Para muchos es el señor licenciado don Mariano Fuentes del Bosque, magistrado en retiro del Tribunal Superior de Justicia del Estado de Coahuila. Para nosotros, sus primos, es Nanito. Mi padre y el suyo fueron hermanos. Mariano y Jorge eran sus nombres. Se querían entrañablemente, y cuando adolescentes hicieron un solemne juramento: cada uno le pondría a su hijo primogénito el nombre del otro. Por eso mi hermano mayor se llamó Jorge, y Nanito se llama Mariano. Vino al mundo con una inexplicable prisa de llegar a él. Su mamá, mi tía Lupita, hermosa de rostro y de alma, iba todos los miércoles a jugar brisca en la casa morada de los Fuentes. Asistían también mi tía Julieta, señorial señora, y mi madre, maestra de teatro y de vida. La anfitriona era la tía Conchita, sin padre ya y sin marido aún. A esa reunión para jugar la llamaban “la chillada” porque una vez la jugadora que perdió —50 centavos, creo— soltó el llanto, no por el dinero, sino por la mortificación de haber perdido ante la cuñada y las concuñas. En una de aquellas tardes a la tía Lupita, con un embarazo ya de 9 meses, “se le ofreció” (así se decía). Las señoras apenas tuvieron tiempo de acostarla en la cama que estaba más cerca y de hacer que Conchita saliera de la habitación, pues era señorita y no debía saber de tales cosas. El doctor Pascual Amarillas, médico de la familia, y Carmelita, la partera del barrio, fueron llamados con urgencia y acudieron presurosos, pero cuando llegaron la tía Lupita ya había salido de su apuro (así se decía), y Nanito anunciaba con sonoros ululatos su feliz advenimiento. Nadie habría imaginado entonces el futuro de aquel niño. Estudioso, dedicado, fue alumno con calificación de puros dieces desde la primaria hasta la universidad. Cursó en forma brillante la carrera de Derecho. Fue funcionario judicial de honestidad acrisolada. A ese respecto contaré una anécdota que no puedo repetir sin conmoverme. En cierta ocasión, siendo Nanito juez de lo familiar, sentenció a un marido irresponsable a pagar pensión alimenticia a la esposa a quien había abandonado con un hijo de brazos. El padre de la joven mujer, agradecido, le llevó a Mariano un billete de 100 pesos. El señor era ixtlero, esto es decir tallador de ixtle, una fibra que se obtiene de una planta xerófita espinosa. Para sacar un kilo de ixtle se necesitaba un día de durísimo trabajo bajo el cruel sol del desierto, y el kilo de la fibra se pagaba a 2.50 pesos. La cantidad que el campesino daba en calidad de regalo a posteriori al juez que había fallado en favor de su hija era, pues, fabulosa para él. Mariano rechazó el obsequio, pero el hombre le rogaba una y otra vez que lo aceptara, que por favor no lo desairara negándose a recibir esa muestra de agradecimiento. En una de las audiencias Mariano había visto al bebé de la madre, flaquito, desnutrido. Le dijo al abuelo de la criatura: “Mire: aquí enfrente hay una farmacia donde venden la leche tal, vitaminada, para bebés. Gástese los 100 pesos en botes de esa leche, y que su nieto se la tome a mi salud”. El señor le quería besar las manos. La Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Autónoma de Coahuila acaba de otorgarle a Mariano —a Nanito— el título de Forjador de la institución. Igual homenaje hizo a otro primo nuestro, también jurista extraordinario, el licenciado José Fuentes García. Me honro en llevar el mismo apellido que ellos llevan. Cuando el nombre de cualquiera de los dos es mencionado yo digo con orgullo: “Es mi primo”. Así me apropio de un pedacito de sus incontables méritos. Y, descarado como soy, no siento remordimiento alguno por consumar ese latrocinio… FIN.
MIRADOR
Cuando San Virila regresó al convento, sus hermanos en religión le preguntaron:
—¿Qué milagro hiciste ahora?
Respondió el frailecito:
—Hice el milagro de no hacer ningún
milagro.
El padre prior quiso saber:
—¿Cómo estuvo eso?
Relató San Virila:
—Fui al pueblo a pedir el pan para los pobres. En el camino me topé con el rey, que iba de cacería con su comitiva y con una de sus favoritas. Se detuvo al verme y me ordenó: “Haz un milagro para que lo vea mi amiga”. Pude hacer algún milagro y granjearme así el favor del rey. Pude, por ejemplo, convertir en sapo a uno de sus cortesanos. Eso habría divertido mucho a la mujer, y de seguro el rey me habría dado una magnífica limosna. Pero me contuve. Le dije que ése no era mi día de hacer milagros. Y es que los milagros no los hago yo: los hace el Señor, y son para su gloria, no para la diversión de nadie. No hice entonces el milagro que me pedía el rey.
Le dijo, admirado, el padre prior:
—¡Qué gran milagro hiciste!
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Aumenta la furia de AMLO
contra Loret de Mola…”
Loret, según mi entender,
viendo esa rabia sin par
no se le debe acercar,
porque lo puede morder.