A nadie de este mundo debo dar cuenta de mis actos más que a mi esposa, y eso no por obligación o por deber, sino por puro amor, que es la razón más pura para explicar cualquier acción. Hoy, sin embargo, quizás habrá alguien que me preguntará por qué traigo manchada la yema del dedo pulgar de la mano derecha. Le diré que así la traigo porque fui a votar. No le comentaré que voté por que AMLO se vaya a su casa: el sentido de mi voto sólo a mí me incumbe. Pero si quiere saber el motivo por el cual acudí a la urna le responderé que lo hice por una reflexión de orden filosófico, a más de por varias consideraciones políticas y cívicas. En ciertas circunstancias suelo preguntarme a mí mismo qué sucedería si todos actuaran como me propongo actuar yo. No afirmaré que eso es kantiano. Declararlo sería presunción. Es actitud semejante a la del tipo que puso esta advertencia en la defensa trasera de su vehículo: «No me sigan. Yo también ando perdido». Frente al dilema planteado por la revocación de mandato, votar o no votar, ponderé ambas posibilidades. Y concluí: si me abstengo, y todos se abstienen como yo, no pasará absolutamente nada. Las cosas seguirán igual, o peor, pues la base más firme de una dictadura es la indiferencia o silencio de aquéllos sobre quienes se ejerce. En tiempos de la dominación priísta había poca participación de los ciudadanos en las elecciones. Muchos decían: «¿Para qué voy a votar, si siempre gana el PRI?». No pensaban que siempre ganaba el PRI porque ellos no iban a votar. Cuando la gente se decidió a ir a las urnas sucedió lo que se creía imposible: el triunfo de un candidato de oposición en la elección presidencial. En esta ocasión, si todos los que pensamos que López Obrador está dañando a México hubiésemos votado por su salida quizá no habríamos logrado sacarlo del poder -la clientela que ha formado a base de dádivas es sumamente numerosa-, pero al menos le habríamos hecho ver que hay una oposición fuerte frente a él, y eso quizá lo haría moderar su absolutismo. En cambio, si sus partidarios fueron a las urnas en número aplastante, eso lo afincará en su convicción de que está haciendo bien las cosas y que puede seguir gobernando según su voluntad, y no en acuerdo con las leyes y el interés de la nación. Nada reprocho, por supuesto, a los que se abstuvieron de ir a votar. Ninguna autoridad tengo, mi moral ni inmoral, para hacer reproches a nadie. Yo soy quien más los merezco, y sobre muchas cosas. Quienes no acudieron a las urnas actuaron como actué yo: conforme a mi razón y a mi conciencia. Esperemos que este ejercicio inédito sirva para confirmar los valores en los que creemos quienes amamos a México por encima de la persona de un caudillo: la libertad, la democracia, la justicia. Que el resultado de lo sucedido ayer no contribuya al fortalecimiento de un régimen populista, demagógico y personalista, con tendencias cada día más dictatoriales, del cual muchos daños han derivado ya para nuestro país, y otros mayores aún derivarán. A ese propósito preparémonos a defender al INE de la embestida que seguramente ordenará López Obrador para tratar de destruir a uno de los pocos reductos democráticos que han opuesto su libertad y su autonomía a la desorbitada ambición de poder del monarca de la 4T. Cumplido mi deber de orientar a la República narraré ahora un lene chascarrillo. Noche de bodas. El novio, solemne, le dijo a su desposada: «Quiero que sepas, Loretina, que soy virgen. Guardé para ti la flor impoluta de mi castidad». «¡Joder! -exclamó ella con disgusto-. ¡Otro principiante!». FIN.
MIRADOR
Dijo un famoso diestro:
-Si no hubiera mujeres en la plaza los toreros no nos arrimaríamos.
Y un cierto amigo mío dice:
-Todo lo que en la vida he hecho ha sido por una mujer.
Sin una mujer los hombres somos nada. Por una mujer podemos serlo todo.
Cada mujer es la Gioconda. En cada una hay una Mona Lisa. Quiero decir que todas guardan un misterio. Toda la razón del hombre -del varón-, todas sus razones, pueden colgar de la pestaña de una mujer, y esa pestaña ni siquiera se inclinará un ápice.
Decir esto no es adulación, ni aun homenaje. Es lisa y llanamente reconocer la realidad. El verdadero sexo fuerte es el femenino. El machismo es expresión del temor de quien se sabe débil. El hecho de que las mujeres lleguen a dominar el mundo no será cosa del feminismo; será cosa de la naturaleza.
Por mi parte confieso que desde el mismísimo día que me casé he sido un mandilón. Lo sigo siendo hasta la fecha. Y créanme: me ha ido muy bien siéndolo. Además está científicamente comprobado que sólo hay dos clases de casados: los mandilones y los mentirosos.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
«…Revocación de mandato…»
Si López la ley respeta,
y no la asesta un revés,
ésta fue la última vez
que sale en una boleta.