientras esperamos que nos toque un gobierno con la capacidad, la inteligencia y el buen juicio que por lo pronto no existe, nos toca a los padres hacer que nuestros hijos puedan sobrevivir este parón en seco de su vida y que en vez de crisis, se vuelva en la opotunidad de entender que por muy negro que esté el panorama, siempre habrá forma de aprender a tolerar la frustración, la desilusión y los fracasos para poder siempre salir adelante, todas las veces que sea necesario y sin parar ni una sola vez. Ese es, al final de cuentas, precisamente el aprendizaje más valioso de todos, y tenemos a nuestros niños y a nuestros jóvenes en casa el tiempo suficiente para enseñarles a lidiar con este atorón que, dicho sea de paso, no será el último en sus vidas.
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