Por estricto orden alfabético. En Azetiján la gente protesta por una plaga de murciélagos. En Burlina Taso por lo caro del servicio postal. En Cuba por la falta de alimentos y de libertad. En China por el control de precios en la tapioca. En Dibute por el mal trato a los camellos. En Ecotrea por el impuesto a las lentejas. En Foji por los bajos salarios de los cortadores de la caña. En Garón por las pobres cosechas de okoume. En Haití por el reciente magnicidio. En Imaq protestan contra la constante violencia bélica. En Jodidia protestan por la contaminación de la potasa. En Kilobati por la exportación del taro. En Lerocho por las trabas a la industrialización de la lana. En Marania por la inacción oficial para proteger la palma datilera. En Nauru por la venta incontrolada del fosfato. En Ocián por la injusticia en el trato a los mineros del cobre. En Pachúa por la indiferencia ante la extinción del dialecto negrito. En Quacuá por las limitaciones a la pesca. En Rwanda por la poca difusión que se ha dado al piretro, insecticida hecho con esencia de crisantemos. En Solania por las protestas civiles. En Tajikisttán por las devaluaciones del rublo tajik. En Uyanda protestan por la baja calidad de la casava. En el Vaticano por la relajación de las costumbres. En Western Sahara por la dificultad en conseguir arena para las construcciones. En Xire por no existir. En Yeven por el bajo poder adquisitivo del rial. Y en Zimbare por la ola de calor. Doy aviso de eso a Andrés Manuel López Obrador, porque seguramente todo es parte de un compló en su contra organizado por sus adversarios: la prensa fifí, los conservadores, los neoliberales, los aspiracionistas, los intelectuales (orgánicos e inorgánicos), los estudiantes que van al extranjero a estudiar para obtener maestrías o doctorados, etcétera, etcétera, etcétera… El príncipe Minucio se disponía a consumar sus anheladas nupcias con la princesa Guinivére, cuya nívea mano ganó tras sostener mortal combate con el fiero dragón que asolaba la comarca. Ante la expectante mirada de la princesita dejó caer Minucio su bata, tejida en brocado de tres altos con seda de ocales, fimbria dorada y labor de brescadillo. Guinivére contempló con mirada crítica la mínima anatomía de su desposado y dijo luego usando lenguaje ciertamente impropio de una princesita: “¡Uta! ¡Si hubiera visto esto antes, mejor me habría ido con el dragón!”… El médico le dijo a su paciente: “No me gusta su aspecto, señor Picio. Ese rostro cetrino, esa piel flácida, esos ojos apagados, ese rictus amargo en sus labios…”. “¡Ay sí! —se enojó el individuo—. ¿Y a poco usté está muy bonito?”… Don Senilio, otoñal caballero, solía visitar de tarde en tarde a la señorita Solicia Sinpitier, madura célibe. Ella lo obsequiaba con una copita de rompope, le ofrecía ciruelas claudias y ponciles, lo invitaba a gustar las confituras y pastitas que —decíale— confeccionó ella misma, pero que en verdad había mandado hacer en la panadería de la esquina especialmente para la ocasión. En una de esas visitas don Senilio iba preocupado por ciertos detalles relativos a distancias en la historia de la expedición punitiva de Pershing contra Villa. Le preguntó a la señorita Sinpitier: “¿Sabe usted, querida amiga, cuánto mide la milla?”. “¡Por Dios, don Senilio! —se ruborizó Solicia—. ¿Ya va usted a presumir sus cualidades?”… Decía una señora: “Las madres deberíamos cuidar la forma en que alimentamos a nuestros hijos cuando son bebés. Yo alimenté a mi hijo con botella, y me salió borracho”. “Es cierto —declaró otra—. Al mío yo le di de mamar… y me salió nini pensionado por la 4T”… FIN.
MIRADOR
Jean Cusset dio un nuevo sorbo a su martini —con dos aceitunas, como siempre— y prosiguió:
—El padre Ripalda dividió las obras de misericordia en corporales y del espíritu. En igual forma debió dividir los pecados capitales. Los hay del cuerpo: la lujuria, la gula… Y los hay del espíritu: la envidia, la soberbia…
—Los pecados del cuerpo —siguió diciendo Jean Cusset— declinan cuando declina el cuerpo. Al paso de los años todos nos volvemos castos y temperantes. Pero contra los pecados del alma nada puede el tiempo. Al contrario: esos pecados se hacen más graves con la edad. Y sin embargo los predicadores ven con mayor encono los pecados corporales que los del espíritu. Deberíamos temer más a los pecados del alma que a los de la carne, esos pobrecillos que mueren antes que nosotros.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Manifestación contra la inseguridad
en la Ciudad de México…”
SLugar es ya de locura
esa ciudad capital.
Así, la protesta tal
será bastante insegura.