El muchacho le preguntó al oficial del Registro Civil: “¿Aquí es donde casan a los novios?”. “Sí, joven —respondió el funcionario—. Traiga usted a su novia y yo hago todo lo demás”. “¡Ah no! —protestó el galán—. Traigo a mi novia, usted nos casa y luego yo hago todo lo demás”… Astatrasio Garrajarra, ebrio completo, subió a un taxi y le dijo al conductor: “Voy a mi casa. Rápido”. Le pidió el taxista: “Deme más detalles”. Precisa Garrajarra: “Al baño”… Solicia, madura célibe, fue a una mueblería. Quería comprar un televisor, una estufa y una cama. El joven y guapo vendedor le mostró la mercancía y le ofreció: “Le haré un 20 por ciento de descuento sobre el televisor, y sobre la estufa un 15”. Preguntó la señorita Solicia con un mohín de coquetería: “¿Y no me vas a hacer nada sobre la cama?”… Doña Macalota le confió a una amiga: “Jamás he hecho el amor con otro hombre aparte de mi esposo”. Opinó la otra: “Eso no es para presumirlo”. “No lo estoy presumiendo —replicó doña Macalota—. Me estoy quejando”… Año de 1967. La Universidad de Indiana, en Bloomington, me envió a hacer mis prácticas de periodismo en “The Sacramento Bee”, uno de los periódicos más antiguos de Estados Unidos, publicado en la capital de California. Fui asignado a la oficina del gobernador, a la sazón Ronald Reagan. Era él un hombre afable y cordial en su trato. No tuve ningún problema para que me diera una entrevista exclusiva sobre temas mexicanos. Hablamos en su despacho, al concluir la jornada de trabajo. Guardo aún fotografías de esa entrevista. Al terminar me invitó a prolongar la conversación acompañándolo hasta su automóvil. Cuando salimos del edificio de Gobierno, Reagan fue recibido por un pequeño grupo de hippies que empezaron a corear el lema de moda en aquellos días de la guerra de Vietnam: “Let’s make love, not war”. Hagamos el amor, no la guerra. Se encaró Reagan con los manifestantes y les dijo: “Ustedes no pueden hacer ni una cosa ni la otra”. Aquella frase me pareció ingeniosa. Reflejaba además el enfrentamiento entre los llamados “halcones”, partidarios de la guerra —el gobernador de California era uno de ellos—, y quienes se oponían a la presencia de Estados Unidos en Vietnam. Le pregunté si podía publicarla. “Claro que sí —me contestó—. La dije públicamente ¿no?”. Así, escribí una nota que recogieron luego las agencias de información. La frase apareció en todo el país. No sé si fue por esa experiencia personal, el caso es que siempre tuve una buena imagen de Reagan. Creo que fue un buen Presidente. Logró sanear la economía norteamericana con una política que se fincaba en el control del gasto público y en el estímulo a la inversión privada. Fue muy criticado por eso; se le acusó de estar en alianza con los ricos y de perjudicar a los pobres con la reducción en los gastos del Gobierno. Sin embargo sus programas tuvieron muy buen éxito, y al final los aciertos de su política económica fueron reconocidos lo mismo por los republicanos que por los demócratas. Fue Reagan, en opinión de algunos, quien puso fin a la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, con lo que abrió una nueva era en el trato de las dos naciones y apartó del mundo la amenaza de un desastre nuclear. No tuvo Reagan el carisma de otros presidentes norteamericanos; no fue un genio de la política, ni un hombre particularmente brillante. Pero hizo su trabajo con un hondo sentido del deber, de respeto a la ley y a las instituciones, y gobernó para todos por igual. Desde luego fue mejor Presidente que actor. Lo digo en un país donde hay quien es mejor actor que Presidente… FIN.
MIRADOR
Me habría gustado conocer a Alonso Gutiérrez. Nacido en 1507 en España, provincia de Guadalajara, fue estudiante en Salamanca y Alcalá. Discípulo de Francisco de Vitoria, tenía 29 años cuando llegó a México. En su puerto de entrada tomó los hábitos agustinianos y se dio a sí mismo un nuevo nombre: fray Alonso de la Veracruz.
Filósofo y hombre de religión, cuando la Inquisición puso en la cárcel a fray Luis de León por ciertas tesis que había sustentado, leyó esas proposiciones y luego dijo en público: “Si a él lo queman me pueden quemar también a mí, pues en verdad eso que él dice lo creo yo también”.
Me gustaría haber conocido a fray Alonso de la Veracruz. El saber y la fe lo llevaron a ser un hombre libre. La libertad es el más grande fruto que la verdad entrega.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Un esposo le ponía candado en la
puerta a su mujer, para que no se saliera…”
Cualquier marido ya sabe
—y está además resignado—
que del más fuerte candado
la esposa tiene la llave.