Luego de escuchar cuáles habían sido sus “peores navidades”, una de las ahijadas del Hogar de la Niña me preguntó cuál ha sido mi “peor Navidad. No me esperaba la pregunta. Suspiré, guardé silencio un momento y les narré que de niño creí que eran aquellas en las que los regalos debajo del árbol no eran precisamente los que pedía en la carta, pero sin duda, la peor experiencia navideña ocurrió el año en que mi mamá murió.
Al recordar su ausencia se me quebró la voz. Me coloqué los lentes oscuros para ocultar las lágrimas que amenazaban con escurrir. Respire hondo para relajarme. Y ahí, sentados en el pasillo afuera del comedor, justo frente a la capilla, nos quedamos mirando hacia la nada en un incómodo silencio durante un corto rato.
Cada uno removiendo recuerdos. Ellas también pensaron en sus mamás y por un momento nos sentimos identificados. Fuimos un puñito de huérfanos en tres metros cuadrados.
Afortunadamente sonó el teléfono y nos salvó a todos de seguir atorados en ese silencio, de seguir hurgando en los recuerdos de las “peores navidades”.
No les platiqué que el año que murió mi mamá, no tenía ni ganas de colocar el arbolito navideño, ni celebrar posadas, ni realizar la despedida del año viejo y bienvenida de año nuevo. Pero fue por ella, en su gusto por esas fechas, que se hizo todo lo anterior.
Cada 14 de diciembre nos reunimos en familia para celebrar su cumpleaños. Hacemos lo mismo cada 3 de abril, día en que se durmió. Mamá Ernestina nació en invierno y se despidió en primavera. Como hijos la honramos y nos unimos en su memoria, en agradecimiento a todo lo que hizo por nosotros, que allá dónde esté sepa que seguimos juntos, como ella nos enseñó.
Recientemente la soñé y me dijo que nos veríamos en cinco días. Me dio gusto verla y escucharla, pero la verdad es que no hay urgencia de reencontrarme con ella. Todavía tengo muchos planes aquí en la Tierra.
En cuanto a las “peores navidades” de mis ahijadas, solamente les puedo compartir que a su edad no tuve esas dificultades que ellas me compartieron. La vida ha sido muy buena conmigo y estoy agradecido.
Ellas me preguntaron si conocía a las decenas de personas que llevaron regalos para la próxima posada, y les dije que no. Es gente que respondió a una convocatoria, que apoya a sus semejantes. Almas que están agradecidas con la vida y comparten algo de lo suyo con quienes necesitan de su apoyo.
Cada madrina y padrino tienen su propia historia y motivación del porqué y para qué apoyan con regalos a las ahijadas del Hogar de la Niña y los angelitos de la escuelita de Mi Mano a tu Mano. Todas esas personas tienen nuestro agradecimiento y están en las oraciones de las ahijadas.
Les expliqué que esos regalos no son netamente objetos materiales, van más allá de ser una prenda. Se trata de un gesto de apoyo, en cada artículo está el mensaje de que ellas no están solas, hay gente que cree en ellas, que entiende su situación, que se solidariza. No siempre serán niñas y algún día recordarán que alguien, sin conocerlas, las apoyó.
Hoy día ellas reciben apoyo, el día de mañana ellas serán quienes apoyen a otras personas. Esos cientos de obsequios navideños son abrazos de alma, son semillas de esperanza que tarde o temprano darán frutos en ellas.