Johan Fabián Rodríguez Sánchez era un joven universitario con un futuro brillante. Ahora su nombre está en la larga lista de personas que han perdido la vida a manos de la delincuencia.
Lo que le pasó a él es aberrante: un vicioso ratero lo apuñaló en un asalto, justo afuera de la universidad donde estudiaba, en el conflictivo fraccionamiento Villas de Nuestra Señora de la Asunción, donde construyeron esta escuela de educación superior para que transformara el contexto social, lo que evidentemente no sucedió.
No consuela saber que su asesino supuestamente ya esté tras las rejas, y no importa porque Johan Fabián ya no está y eso es lo que importa.
Ayer mismo los compañeros de Johan salieron a manifestarse a gritos exigiendo lo que les corresponde por derecho: seguridad, porque no es la primera vez que la solicitan, necesitan sentirse seguros, y no que su patrimonio y hasta su vida puedan verse afectados por la terrible inseguridad que vive el Estado.
Imagínese el pánico de los miles de alumnos que tienen que trasladarse a sus escuelas en transporte público, o cruzar calles, avenidas y hasta baldíos para llegar a sus centros de estudio. Y el eterno miedo de los papás: saben que su hijo sale de casa, pero no saben si va a regresar.
Ayer mismo circulaba en redes el testimonio de una mujer policía que le sostuvo la mano al joven, quien agradecido y temeroso le pedía que no lo dejara morir. Ella no pudo hacer más que darle su mano y no soltarlo. Ella hizo lo que pudo.
Los que no hacen lo que pueden, porque no quieren, son las autoridades, quienes ni idea tienen, al parecer, de la indignación que causa este crimen.
Esto no es una tragedia, es una negligencia de las autoridades a las que les quedó grande el puesto y no han podido brindar seguridad a sus ciudadanos, porque esto no es nuevo, se repite una y otra vez.
No hace mucho tiempo que un empleado fue asesinado para quitarle su medio de transporte, una bicicleta. Ahora fue Johan, y pensamos: ¿qué podría traer de valor?, ¿un celular?, ¿dinero para el camión?, ¿lo necesario para comprarse un lonche?, ¿su mochila?, lo que haya sido, le costó la vida.
¿Qué cara le dan las autoridades a los padres de Johan, a sus compañeros de la universidad, a sus amigos, a sus maestros, a cada uno de los integrantes de la sociedad de Aguascalientes que sienten no temor, sino terror, de estar en el momento y lugar equivocados?
Ahora vendrá el discurso, las lamentaciones, las promesas y las condolencias, pero ¿esto va a cambiar? Ya sabemos la respuesta.
Johan, tú ya has trascendido, sabemos que tu nombre recordará un hecho horrible pero ojalá que sea referente para que esto termine, que la sociedad de Aguascalientes se sienta otra vez segura y en paz.