“Su estrés se debe a la falta de actividad sexual —le indicó el médico del Seguro al hombre que lo consultó—. Debe usted tener sexo”. Esa misma noche el sujeto fue a una casa de mala nota. Terminado el acto que ahí lo había llevado, se vistió y se dispuso a salir de la habitación. “Oye —le dijo la mujer—. Págame”. “Ah, no —repuso el tipo—. Cóbrale al IMSS. Ésta es receta del Seguro”… El novio de Glafira, la hija de don Poseidón, la invitó a un antro el domingo por la noche. Regresaron a la casa de la chica cuando el sol había asomado ya las pompas por los balcones del oriente. Hecho una furia el genitor le preguntó al galancete: “¿Por qué trae a mi hija a esta hora? ¡Son las 7 de la mañana!”. Explicó el boquirrubio: “Es que entro a trabajar a las 8”… Se necesita tener muy mala entraña, o sea ser muy cabrón, para desear que fracasen las obras emprendidas por López Obrador. Sucede, sin embargo, que por mal planeadas llevan en sí mismas la semilla del fracaso. Lo estamos viendo ya en el caso del falsamente llamado Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, que hasta ahora ha probado ser sólo una entelequia de aeropuerto, vale decir una apariencia, una mentira, una simulación. Ahora bien. Hace algunas semanas le hice una pregunta a la persona más informada y que mejor informa sobre las cosas de Yucatán. No doy a conocer su nombre porque no cuento con su autorización para ello, pero sí pongo la respuesta que me dio. Le pregunté: “¿Cuál es su opinión acerca del Tren Maya?”. Su respuesta fue lapidaria, contundente: “Es una marihuanada”. Usó esa palabra, marihuanada, desde luego más clara y expresiva que el término “entelequia”. He hablado con expertos en cuestiones de transporte ferroviario, y todos coinciden en decir que será difícil contar con el volumen de pasajeros y de carga necesario para hacer costeable la operación de ese ferrocarril. A esa preocupación yo añado otra igualmente inquietante: será improbable que en cada estación del tren haya, como en el aeropuerto de la 4T, un puesto de tlayudas. Desde luego, AMLO no dará oídos a las protestas de los académicos, artistas, intelectuales y expertos en materia de ambientalismo que advierten sobre los graves daños que el nuevo trazo de las vías causará a una vasta zona pródiga en riquezas naturales y arqueológicas. Cuando el tabasqueño dice: “Esta mula es mi macho”, no hay poder humano —ni, al parecer, divino— que lo saque de su error. Seré sincero, pues tal es mi costumbre. (“Di la verdad y luego corre”, aconsejaba alguno). Yo deseo que el Tren Maya tenga buen éxito, por el bien de los mexicanos que viven en la importante región del país donde la línea operará, cuyos habitantes, muchos de los cuales viven en la pobreza, están urgidos de obras que los beneficien. Me pregunto, sin embargo, si se hicieron los estudios de mercado necesarios para justificar la obra y las afectaciones que al entorno ha causado su realización, o si a final de cuentas esta costosísima, trabajosísima y controvertidísima línea ferroviaria será, en efecto, una marihuanada, cosa bastante peor que ser solamente una entelequia… La mujer le contó a su psiquiatra: “Cuando un hombre me pide amor me entra una sensación de náusea”. Inquirió el analista: “¿A qué atribuye usted eso?”. “No sé —respondió ella—. Quizá se deba al hecho de que el hombre es mi marido”… Acompañado por sus padres, por un notable de la comunidad y por el cura de su parroquia, el joven Leovigildo fue a pedir la mano de su novia. El papá de la muchacha le preguntó, solemne: “¿Se siente usted capaz de hacer feliz a mi hija?”. “¡Uh, señor! —respondió con orgullo el pretendiente—. ¡Nomás la viera! ¡A veces hasta grita!”… FIN.
MIRADOR
Según es bien sabido, el pez grande se come al chico.
No obstante yo supe de un pez grande que no se comía al chico. Consideraba que eso era abuso cruel. Se alimentaba entonces de algas marinas. Eso le permitía gozar de buena salud sin tener que comerse a quien en última instancia era su semejante.
Un día, por desgracia, los peces grandes se enteraron de que había entre ellos un pez grande que no se comía al chico. Al saber eso se indignaron. ¿Qué iba a ser de la fama de los peces grandes? Le exigieron al pez grande que se comiera al chico. Cuando éste se negó, los peces grandes se comieron al pez grande.
Los peces chicos lloraron la muerte del pez grande, y le erigieron una estatua en agradecimiento porque no se los había comido. Hasta donde sé, es el único pez grande que tiene un monumento.
Este relato lleva consigo una moraleja. Es peligroso ser diferente, pero vale la pena arriesgarse. Siempre habrá alguien que te lo agradecerá.
¡Hasta mañana!
MANGANITAS
“… Zaldívar, posible fiscal…”
Tanto ha inclinado la frente
que la chamba tiene ya,
mas de seguro estará
pa’ servir al Presidente.