“Esta noche mi novia y yo haremos el amor por primera vez. Necesito tres condones, pues ella es muy ardiente y de seguro no se conformará con una vez ni dos”. El farmacéutico sonrió al oír lo que le dijo el jovenzuelo y le entregó los tres preservativos. En esa ocasión la chica invitó a su galán a cenar con su familia. De ahí se irían a un discreto motelito. Al entrar en la sala el muchacho se quedó como estatua. Su novia le dijo en voz queda: “Jamás sospeché que te impresionaría tanto conocer a mis papás”. En voz igualmente baja replicó el azarado mozalbete: “Y yo jamás sospeché que tu padre fuera farmacéutico”… Un charro le comentó con orgullo a otro: “Mi caballo repara”. Señaló el otro: “Todos los caballos reparan”. Acotó el primero: “¿Computadoras?”… La señorita Himenia, célibe madura, iba por un oscuro callejón y le salió al paso un asaltante: “Deme su dinero” —la amenazó con una navaja. “Dinero, dinero —suspiró la señorita Himenia—. Todos los hombres son iguales. Quieren siempre la misma cosa”… Mi sabio maestro don Arturo Moncada Garza, que a su sapiencia añadía su bondad, solía decirnos a sus estudiantes: “Lo que les voy a contar no es histórico: es verídico”. Aludía al cúmulo de mentiras que forman el relato oficialista de nuestra Historia Patria. Pues bien: el sucedido que ahora narraré nunca sucedió, y en tal virtud puede calificarse de apócrifo. Se dice que en su reciente visita a Nueva York el presidente López Obrador fue a comprarse un traje. El gerente de la tienda lo reconoció y acudió a atenderlo en forma personal. Le indicó a uno de sus empleados: “Tráigale a Mr. López un traje de tal medida”. “No —opuso AMLO—. Mi medida es mucho mayor. Ese traje no me va a quedar”. “Le quedará —replicó el de la tienda—. Acá es usted bastante más pequeño”. Si algo me han enseñado los años es a esperar contra toda esperanza. Confío en que la reunión de López Obrador con Biden y Trudeau servirá para que la aberrante contrarreforma eléctrica del caudillo de la 4T sea frenada y puesta en la congeladora al menos por lo que resta de este siglo. Con una mayoría en el Congreso sumisa hasta llegar a la abyección —”Éstas son las Mañanitas que cantaba el rey David”—; con un PAN y un PRD insuficientes y un PRI puesto en oferta, es casi imposible que localmente se detenga el atentado urdido por AMLO y Bartlett contra México, su pueblo y su futuro. Esta vez nuestra salvación tendrá que venir de fuera, así como otras muchas veces de fuera ha venido nuestra perdición… Doña Frigidia solía mostrarse reticente en cuanto al cumplimiento del débito conyugal en los términos prescritos tanto por el Código Civil como por el de Derecho Canónico. También a ella la pandemia le vino como anillo al dedo, pues le sirvió de plausible pretexto para negarse al acto. Don Frustracio, su marido, aprovechó una de las numerosas ocasiones en que el semáforo Covid se puso en verde para pedirle en tono suplicante a su mujer que le permitiera aproximarse a ella. La señora accedió de mala gana. Al final de la muy breve acción don Frustracio se quejó: “No me gustó que mientras yo te hacía el amor tú estuvieras comiendo naranja con chile, nachos y palomitas de maíz”. “¡Ah! —protestó doña Frigidia con enojo—. ¿Entonces nada más tú quieres disfrutar?”… El inspector escolar les pidió a los niños que dijeran el nombre de un vegetal que saca lágrimas. “¡El repollo!” —contestó de inmediato Pepito. “No, niño —lo corrigió el examinador—. Es la cebolla”. “También el repollo —insistió Pepito—. Que le den a usted un repollazo en los éstos, a ver si no se le salen las lágrimas”… FIN.
MIRADOR
—Hay alguien abajo de la mesa.
Eso dijo mi nieta pequeñita —no lo olvido— un día que estábamos desayunando en la terraza del jardín.
Me asomé.
—No hay nadie —le dije.
—Sí —insistió ella—. Mira.
Y me señaló a una hormiguita diminuta que pasaba.
Para mí ese pequeño ser era nadie. Para ella era alguien.
Ahora pido la inocencia —o la sabiduría— que se necesita para ver en cada criatura a alguien. A los ojos de quien sabe ver, todos los seres son algo más que algo: son alguien. El árbol es alguien. Cada animal es alguien. La estrella es alguien, lo mismo que el guijarro. El niño por nacer es alguien, y también el anciano por morir.
Todos venimos del mismo origen.
Ahí hay alguien que nos espera.
Alguien.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…El Buen Fin beneficia a millones…”
Realmente esa promoción,
a la que hace años admiro,
viene a ser un gran respiro
en medio de la inflación.