Inepcio, hay que decirlo, no era un buen amante. Para serlo le faltaban sabiduría e imaginación. Y amor, pues sin él no se da esa plenitud que aunque se sienta en el cuerpo, es nacida del alma. Advierto que estoy cayendo en culpa de filosofía. Pero es filosofía barata, lo cual debe apreciarse en estos tiempos de inflación. Sucedió que Inepcio estuvo con una linda chica en la habitación número 110 del Motel Kamawa. Al término del consabido acto, le preguntó. “¿Quieres otro?”. “Me gustaría mucho —respondió la chica—, pero ahora no está en la ciudad”… El padre Arsilio fue invitado a hablar ante un pequeño grupo de hombres ricos. Ricos en dinero, quiero decir, porque en otros bienes más valiosos —la paz interior; el goce de la belleza; el disfrute de la familia y el hogar— eran pobres de solemnidad. (¡Uta! ¡Más filosofía!). Les dijo el buen sacerdote: “Voy a hablarles de los 10 mandamientos”. “Perdone, padre —lo interrumpió uno de los magnates—. Para nosotros no son mandamientos: son solamente amables sugerencias”… Ya conocemos a Jactancio. Es un sujeto engreído, vanidoso, narcisista, pagado de sí mismo. En una palabra: es un mamón. Alguien le preguntó hace días: “Cuando estuvo eso de moda ¿fuiste metrosexual?”. Por primera vez en su vida el tal Jactancio tuvo un rasgo de modestia: “Replicó: “No. Para serlo me faltaron unos cuantos centímetros”. (Nota marginal. En cierta ocasión Jactancio hizo el amor con una chica de habla inglesa. En el culmen de la pasión sensual ella exclamó, vehemente: “Oh my God! Oh my God!”. Le dijo el tal Jactancio: “Can I help you, my dear?”)… La pandemia. ¿Cuándo volveremos a la normalidad? ¿O es que la normalidad consistirá en el futuro en la anormalidad?… La política. ¿Cuándo terminará la anormalidad absolutista, populista, demagógica, personalista en la que estamos viviendo ahora? ¿O es que la anormalidad consistirá en el futuro en la normalidad? Este día no escribiré acera de AMLO y sus innecesarios e imprudentes piquetes de ojos a Biden, como ése de la artificiosa felicitación de los cosmonautas rusos a México por su Independencia (la de México, no la de los cosmonautas rusos). Tampoco diré acerca del talante persecutorio de la 4T contra los disidentes del régimen, peligrosa tendencia que cada día se advierte con claridad mayor. A nada de eso me referiré hoy. He aquí que tanto mi ánimo como mi ánima están gozosos y contentos, pues otra vez mis paisanos saltillenses me mostraron su afecto y su cariño en mi presentación en la Feria Internacional del Libro de Coahuila, donde me hicieron sentir, igual que tantas otras veces, que soy profeta en mi tierra. Cuando uno lleva el alma así, transida de felicidad, las cosas malas pueden esperar. Dicen que la felicidad no existe; que sólo hay ratos felices. Pues bien: ése que dije fue uno de ellos. Mañana será otro día. Entonces volveré a la realidad, esa señora que a mi juicio tiene un defecto enorme: es demasiado real… La catequista Peripalda les tomó a los niños la lección de Historia Sagrada. Les preguntó: “¿Por qué el Niño Jesús nació en Belén?”. De inmediato respondió Pepito: “Porque ahí estaba su mamá”… Don Algón, salaz ejecutivo, fue a cenar con la linda Loretela, muchacha de atractivas formas pero que no tenía más estudios que los que hizo en la Academia de Corte y Confección de Ropa “El pespunte”, de la señorita Hilaria. Después del postre, don Algón pensó en ofrecerle un café a su bella invitada. Le preguntó, obsequioso: “¿Te parece, hermosa, si ahora disfrutamos de un expresito?”. “Está bien, vamos —accedió Loretela—. Pero, la verdad, no me gusta hacer eso tan aprisa”… FIN.
MIRADOR
Estamos ya en otoño, ese puntual heraldo del invierno.
Mi señora decora ya la casa con preciosos arreglos que ella misma hace. En la sala hay calabazas, espigas de trigo y mazorcas de maíz venidas del Potrero. Rústicos frutos de la tierra, aquí parecen elegancias como para adornar en París un escaparate de las galerías Lafayette.
A mí me gusta el otoño. No tiene las vanidades de la primavera, la juvenil euforia del verano ni el ceñudo ceño del invierno. Es manso, tranquilo y sosegado. Parece un viejo profesor que sabe lo que antes sucedió y presiente lo que después va a suceder.
No somos de la misma edad. Tengo más años que él, de modo que me hallo ya en la siguiente estación del tren. Sin embargo, las hermosas labores de mi esposa consiguen que el otoño entre en la casa y me acompañe.
Lo recibo y nos ponemos a conversar. Me pregunta:
—¿Te acuerdas?
Le contesto:
—Sí.
La charla con el otoño es tan sabrosa que le digo:
—No te vayas. ¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Desde las cárceles de alta
seguridad se manejan tráfico
de drogas, secuestros y extorsiones…”
Sobre el tema que se cita
hay que decir la verdad:
esa “alta seguridad”
es bastante chaparrita.