Un voto por MORENA, es un voto contra México… Desconfío de los anónimos, excepción hecha del Poema del Cid, anónimo. (Escolar de secundaria, leí esa obra fundacional, el primer clásico de nuestra lengua, en la espléndida transcripción hecha por don Alfonso Reyes para la Colección Austral. ¡Quién habría de decirme que un día esa insigne y benemérita casa editora publicaría un libro mío! Regalos de la vida como ése jamás acaba uno de agradecerlos). Recibí un mensaje sin firma de un lector, ingeniero él, que trabajó en las obras de construcción de la Línea 12 del Metro. Me cuenta que los materiales que les hacían llegar eran de calidad muy inferior a los que estaban presupuestados, y afirma que en esa deficiencia, fruto seguramente de la corrupción, está el origen de la tragedia acontecida en Tláhuac. Aporto ese indicio —los expertos lo valorarán— como una de las pistas a seguir en la investigación que se hará sobre el caso, si es que la política no estorba la búsqueda de responsables de ese suceso que tantos hogares ha enlutado. Acerca de los resultados de la investigación soy sumamente escéptico. Tardará tanto que acabará por pasar a tercer plano, o cuarto, en la atención del público, y finalmente se diluirá sin fincar culpabilidad alguna. En circunstancias como ésta a los ciudadanos comunes y corrientes se les aplica todo el peso de la ley, como en el caso del Colegio Enrique Rébsamen, pero a los hombres —y mujeres— del poder las leyes les hacen lo que el aire al Benemérito, y salen del apuro sin despeinarse casi. Decir esto no es pesimismo. Es nada más realismo… Habitación 210 del Motel Kamawa. En pleno deliquio erótico Dulciflor le preguntó a Afrodisio: “¿Me amas?”. “¡Carajo! —profirió con enojo el individuo—. “¿A quién se le ocurre hablar de amor en un momento como éste?”… La amiga de doña Macalota se sorprendió al ver a don Chinguetas, su marido, en cuatro patas ante ella y presentándole en la boca sus pantuflas. Explicó la señora: “Todo empezó cuando tomé aquel curso de hipnotismo”… El juez penal le dijo a la acusada, mujer de opimas formas: “Lo que le pido desechar desde ahora, señorita, es ese absurdo mito según el cual los jueces somos insobornables”. (Ese inmoral letrado se parecía al juez de pueblo que tenía un letrero en la pared de su oficina. Decía el tal cartel: “Artículo primero: Con dinero baila el perro. Artículo segundo: Para los efectos del artículo anterior el perro soy yo”)… En las nubes del cielo se encontraron el ángel y la angelita. Los dos estrenaban alas, ropaje blanco, arpa celestial y aureola. Le dijo él a ella: “Tenías razón, Liriola. Tu marido ya sospechaba”… El desolado galán se quejó amargamente con su dulcinea: “Ya sé que soy daltónico, pero ése no es motivo para que rompas nuestras relaciones, Violeta. Digo, Rosa”… En la barra del lobby bar el tipo le dijo a la atractiva dama: “Soy experto en relaciones humanas”. “¡Qué grata coincidencia! —exclamó ella—. Yo soy experta en relaciones íntimamente humanas”… Tiempo de Cruzadas. Lady Guinivére le preguntó a sir Galahad, su esposo: “¿Qué hay de cierto en eso de que anoche perdiste en el póquer la llave de mi cinturón de castidad?”… En la sala en penumbra Pepito le explicó a su hermana y al novio de la chica: “Había aquí tanto silencio que pensé que ya era hora de venir por mis 100 pesos”… Nalgarina, vedette de carpa, le comentó a una amiga: “Tengo el marido más bueno del mundo. Lástima que no sea el mío”… En el campo nudista la bella chica le dijo en tono de reproche al nuevo socio: “Caramba, don Heréctor. Creo que está usted teniendo malos pensamientos”… FIN.
MIRADOR
El rey Cleto era incrédulo.
No sólo no tenía fe: tampoco tenía
imaginación.
Hizo llamar a San Virila y le ordenó:
—Mándame una señal que me haga creer.
El frailecito se resistía a hacer esa demostración, pero el monarca insistió: si no le hacía algún milagro no sólo no creería: además haría que todos sus vasallos dejaran de creer.
San Virila se resignó e hizo un movimiento con su mano. En ese mismo instante una hormiga colorada le picó al monarca en la parte más sensible de su real trasero.
El soberano lanzó un grito de dolor y gimió:
—¡Creo, creo, pero quítame de ahí a la hormiga!
En adelante el rey fue un devoto creyente.
Y decía San Virila:
—¡Qué milagros tan grandes puede hacer una pequeña hormiga!
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Lo del Metro dañó
la imagen de Ebrard…”
Según he sabido yo,
la imagen antes citada
quedó en parte sepultada
en la trabe que cayó.