Un voto por Morena es un voto contra México. “La 4T ¡qué bonita! Con una mano da lo que con la otra quita”. Sé que esa frase no es digna de ser inscrita en bronce eterno o mármol duradero, y ni siquiera en plastilina verde, pero ciertamente expresa un dato impepinable, esto es decir indiscutible, que no admite otros datos: la inflación está empobreciendo más a los pobres. Alimentos básicos para la clase popular -el frijol, las tortillas, el chile y el tomate, el huevo- han subido de precio en forma tal que para muchos hogares se han vuelto ya inaccesibles. Si las cosas siguen como van ¿qué comerá la gente? En mi ciudad vivió un maestro de inteligencia sin igual, Manuel Rodríguez. Poeta y matemático -se puede ser las dos cosas a la vez-, el mucho pensar y el poco dormir le anublaron la razón. Concibió entonces ideas desaforadas, como la de reformar el ajedrez haciendo que se jugara con una punta del tablero hacia cada uno de los jugadores, o demostrar la virginidad de María por medio de ecuaciones algebraicas. También dio Manolín en la flor de asegurar que se podía vivir sin comer, aspirando los invisibles corpúsculos que en el ambiente flotan. Se la pasaba dando bocanadas al aire, y habría fenecido de hambre si sus hermanas no le hubieran embutido a fuerza un par de huevos con chorizo, un plato de frijoles en bola y una docena de tortillas (seis de maíz y seis de harina), más un pedazo de piloncillo -o sea panela o chancaca- como postre. Al paso que lleva la inflación así acabarán los mexicanos pobres: comiendo aire, como Manolín. Lo poco que López Obrador les da para comprar su voto se les va en medicinas, pues desapareció el Seguro Popular, y el Insabi, o como se llame, no sirve para maldita la cosa. No hay ya guarderías para los niños, y la inflación se lleva buena parte de los exiguos ingresos de la gente. Mientras tanto AMLO sigue haciendo sus obras faraónicas, con las cuales corrompe a unos, como es el caso del aeropuerto de Santa Lucía, y enriquece más a otros, como sucede con el Tren Maya. “La 4T ¡qué bonita! Con una mano da lo que con la otra quita”. “¿Cuántos hombres ha habido en tu vida antes que yo?”. Esa comprometedora pregunta le hizo el joven Leovigildo a su novia Pirulina al comienzo de la noche de bodas. Ella guardó silencio. Tras una larga pausa Leovigildo manifestó, severo: “Estoy esperando”. Replicó Pirulina: “Y yo estoy contando”. La señorita Himenia, célibe otoñal, invitó a merendar en su casa a don Vetulio, provecto caballero. Le ofreció una copita de rompope y unas galletas Marías. El visitante, como no queriendo la cosa -o como sí queriéndola-, le puso una mano en la rodilla. Le dijo la señorita Himenia: “No sé qué se proponga usted, amigo mío, pero sígale”. Pitorro, hombre salaz, fue a confesarse con el padre Arsilio. “Acúsome, padre, de que le arrebaté a una muchacha su virtud y su virginidad”. Inquirió el sacerdote: “¿Qué hiciste para que te las diera? La virginidad y la virtud, quiero decir”. Respondió Pitorro: “Le prometí falsamente matrimonio”. “¡Infame seductor, burlador ruin! -prorrumpió con santa indignación el presbítero-. ¡Mira que aprovecharte así de la inocencia de una cándida doncella! ¡Eres un canalla, un desgraciado, un vil! ¿Cómo pudiste hacerle eso a una joven de mi parroquia?”. “No es de su parroquia, señor cura -aclaró el tal Pitorro-. La muchacha no es católica; pertenece a una de esas nuevas sectas que últimamente han llegado a nuestro pueblo”. “En ese caso, hijo -cambió de tono el padre Arsilio-, ego te absolvo. Estás perdonado; vete en paz. La juventud es la juventud”. FIN.
MIRADOR
Cuando escribí esto me pareció realista.
Luego lo volví a leer y me pareció cínico,
tú dirás si es cínico o realista.
Una mañana John Dee caminaba por la playa. El mar le inspiraba profundos pensamientos, como al de Hipona.
Ese día las olas arrojaron a sus pies una lámpara de forma extraña. La recogió y la frotó para limpiarla. De la lámpara surgió un genio de Oriente que le dijo:
-Me has liberado de mi prisión de siglos. Te premiaré por eso. ¿Qué quieres tener? ¿Dinero o sabiduría? Escoge.
-Sabiduría -respondió sin vacilar John Dee.
Al punto se vio convertido en el hombre más sabio del mundo.
Tiempo después sus discípulos le
preguntaron:
-Maestro: ahora que lo sabes todo, dinos lo que ahora sabes.
Respondió el filósofo, mohíno:
-Que debí haber escogido el dinero.
Dime tú: esto que escribí ¿es cínico o realista?
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Faltará el agua…”
Con la nota que se cita
a un temulento escuché:
“No me importa, con tal de
que no falte el tequilita”.