Don Chinguetas llegó a su casa en horas de la madrugada. Venía oliendo a jabón chiquito, el que se usa —me han contado— en los moteles de corta estancia o pago por evento. El casquivano señor empezó a desvestirse bajo la mirada inquisitiva de doña Macalota, su mujer. Se quitó el saco, la corbata, el pantalón, la camisa, los zapatos y los calcetines. Tal era toda la ropa que llevaba puesta. Su esposa le preguntó, feróstica y con involuntaria rima: “¿Y la camiseta y el calzón, cabrón?”. Don Chinguetas se alarmó. “¿Qué no los traigo? —preguntó con simulado azoro—. ¡Ah, estos rateros del Metro se vuelven cada día más hábiles!”… Un sujeto le dijo a otro hablando de un amigo común: “Es medio pendejo”. “¿Medio? —repitió el otro—. ¿Qué ya lo partieron a la mitad?”… El sacristán le comentó al padre Arsilio: “Ese tío debe tener unos testículos enormes”. Sorprendido preguntó el buen sacerdote: “¿A qué tío te refieres, y qué enormes testículos son ésos?”. Contestó el rapavelas: “Mire usted, señor cura, lo que dice el periódico: ‘Los testículos del Tío Sam llegan hasta la Argentina’”. El párroco revisó el titular y le indicó al sacristán: “No leíste bien. La nota dice: ‘Los tentáculos del Tío Sam…’”… El recién casado narró en la oficina a la hora del café: “Cometí un grave error después de mi noche de bodas. Al levantarme por la mañana, adormilado, me dejé llevar por la costumbre y le puse mil pesos en el buró a mi esposa”. “¡Caramba! —se consternó uno de los compañeros—. ¡Qué metida de pata!”. “Y eso no fue nada —completó, mohíno, el otro—. Mi mujer, también adormilada, vio los billetes y me dijo: ‘Pon 200 pesos más, guapo, pa’l taxi’”… Si la llamada Guardia Nacional es puesta bajo el mando del Ejército, según deseo de López Obrador, la República sufrirá muy grave daño. Desde los tiempos de la Grecia clásica a la Justicia se le ha representado en la forma de una mujer que lleva en los ojos una venda y en las manos una balanza y una espada. De esos tres objetos la espada simboliza la fuerza legítima del Estado, elemento absolutamente necesario para conseguir la aplicación de la ley, y por tanto su efectividad. Sin esa fuerza la justicia se vuelve mera entelequia, vale decir entidad irreal, abstracción imposible de ser concretada. Si el Presidente se sale con la suya los órganos de justicia perderán la capacidad de hacer cumplir sus decisiones. Peor aún: la espada de la Justicia quedará en manos de un solo individuo, el propio AMLO, pues el Comandante supremo del Ejército es el Presidente de la República, y la Guardia Nacional, incorporada al instituto armado, tendría que obedecer sus órdenes, y las de los militares, —ya no las de los jueces— en lo relativo al cumplimiento o no de las sentencias judiciales. La administración de la justicia, y su respectiva aplicación, deben estar en manos de civiles, pues de otra manera —se ha visto en los países con dictadura— la ley se vuelve instrumento al servicio del poderoso y en arma contra los ciudadanos. La espada de la Justicia no ha de convertirse en espada de Damocles. La sociedad civil, la Oposición, los diputados y senadores conscientes deben oponerse con energía a esta propuesta de López Obrador que pone en riesgo tanto la libertad de los mexicanos como el principio de separación de poderes y la integridad misma de la Nación… Disiparé con un cuentecillo final la inquietud que mis palabras seguramente causaron a la República. Un individuo que llevaba una canasta llamó a la puerta de la casa de Babalucas. Abrió éste, y el hombre de la canasta le dijo: “Vendo huevos”. Respondió el badulaque: “¡Bonito me iba a ver yo vendado de ahí!”… FIN.
MIRADOR
¿Por qué esta flor azulina no se decide a ser del todo azul?
En nuestra tierra esta flor se llama plúmbago, nombre que con acento en la u y pronunciación esdrújula no admite la Academia. Tal exclusión no le importa a la planta, y tampoco le importa a la flor. Las dos siguen llamándose plúmbago, con pronunciación esdrújula y acento en la u.
El tenue azul de la flor parece el de un cielo desvaído. No es el azul del manto de la Virgen, ni el enérgico azul que llaman de Prusia, ni el patriótico azul del cielo de mi Patria que los oradores oficiales decían cuando aún había oradores. Es un tímido azul, un vergonzante azul, un azul en voz bajita.
Quizá por eso amo yo a la flor del plúmbago. De vez en cuando me acerco a ella y le digo:
—¡Qué azul eres!
La flor se ruboriza en tono azul, y estoy seguro de que se alegra. He hecho una obra buena. Mi alma se mira ahora un poco más azul.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Centenario luctuoso de López Velarde…”
No faltará historiador
que le diga al Presidente,
con absoluto rigor,
que el poeta es su pariente.