“No quiero ser Presidente de
una República de asesinos”.
Manuel Azaña
La madrugada del viernes 27 de agosto, el presidente Andrés Manuel López Obrador estaba de visita en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Mientras se trasladaba a la sede donde se llevaría a cabo la conferencia matutina fue sorprendido por integrantes de la Sección 7 de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), personal médico despedido, familiares de feminicidios, normalistas y estudiantes. Por increíble que parezca, con celulares y cartelones en mano, personas inconformes le cerraron el paso a la camioneta suburban en la que se desplazaba el Presidente y lograron retenerlo por dos horas y 16 minutos. Se trató de un hecho inédito en México. La memorabilia periodística no registra otro similar.
En campaña, López Obrador dijo: “De ustedes va a depender también les digo lo de mi seguridad, porque yo no quiero andar rodeado de guardaespaldas, quiero que me cuiden ustedes, quiero que me cuide el pueblo, pero eso significa que tiene que haber orden; porque nos estaban apachurrando, tiene que haber orden; ya nos estamos viendo, yo les quisiera abrazar a todos y a todas porque amor con amor se paga”. Lo cumplió, el Estado mayor presidencial, cuerpo militar de élite, dejó de hacerse responsable de su seguridad, no desapareció, sólo dejó de asistirlo, sin embargo López Obrador construyó su propio equipo de seguridad integrado por civiles, así lo informó luego de salir de Palacio cuando acudió a entrevistarse con Enrique Peña Nieto: “Le informé al presidente Peña y aprovecho para informarles a ustedes y a los mexicanos que voy a contar con una ayudantía, voy a tener un equipo de 20 profesionales (abogados, médicos, ingenieros), no necesariamente en el tema de seguridad, sino profesionales porque todos ellos van a tener un nivel académico de cuanto menos licenciatura y serán 10 hombres y 10 mujeres muy cercanos a nosotros”. Con la medida adoptada por el mandatario federal su seguridad se redujo a niveles de riesgo para la nación.
Bajo la premisa de que el pueblo es bueno, y es el pueblo el que lo protege, López Obrador ha expuesto en varias ocasiones la investidura presidencial que tanto defiende. La carencia de inteligencia y ausencia de planeación de su equipo de seguridad permitió que inconformes lo retuvieran, ahí pudo ser presa fácil de un atentado porque nunca falta un desequilibrado, un resentido, un grupo de la delincuencia que no fue protegido por el manto gubernamental, un político ambicioso, un grupo fáctico que pretenda un caos.
En el supuesto de un atentado al Presidente, México habría entrado en otro caos (ya tenemos crisis económica, de salud, de empleo), designar al sustituto sería la llamada cena de negros a la ausencia del caudillo en MORENA, la oposición haría lo propio así como grupos de poder económico y narcótico. México hubiera entrado en el tobogán de sangre y plomo.
La negativa a la utilización de un aparato de seguridad es una decisión estulta, su ambición no revelada de morir como héroe transformador acribillado por los neoliberales o por la mafia del poder no es benéfica para el país. Su pretensión onírica no es compatible con la preservación de las instituciones.
La historia de México ha dejado mácula de sangre que debe ser carta de enseñanza, el hecho más reciente fue el asesinato del malogrado candidato presidencial Luis Donaldo Colosio, acribillado arteramente el 23 de marzo de 1994 en Lomas Taurinas, en Tijuana, Baja California; la más recordada la del general Álvaro Obregón, asesinado el 17 de julio de 1928 en el restaurante la Bombilla; la menos conocida, el atentado en contra del presidente Pascual Ortiz Rubio, acontecido el 5 de febrero del año de 1930, agredido unas horas después de haber rendido protesta. Dos años después dejó la presidencia sabedor de las intrigas en su contra; pero en la lista de magnicidios está la de Francisco I. Madero, asesinado cobardemente por la espalda el 22 de febrero del año 1913; le siguió en la lista de la mortaja Venustiano Carranza, el varón de cuatro Ciénegas, bañado en plomo la madrugada del 21 de mayo de 1920 en Tlaxcaltongo, Puebla.
Como buen conocedor de la historia, el señor López no debe desdeñar la importancia de contar con un equipo de seguridad e inteligencia profesional, como lo era el Estado mayor presidencial, sólo como dato que sirve para tomar la ineludible decisión.
El pasado proceso electoral del 6 de junio, dejó 102 políticos asesinados, entre estos 36 aspirantes y candidatos a distintos cargos, de acuerdo a la numeralia elaborada por la consultora Etellekt, en su séptimo informe de violencia política en México. Señala el documento que se registraron un total de 1,066 agresiones globales en contra de políticos, de los cuales 102 fueron homicidios, 36 de estos aspirantes y candidatos.
Su aspiración heroica de morir como Madero o Gandhi no abona, no sirve a la salud de la República, sólo es compatible con su ego y su sueño personal.