El Presidente haría bien en detenerse a pensar que no todos los obstáculos que enfrentan él, su gobierno y sus colaboradores, son levantados por la oposición. Sobreestima su talento, recursos y alcances, pero al estar convencido de ello, su capacidad de análisis se reduce, su diagnóstico es errado y sus decisiones equivocadas. Tal parece ser el caso de los audios donde el fiscal Alejandro Gertz Manero se exhibe como un delincuente confeso, por la respuesta que dio sobre el espionaje del que fue víctima y sugerir que lo hizo la oposición con un equipo millonario para hackear teléfonos y obtener información para seguir en la “senda del golpismo mediático”. El Presidente necesita ubicarse, porque el daño a largo plazo recaerá en él.
Los audios no eran un golpe contra él. Tampoco era el destinatario de la divulgación de los explosivos materiales. La intercepción y difusión de los audios tenía como evidente propósito la destrucción de la credibilidad de Gertz Manero y la exposición del abuso del poder. Tiene el sello de un conflicto interno para descarrilar al fiscal. Los audios colocaron a Gertz Manero en una situación de riesgo, al dejarlo muy mal parado con la Suprema Corte tras mostrar contubernio en la demanda contra su familia política que se discutirá en el pleno el próximo lunes y obligar al Senado a llamarlo a cuentas, aunque sea por simular.
El presidente Andrés Manuel López Obrador sabe perfectamente cómo comenzó todo, porque fue Olga Sánchez Cordero, en vísperas de ser cesada como secretaria de Gobernación, quien le entregó de mano un expediente donde detallaba supuestas corruptelas de Scherer con una decena de despachos. No le puso demasiada atención, pese a su molestia con el consejero por señalamientos de corrupción que venía acumulando desde mayo, cuando comenzó a decirle a personas cercanas a él que se alejaran de Scherer y de su primo Hugo, hasta ese entonces estrategas electorales de Claudia Sheinbaum, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, de quienes sospechaba de abusos y excesos.
El expediente se lo turnó al fiscal, quien a partir de ese mapa, comenzó a armar los casos. Gertz Manero integró las carpetas de investigación, empezando por la de Caja Libertad, como se conoce al caso, que es la denuncia del abogado Juan Collado contra Scherer y cuatro abogados por presunta corrupción -la audiencia donde la Fiscalía General pediría que los abogados fueran vinculados a proceso y se les dictara prisión preventiva oficiosa, fue pospuesta ayer-. El presidente le pidió a Gertz Manero que sacara a Scherer del expediente, que hizo a regañadientes, pero le dio trámite a dos denuncias en donde aparece imputado Scherer, el caso del Cruz Azul y una denuncia del abogado Paulo Díez Gargiari, por el tema del Viaducto Bicentenario.
Gertz Manero, hasta donde se sabe, no le informó que había dado trámite a las denuncias contra Scherer en estos dos casos, cuyas denuncias fueron hechas después de la de Collado. Esta, que es la única ampliamente socializada, provocó enormes tensiones en el entorno del Presidente desde diciembre, que no han dejado de crecer e involucrado a cada vez más colaboradores cercanos a López Obrador. El tema del conflicto fue ventilado la semana pasada en Palacio Nacional, pero a López Obrador no le interesó tomarlo en sus manos. Le pidió a Lázaro Cárdenas, su jefe de asesores y quien ha sido uno de los más insistentes en que el Presidente atienda el caso, que estuviera al pendiente, porque pese a que ha estado molesto con Scherer por su presunta corrupción, dijo, todavía se sentía en deuda con todo lo que el ex-consejero hizo por él y su familia durante muchos años.
El desinterés del Presidente tuvo como consecuencia la difusión de los audios de Gertz Manero, sobre un tema de alta sensibilidad y crítica al fiscal por el abuso de autoridad que ha estado ejerciendo sobre su familia política y la manera como ha inyectado recursos públicos a vendettas personales, que podría alegarse buscaba descarrilarlo y, eventualmente, que el Presidente considerara que su colaborador había dejado de ser un activo, para convertirse en un lastre. Públicamente al menos, las cosas no se dieron como se esperaba.
La forma como el Presidente se ha referido al tema desde el lunes ha sido superficial, sin entrar al tema de fondo. Incluso, a pregunta expresa el lunes, dijo que no había escuchado los audios. Puede ser que no conozca los detalles, lo que no significa que esté desinformado de la evolución de la denuncia de Collado en el contexto del conflicto de Gertz Manero contra Scherer. Sin embargo, la forma como públicamente lo ha procesado es como si se tratara de un ataque contra él y no como una embestida interna contra el fiscal. No quiere darse cuenta de que el fiscal está contaminado, y si mantiene su defensa ciega, será un cáncer que se extienda por su cuerpo hasta convertir un problema que no era de él, en suyo.
Esto es irreversible. Podrá mantener el tiempo que quiera a Gertz Manero, pero no modificará su descrédito como fiscal y la certeza pública de que es capaz de violar la ley para satisfacer sus intereses particulares. Entre más tiempo esté en el cargo, más lastre le acumulará al Presidente. Internamente las cosas se han ido calentando y no han dejado de darse reuniones en los más altos niveles del gobierno para que el caso no se desborde más.
La suerte de Gertz Manero es una incógnita, aunque en su columna en El Universal, el informado periodista Roberto Rock reveló que se están manejando los escenarios sobre una eventual salida del fiscal. López Obrador está en la coyuntura ideal para deshacerse del fiscal y que el Senado ratifique su decisión. Pero necesita pensar fuera de la endogamia y entender que en el sacrificio de Gertz Manero, que se lo ha ganado a pulso, está su salida y fortalecimiento político.