El cuento con que empieza hoy esta columna tiene un cierto cariz de irreverencia. Las personas que no gusten de leer relatos que tengan un cierto cariz de irreverencia, sáltense hasta donde dice: “Me alegró mucho…”, etcétera. Lo que en seguida voy a narrar sucedió hace algunos años. Un hombre caminaba por la playa, y las olas arrojaron a sus pies una lámpara, como la de Aladino. La frotó y, en efecto, entre una nubarada de humo apareció un genio del oriente. Le dijo el gigantón al asombrado tipo: “Me has liberado de mi prisión eterna. Pídeme un deseo”. El individuo se amoscó: “¿Qué no eran tres?”. “Sí —admitió el genio—, pero con lo de la pandemia suprimimos uno, y por causa de la austeridad republicana cancelamos el segundo. Así que pide tu deseo antes de que sobrevenga otra calamidad”. El hombre era dado a la concupiscencia y la libídine, de modo que pidió: “Tráeme a la vieja más buena del mundo”. El genio hizo un ademán y ¡broom! apareció al lado del sujeto la Madre Teresa de Calcuta. Moraleja: al solicitar, hay que especificar… Me alegró mucho la designación de Carlos Ortiz Tejeda como presidente de la Comisión de Cultura y Cinematografía de la Cámara de Diputados. (¿Por qué “Comisión de Cultura y Cinematografía”? ¿Acaso la cinematografía no es cultura?). Sale sobrando encomiar los méritos y cualidades de Ortiz Tejeda. Baste decir que es de Saltillo. Eso resume y sintetiza todos los merecimientos. Conozco a Carlos desde los lejanos días de la infancia, tan cercanos en la recordación. Vivíamos en la misma calle, la antigua de Santiago, y yo gustaba de ir a su casa porque ahí podía ver a su tío, el maestro Trigio, cuando enseñaba a silbar la Marcha de Zacatecas y otras melodías a los cenzontles que le llevaban las señoras saltilleras para que los adiestrara en esas músicas. Fuimos compañeros en la primaria del Zaragoza, colegio invicto y triunfante, y luego en el bachillerato del glorioso Ateneo Fuente. Ahí fundamos un partido disidente del oficial, controlado por el director. Desde que le pusimos nombre al organismo quedamos condenados a perder la elección de la Sociedad de Alumnos. Lo llamamos “Frente Unificador Autónomo Ateneísta”. El oficialista se llamaba “Rojo y Blanco”, los colores del equipo de futbol americano del plantel. Resultado de la votación: Partido Rojo y Blanco: 675 votos; FUAA: 22. Tras esa penosísima experiencia yo me retiré de la política, pero Carlos no. Ha sido siempre hombre de izquierda; luchador de buenas causas sociales; permanente activista en pro de los derechos civiles, sobre todo de los grupos vulnerables. Sensible y talentoso, su labor de cineasta ha obtenido reconocimientos internacionales. Ahora caminamos por sendas diferentes. Él es firme creyente en AMLO y en la 4T; yo descreo del uno y de la otra. Pero eso no quita un ápice a la admiración y afecto que siento por Ortiz Tejeda. Acertó MORENA al poner en sus manos la Comisión de Cultura (y Cinematografía). Cuando Carlos vaya a Saltillo lo invitaremos al desayuno semanal de “Los niños del Zaragoza”, que así se llama el grupo de quienes estuvimos en ese querido plantel, y le daremos un aplauso. Con ambas manos, para mayor efecto… “¡Mesero! —se indignó don Sinople en el Restorán Durrial—. ¡Hay una rana en mi sopa!”. “No se preocupe el caballero —contestó el tipo, impertérrito—. Esos batracios nadan muy bien; no hay peligro de que se ahogue”… Nalgarina, vedette de moda, le preguntó a su amiga Chichena: “Se acerca ya la Navidad. ¿Qué le vas a pedir este año a Santa?”. “Lo mismo que los anteriores —respondió la otra—. 2 mil pesos. Nunca quiere pagar más”… FIN.
MIRADOR
San Juan de las Veletas se llama ese pequeño pueblo.
No aparece en los mapas, y será inútil buscarlo en Google o cualquier otra aplicación. El INEGI no lo tiene registrado, y eso que su cartografía es sumamente exacta, prolija y circunstanciada.
A mí me interesa mucho conocer ese lugar porque ahí sucedió algo en verdad notable. Cada casa tenía una veleta que giraba según la dirección en que soplaba el viento. La gente calificaba de tornadizas a las veletas, sin tomar en cuenta que el tornadizo era el viento. Decían todos: “Fulano es tornadizo como una veleta”.
Un buen día las veletas se cansaron de ser tildadas de volubles, y decidieron dejar de girar. A partir de ese día se mantuvieron firmes.
Pero como algo tiene que girar cuando el viento sopla, entonces fue la Catedral del pueblo la que empezó a girar.
Eso es lo interesante de San Juan de las Veletas. Su Catedral gira conforme sopla el viento, en tanto que las veletas permanecen inmóviles. Ahora la gente dice: “Fulano es tornadizo como una Catedral”.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Aznar se burla del nombre de AMLO…”
Pienso que se fue de ancho
con su burlón proceder.
(Mejor espere a saber
cómo se llama su rancho).