Mi abuelo materno veía el box los sábados por la noche en un enorme televisor a blanco y negro. Se acomodaba en su sillón y me pedía que prendiera el monstruo aquel de bulbos que estaba conectado a un regulador de energía. Las patas de ese mueble estaban sobre una especie de ceniceros de vidrio verde.
Papá Brígido fumaba cigarros Faros y bebía cerveza clara mientras pasaban los rounds. Fue carpintero e hizo un pequeño banco de madera para que me sentara a su lado para ver las peleas. Me tocaba hacerla de su control remoto: “Préndele, súbele, bájale, apágale”.
Mi papel era modular el volumen del televisor y guardar silencio para que él pudiera escuchar la crónica. Cuando se servía la cerveza y se formaba espuma, me extendía el vaso para que le tomara y evitar manchar la mesa, si Mamá Cuca descubría que habíamos mojado algunas de sus carpetas de hilo que ella tejía, nos regañaba a los dos. Donde había miedo ni coraje daba.
A principios de la década de los ochenta, luego que finalizó una pelea, fui al baño a cambiarle el agua a las aceitunas.
Cuando regresé a la sala recibí la orden: “¡Súbele!”. Aumenté el volumen, pero él me pidió que le subiera un poco más. Algo había pasado.
Resulta que al final del combate, cuando se dio a conocer al ganador, alguien disparó hacia el ring e hirió a una persona. Repentinamente se apagaron las luces del gimnasio, se escucharon gritos e instantes después volvió la iluminación. Una persona estaba muerta y aquello era un completo caos.
Ni mi abuelo ni yo sabíamos a quién habían matado. Él fumaba más Faros y bebía con más ganas de su cerveza, mientras yo devoraba los tacos de frijoles con chorizo y salsa de molcajete que había hecho mi Mamá Cuca.
Acerqué el banco de madera al televisor para tratar de ver si pasaban la imagen del hombre que habían asesinado. Pero no, mi maldito morbo o curiosidad no fue apagado.
Papá Brígido me mandó por otra cerveza al refrigerador. Al llegar a la cocina le dije a Mamá Cuca que habían matado a un hombre en el box. Ella creyó que lo habían golpeado de más. Tuve que explicarle que fue de un balazo. Me anticipó que ese sábado nos dormirías más temprano.
Ya no hubo más peleas, pero mi abuelito y yo nos quedamos pegados al televisor varios minutos más esperando algo de información sobre ese asesinato. Él se acabó la cerveza y yo los tacos.
Me dio la orden de apagar la televisión e irnos a dormir.
Al día siguiente, camino a misa de siete de la mañana al templo de La Medallita Milagrosa, le pedí a mi abuelita si me podía adelantar mi “domingo”, me preguntó para qué deseaba el “domingo” por adelantado, y le dije que para comprar el periódico y ver a quién habían matado en la función de box.
Nomás me regañó por “chismoso” y no me adelantó el “domingo”.
Durante misa tuve fe en que el sacerdote dijera algo sobre la pelea del sábado por la noche y ese balazo que mató a un hombre, pero no dijo nada, fue un sermón muy aburrido.
Me desilusionó el padre. Además, yo estaba molesto por aquello del “domingo” no adelantado.
Cuando Mamá Cuca me dio los pesos para entregar la limosna, vigiló que los echara a la canasta, no me los fuera a quedar para comprar el periódico.
De regreso a casa, en una tienda de abarrotes, estaban los tres diarios locales de aquel entonces, le pedí a la dueña del negocio si me dejaba buscar en la sección de deportes una noticia que me interesaba y me dijo que no, que no dejaba hojear los periódicos.
¡Qué coraje me dio! Nadie me comprendía.
Desayuné y me fui al campo llanero a echar porras al equipo del barrio: “Los Gallos del Campa”. Ahí jugaba mi tío Paco, mejor conocido como “El Vampiro” o “El Pulpo”, el primer apodo por sus colmillos, el segundo por su forma de jugar como portero.
Platiqué con otros niños de la función de box, aquella donde habían matado a un hombre de un balazo, pero ninguno de ellos sabía nada. ¡Qué niños tan aburridos!
Por la tarde estuve atento a los programas televisivos de “Acción” y “DeporTV”, pero en ninguno de los dos dijeron nada.
Años después, en internet, hallé una crónica: “El 14 de mayo de 1983, ante el triunfo de Jaime “Conejo” Casas sobre “Cuyo” Hernández, el mánager conocido como el “Tío” Jiménez subió a celebrar el triunfo de su peleador cuando un disparo cortó la felicidad y terminó con la existencia del preparador. Nadie supo quién fue el autor del crimen, en vano fue el anuncio que se dio en la arena ofreciendo una recompensa de 100 mil pesos para quien denunciara al homicida”.
Mi Papá Brígido ya no está para decirle a quién mataron esa noche. El cadáver de mi amado carpintero reposa al lado de los restos de Mamá Cuca en la tumba marcada con el 666 en el Panteón de La Cruz.