CIUDAD DE MÉXICO (EL UNIVERSAL).- Pablo Picasso es sin duda uno de los pintores más reconocidos a nivel internacional. Su estilo cimbró a la escena del arte no solo por su innovadora propuesta, sino también por su peculiar personalidad que lo hacía parecer en ocasiones un niño travieso cuyas pillerías se convertían en una verdadera fortuna.
Pablo Ruiz Picasso nació el 25 de octubre de 1881 en Málaga España, y murió el 8 de abril de 1973 en Mougins, Francia. En su aniversario luctuoso número 49, recordamos una peculiar anécdota que incluye un auto, un periodista mexicano y un bote de pintura.
Era el año de 1958, cuando el periodista mexicano Manuel Mejido hacía un viaje por Europa en busca de historias qué contar para el diario «Excélsior» y mientras cubría desde Francia el proceso de independencia de Argelia, buscó al pintor español para una entrevista.
Los comunicadores sabían que entrevistar a Picasso no era sencillo, pero logró concertarla tras insistir durante casi una semana a Jeanne, la asistente del artista. De París, Mejido se tenía que trasladar a Cannes, donde residía el pintor y gracias a que un buen amigo suyo le prestó un auto pudo llegar a la residencia donde vivía Picasso.
El vehículo en cuestión era un Citröen azul con capota blanca, de modelo viejo, pero con buen motor y llantas casi nuevas. Con ese auto llegaron a Villa California, «La fortaleza del ogro», como llamaban los lugareños al pintor.
La entrevista estuvo a punto de no realizarse debido a que Mejido no le había informado a Picasso que llegaría acompañado con periodistas de una televisora colombiana; sin embargo, tras espetarle algunas mentirillas, Mejido convenció al español para concederle la plática.
Durante su entrevista, narra Mejido en su libro «El camino de un reportero» (Grijalbo, 1984), Picasso habló sobre el cubismo, sobre el «Guernica», sobre la colección de cabras de hierro y latón que tenía adornando su inmenso jardín y de lo mucho que amaba a México, en especial por el apoyo que se les brindó a los refugiados españoles en 1939.
Cuando Mejido iba de salida, se topó con el Citröen pintado con flores en las salpicaduras y las puertas, de repente, Mejido escuchó una carcajada.
¡Era Picasso!, quien le decía:
«—Pinté en tu auto las guirnaldas de la paz».
Hábilmente, el periodista le increpó:
«—Maravillosas. Pero no las firmó, maestro.
«—¿Qué quieres, la pintura de Picasso o la firma de Picasso?
«—Las dos, maestro, hacen la mejor combinación».
Y fue entonces, cuando Picasso firmó su peculiar obra, escribiendo su nombre con tinta blanca en el guardabarros. Mejido vendió el vehículo a una galería de arte a su regreso a París, pagó a su amigo el costo del vehículo y ganó 6 mil dólares. En el libro de Mejido se puede apreciar una fotografía del vehículo pintado con los garabatos de uno de los grandes artistas de todos los tiempos y que actualmente es considerado el primer «Art car» de la historia.