JUCHITÁN, Oax., septiembre 6 (EL UNIVERSAL).- Cuatro años pasaron desde el terremoto del 7 de septiembre de 2017 y José aún recuerda cada detalle. Cómo olvidarlo, si esa noche sin pretenderlo se convirtió en un socorrista al sacar entre los escombros los cuerpos de toda una familia que minutos antes de la tragedia veía la televisión en la sala de su casa.
Sentado en el patio de su vivienda sin reconstruir que comparte con su pareja Azalea Manuel, en el callejón Albino Jiménez de la Séptima Sección de Juchitán, José López Matus, obrero de 31 años, tiene presente la imagen de una luna roja puesta en el cielo del pueblo de San Vicente Ferrer. Hacía mucho calor y ese día traían la resaca de una fiesta anterior.
El terremoto partió en cuatro partes la casa tradicional de ladrillo y de teja que tenían, el techo se les vino abajo, pero él, Azalea y los cuatro hijos de ambos se resguardaron en una esquina y salieron ilesos. Después de verificar que estaban bien, brincaron los escombros hasta el callejón. Habían pasado 15 minutos cuando una de sus vecinas ancianas le pidió auxilio para rescatar a sus nietos.
«Todo era ruidos, no veíamos nada, había mucho polvo, olía a gas, era un ambiente de miedo y sin saber qué hacer. Me preparaba para ir a ver a mis papás que viven en una colonia, cuando la vecina se me acercó para pedirme sacar a sus nietos entre los escombros de la casa. Corrí y sólo veía la mano de una mujer que salía de entre las tejas y la madera», cuenta José.
Removió los escombros pero no pudo mover el cuerpo, así que buscó a las dos niñas y dio con ellas. Las sacó muertas. Primero a la de ocho meses, después la de cuatro años. Recuerda perfectamente que estaban con la boca llena de polvo, cree que murieron asfixiadas.
Después de rescatar los primeros cuerpos, buscó al padre, quien cargaba sobre su espalda la mitad de una de las paredes. Con una mano sostenía el control del televisor y con la otra el tobillo de su esposa sentada en la sala. La escena aún le causa escalofrío al joven.
«Recuerdo bien al vecino agarrando el tobillo de su esposa, él tirado y ella sentada. No pude solo con toda la losa y los murillos, así que pedí ayuda de los vecinos, para eso ya habían pasado por lo menos una hora, todos llegaron con picos y palas, logramos sacar a la mamá, luego batallamos para liberarlo a él. Parte de la losa cayó sobre mis dedos, perdí con los días todas las uñas del pie. Lo colocamos en la banqueta y sólo logré escuchar que le dijo a su esposa: ‘¡Perdóname, mi amor!’, después escupió sangre y murió», narra José.
Azalea agrega a la narración de su pareja la angustia que les causó ver la escena de sus vecinos, la madre en estado de shock con unos cuantos rasguños en la espalda y en la banqueta observando a su esposo y dos hijas muertas.