Poco duró el acuerdo —escasas dos semanas— de la Casa Blanca, donde los líderes de México, Estados Unidos y Canadá se comprometieron a trabajar juntos, de manera integrada en toda la región norteamericana para enfrentar, entre otras prioridades, futuras pandemias como la Covid-19. El advenimiento súbito de Ómicron, la nueva variante del SARS-CoV-2, mostró los polos opuestos en donde se encuentran. Las reacciones inmediatas del presidente Joe Biden y del primer ministro Justin Trudeau no podían haber sido más contrastantes que lo aletargado que se vio el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Biden y Trudeau cerraron el viernes sus fronteras a los pasajeros de vuelos procedentes de una decena de países africanos, tras el anuncio en Sudáfrica el jueves pasado del hallazgo de Ómicron. López Obrador estaba en su mundo, revisando el Tren Maya y la refinería de Salinas Cruz. El diario The New York Times reveló ayer que la acción de Biden, después de un briefing de sus asesores que le anticipaban con información preliminar que la variante podría ser más riesgosa que Delta y evadir el muro de las vacunas y los tratamientos, fue para ganar tiempo y esperar más evidencia de lo poderoso o no, de Ómicron.
Desde ayer Canadá, adicionalmente al cierre de vuelos, comenzó a exigir que todos los pasajeros por avión o tren dentro de ese país mayores de 12 años que no estén vacunados, no podrán viajar, como se había planteado desde el 30 de octubre pero que la nueva variante del coronavirus la aceleró y reforzó. Salvo con los países del cono sur africano y algunos en la África verde, no hay medidas de cuarentena, como se están aplicando a viajeros procedentes de aquella región, pero reforzaron sus medidas de monitoreo y supervisión en sus vuelos, como los mexicanos que viajen a ese país lo empezarán a notar en Air Canada. Las mascarillas también seguirán siendo obligatorias.
La lógica es similar a la empleada por la Casa Blanca, como describió el Times, que sería mejor ser criticado por tomar acciones en lugar de ser criticado por no tomarlas. López Obrador sí tomó acciones, aunque diferentes. Mientras el mundo reaccionaba por la alerta de Sudáfrica, el Presidente invitó a la ciudadanía a acudir al Zócalo este miércoles para conmemorar su tercer año de gobierno. Recomendó usar mascarilla, pero luego aclaró que no era obligatorio, por lo que cada quien podrá hacer lo que quiera. Ese mismo día, cuatro Estados del norte —Baja California Sur, Chihuahua, Coahuila y Sonora— retrocedieron de verde a amarillo en el semáforo epidemiológico, al aumentar el número de contagios de Covid-19, hospitalizaciones y muertes.
El lunes Biden dio un mensaje a la nación para tranquilizarla. Ómicron es un tema de preocupación, pero no de pánico, dijo. López Obrador minimizó el tema. Dijo que no había ninguna evidencia científica que probara que es más agresiva y letal que otras variantes, anticipando que no habría nuevas restricciones ni cerraría las fronteras. La convocatoria para ir al Zócalo, por lo tanto, se mantenía. Por la noche de ese día, cuatro Estados más —Aguascalientes, Durango, Puebla y Zacatecas— reportaron un incremento de contagios, según la Dirección General de Epidemiología.
El Presidente ya no quiso entrar más en el tema y dijo que el martes, como es la costumbre, hablarían de la salud. López Obrador tocó ayer el tema y se refirió, con razón, a lo que se ha estado criticando en el mundo sobre que el brote en África obedece a la falta de vacunas que se proporcionaron a ese país, pero se quedó en el discurso político. De Ómicron, sólo pateó la pelota a la cancha del zar del coronavirus, Hugo López-Gatell, que repitió lo que le había dicho previamente al Presidente de la falta de pruebas de que sea más virulenta y grave. Los funcionarios no están mintiendo per se, pero tampoco están mostrando preocupación por Ómicron. Éste es el problema, su displicencia, su soberbia y su negligencia.
La misma actitud tuvieron cuando estalló la pandemia, que provocó que su escenario catastrófico se incrementara en 500%, de 60 mil muertos máximo, a casi 300 mil, sin añadir las muertes relacionadas por la Covid, que casi llegan al medio millón, y la cifra oculta, analizada en el extranjero, que podría elevarlas a casi tres cuartos de millón. No aprendieron nada.
Aunque en esta ocasión se han guardado las sandeces, siguen chapaleando en la irresponsabilidad, como la convocatoria sin restricciones al Zócalo este miércoles, agravada por la falta de dirección del Presidente, cuando menos, para no confundir sobre el uso de las mascarillas y el distanciamiento social. Lo que importa es que tenga audiencia y que se deje querer por la multitud. Si se vuelve un foco de infección, ya lidiará en la mañanera con ello, encontrando algún responsable de ello.
El Presidente tiene un liderazgo que sintetiza la definición de ómicron, la decimoquinta letra del alfabeto griego de origen fenicio que se conoce como “la pequeña O”, porque Omega es “la gran O”. López Obrador, si lo comparamos ante esta nueva amenaza frente a las reflexiones, los diagnósticos, las prevenciones y las acciones de otros líderes, no sólo en países ricos, se ve muy pequeño.
Es notable, por lo fácilmente comparable, por lo que muestra en la precaria información que le proveen (o que comprende), en los diagnósticos —es mero eco de lo que le dice López-Gatell, que lo llevó al despeñadero en el manejo de la pandemia—, en la falta de variedad de escenarios que ayuden a la toma de decisiones —porque la discusión interna fue endémica, sin arriesgar opiniones de expertos que pensaran diferente al subsecretario—, y más que nada, en su discurso hueco y su dialéctica pobre.
La pandemia, sea la Covid-19 o su variante Delta o ahora la todavía poco explorada Ómicron, no es algo que le quitó o quita el sueño. Su prioridad es la política-electoral, porque parece que una vida bien vale muchos votos.