Desde la mismísima primera noche de su matrimonio, aquel muchacho supo que las cosas no iban a ir bien con su mujer. En la suite nupcial terminó el primer acto amoroso del connubio, y el feliz novio quedó tendido en decúbito supino, o sea de espaldas, sobre el tálamo del himeneo, poseído por el dulce cansancio que sigue a la pasión sensual satisfecha. Su desposada lo vio así y le preguntó: “¿No vas a traer tu cartera?”. “¿Mi cartera? —se sorprendió el recién casado—. ¿Para qué?”. “¿Cómo para qué? —exclamó ella—. ¿Significa esa pregunta que no me vas a pagar por esto?”… ¿Qué hago en este momento, niño yo de sexto año de primaria? Estoy en el comedor de mi casa —es donde hay la mejor luz— haciendo la tarea. Debo escribir la lista de los ríos de Europa: Guadalquivir, Guadiana, Tajo, Duero, Ebro, Garona, Loira, Sena, Rhin… y aprenderla de memoria. Acaban de sonar las 7 de la tarde en el reloj de la Catedral cercana. Ya va a ser hora de cenar. Se abre la puerta del zaguán y entra mi padre. Es como si entrara Dios, o por lo menos su representante personal. Cuando lo veo siento que todo está bien en el mundo y que no hay nada qué temer. Viste su traje gris —tiene otro nada más, el negro— y lleva su sombrero de fieltro, sin el cual no saldría a la calle. Trae la bolsa del mandado. De regreso a casa se ha detenido en el mercado a hacer las compras. Eso es cosa de señores: las señoras no deben ir al mercado, pues se expondrían a los piropos de grueso calibre de los carniceros, que son gente de expresión rastrera. Otra cosa trae mi padre bajo el brazo: su periódico. ¿Qué periódico es ése? Es un vespertino, El Sol de Monterrey. Más barato que los de la mañana, tiene lo mismo, dice él. Mi padre lee las noticias de la primera plana, y me deja a mí las páginas interiores. Entre ellas viene una entera de “monitos”: “Dick Tracy”, “Mandrake el Mago”, “El Pato Pascual”, “El Ratón Miguelito”, “Joe Palooka”, “Red Ryder”, “El Fantasma”, “Li’l Abner”, “Las aventuras de Buck Rogers”, “Educando a papá”, “Lorenzo y Pepita”, “El otro yo del doctor Merengue”, “Trucutú”. También trae otra tira exclusiva del periódico regiomontano, con historias como la de Pancho Villa, hecha por un estupendo dibujante, Leonel García. Viene —increíble— un artículo diario en verso, “Musa popular”, escrito por un extraordinario versificador, Rosendo Ocaña, y una simpática columna humorística, “A través de mi cristal”, firmado por Tata Nicho, don Cipriano Briones Puebla, quien después sería mi maestro de periodismo junto con don Carlos Herrera Álvarez. No olvido una sección llamada “El pozo de la dicha”, en la cual, por medio de un número que sustituías por letras, podías conocer tu futuro. ¡Qué periódico aquel! Te informaba, te instruía y te deleitaba, todo por 15 centavos, que si no mal recuerdo era su precio. De esa fuente original, nacida hace 100 años, surgió “El Norte” —40 años cumplí yo escribiendo en él— y de ahí Reforma, Mural y Metro, que igualmente recogieron con generosidad mis textos desde su fundación. No es poca cosa el hecho de que una empresa periodística cumpla un siglo de edad. Eso implica visión en quienes la crearon, tesón y perseverancia en sus continuadores, legítimo orgullo de linaje, a más de talento y trabajo en la nueva generación. A estos 100 años, estoy seguro, seguirán muchos más de buen periodismo, verdadero, responsable y libre, en bien de México. Y habrán de perdonar ustedes que no diga más cosas acerca del periódico que leía mi padre, pero estoy ocupado tratando de aprenderme de memoria la lista de los ríos de Europa: Guadalquivir, Guadiana, Tajo, Duero, Ebro, Garona, Loira, Sena… FIN.
MIRADOR
Me habría gustado conocer a Ignacio Sánchez Mejías, matador de toros.
García Lorca lo inmortalizó en un poema. La mejor manera que un torero tiene de inmortalizarse es que lo mate un toro. A Ignacio lo mató uno, “Granadino”, que le desgarró el muslo derecho.
A más de ser torero, Sánchez Mejías fue poeta. Todos los toreros lo son. Cada una de sus faenas es un poema de vida y muerte. Pero el diestro sevillano alternó en la poesía con Federico, y además con Rafael Alberti, Gerardo Diego, Luis Cernuda. Se dice que él fue quien dio nombre a la llamada generación del 27.
Creo recordar unos versos que Sánchez Mejías dedicó a su pequeña hija:
Diez mil toros mataría
por quitarte una pena, niña mía.
Cien mil toros mataré
Para que nunca sepas lo que sé.
Me habría gustado conocer a Ignacio Sánchez Mejías.
Fue torero y fue poeta.
Eso es ser dos veces torero y dos veces poeta.
¡Hasta mañana!
MANGANITAS
“…Claudia Sheinbaum coincide
con López Obrador…”
Si AMLO, a su espíritu fiel,
dice que un perro es un gato,
Claudia no tendrá otro dato,
y coincidirá con él.