“Estás out”. Así se decía en los años sesentas de mi siglo, el veinte. Eso de “out” no se daba en oposición a “safe”, según el lenguaje del beisbol, sino como contrario de “in”. Estar “in” quería decir hallarse al corriente en las últimas modas culturales. Estar “out””, en cambio, significaba haberse quedado atrás y no saber ni jota —ni iota— de las nuevas tendencias intelectuales, venidas sobre todo de los Estados Unidos. Norman Mailer, Truman Capote y Gore Vidal eran los sumos sacerdotes de ese culto, y Susan Sontag la máxima sacerdotisa. Si no conocías su último libro, su más reciente artículo, o las declaraciones que hicieron para el suplemento de “The New York Times”, estabas perdido. Quedabas “out”. Tus amigos te llamaban “camp”, y tus enemigos te decían “naco”. Pues bien: en cuestión de cine yo estoy definitivamente “out”. Ayer estaba viendo en mi cine en pantuflas un western clásico, “Winchester ‘73”, joya extraordinaria del género, con James Stewart y Shelley Winters, dirección de Anthony Mann. Éste es uno de los mejores filmes “de vaqueros” que se han hecho. Pues bien: mi esposa le preguntó a una de nuestras nietas: “¿Qué está haciendo tu abuelito?”. Le contestó la niña: “Está viendo una película de rancheritos”. “¡Rancheritos!”, háganme ustedes el favor. ¡Rancheritos John Wayne, James Stewart, Gary Cooper, Alan Ladd, Gregory Peck! Eso es como decir que Aquiles, Ulises, Héctor y los demás héroes de las epopeyas homéricas eran rancheritos. Claro, la pequeña vio en la pantalla de la tele aquellos hombres de a caballo, con sombrero, y supuso naturalmente que eran rancheritos. Hubo una película famosa: “Star Wars. Episodio III: La Venganza de los Sith”. Título tan largo no tenían ni aun aquellos culebrones que nuestros abuelos vieron en el Teatro Principal: “El Hijo de Nadie o La Venganza del Perdón”; “Mancha que Limpia o el Sacrificio de una Madre”, “Pecado de Amor o La Mujer sin Rostro”. Todo mundo recuerda “Star Wars…”, etcétera. Películas como ésa se hacen en el Departamento de Efectos Especiales de los estudios cinematográficos. (Antes con la ciencia se hacía ficción; ahora hacer ficción es una ciencia). A esos efectos se les añaden seis o siete actores y, si es absolutamente necesario, un director. El género intergaláctico no es nuevo. Una de las primeras películas en la historia del cine fue Le Voyage dans la Lune, hilarante parodia de la novela “De la Tierra a la Luna”, de Julio Verne, filmada en 1902 por ese gran ilusionista francés que fue Georges Mélies. Mi edad infantil se emocionó con las series de aquellos dos grandes héroes intergalácticos, Buck Rogers y Flash Gordon. El Cinema Palacio, de mi ciudad, presentó en sus funciones de matiné “La Invasión de Mongo”, formidable serie en 15 trepidantes episodios. En uno de sus textos autobiográficos, García Márquez recuerda haberla visto en su temprana infancia. En cuestión de cine sucede muchas veces que aquello que creemos pasajero se convierte en clásico. Quienes vimos “Winchester ‘73” el año de su estreno, 1950, no sospechamos que al paso de las décadas sería referencia obligada en la historia de la cinematografía americana. Quizá sucederá lo mismo con estas películas que ahora mis nietos ven con entusiasmo: serán nostalgia suya, igual que esa película “de rancheritos” es ya nostalgia mía. “… Pues si vemos lo presente / cómo en un punto se es ido / y acabado, / si juzgamos sabiamente / daremos lo no venido / por… nostalgia…”. Sintamos todas las nostalgias, menos la del tiempo político pasado. Muchos males padecemos hoy, pero eso no debe llevarnos a extrañar los que sufrimos ayer, y a pedir que regresen. Vade retro!… FIN.
MIRADOR
Llegó sin avisar y me dijo de buenas
a primeras:
—Soy el número uno.
No me sorprendió oír eso. Constantemente escucho decir:
—Soy el número uno.
Le pregunté:
—¿Es usted el número uno número uno?
Respondió desafiante:
Soy el único número uno.
Le dije, cauteloso:
—Perdone que lo contradiga. Si fuera usted el único número uno no existirían el 11, el 111, el 1111, y así sucesivamente hasta llegar al 111111111111111111111111111 y aún más allá, hasta el infinito de los números uno.
Se quedó pensando largo rato, y supongo que al final decidió que tenía yo razón, porque se despidió diciendo:
—Soy uno de los números uno.
Pensé: así la cosa mejora. Todo en nuestras vidas, y en las de los demás, mejora cuando nos sentimos uno entre muchos.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Informe de AMLO en el Zócalo…”
No hay nada de singular
que lo quiera dar así.
Precisamente es ahí
donde más le gusta estar.