Los dos son mentirosos. Los dos hablan demasiado. Los dos son demagogos. Los dos son populistas. Los dos son injuriosos y ofensivos. Los dos son dados a amenazar a quienes se les oponen. Los dos son enemigos de la prensa libre. Los dos son desdeñosos de las instituciones. Los dos se sienten por encima de la ley. ¿Extrañará entonces que López Obrador y Trump se caigan bien y gusten el uno del otro? Desde luego, el supuesto afecto del americano feo por el Presidente de México siempre sonó a condescendencia, y la supuesta estima del mandatario mexicano por el gobernante gringo tuvo siempre cariz de sumisión. Es palabrería hueca la de AMLO, entonces, cuando dice que no permitirá que los políticos del país vecino usen a México de piñata en sus campañas, siendo que Trump lo cogió de piñata a él en su presentación de Ohio, y se jactó de haber doblegado a nuestro Gobierno, cuya actitud describió tan rendida como nunca había visto. Con amigos así, para qué quiere enemigos López Obrador. A mí me asombra ver todavía a Trump en la escena pública, siendo que debería estar en una cárcel, pues sus discursos de incitación a las turbas que aún lo siguen fueron causa directa del ataque contra el Capitolio de Washington, la agresión más violenta y estúpida contra la democracia norteamericana en los tiempos modernos. Ya se ve que allende el Bravo la ley y la justicia tienen fallas, lo mismo que aquende. En fin, nos ha tocado vivir tiempos de embaucadores políticos —iba a usar la palabra “charlatanes”—, y hemos de resignarnos a que Trump siga usando de piñata a México, mientras acá López Obrador sigue diciendo que Trump le cae muy bien… Ella se llamaba Corita; el nombre de él era Rano. Se conocieron en el club nudista al que ambos pertenecían, y se hicieron novios. Al poco tiempo del noviazgo ella le dijo en el club a su galán: “Ranito: creo que debemos suspender por algún tiempo nuestra relación”. “¿Por qué?” —se sobresaltó él. Respondió Corita: “Nos estamos viendo demasiado”… Conocemos a Jactancio Elátez. Hombre más vanidoso y presumido será difícil encontrar. Ególatra, altanero, narcisista, se cree la divina garza. (Y a todo esto, ¿cuál es el origen de esa rara expresión: “la divina garza”? Una teoría, entre varias, afirma que en Monterrey había una mujer que decía tener poderes para predecir el porvenir, y se presentaba con el nombre de la Adivina Garza. Cuando alguien se vanagloriaba de saberlo todo, o mucho, le decían: “Te crees la Adivina Garza”. Al paso del tiempo la frase se cambió por “la divina garza”. De ahí esa expresión). Cierto día Jactancio le dijo a una hermosa joven: “Iremos a comer pizza y luego te haré el amor”. “¡Oye no!” —protestó ella. “¿Qué? —se sorprendió Jactancio—. ¿No te gusta la pizza?”… En lo que atañe a la relación matrimonial doña Gelata asume la actitud de los fisiócratas del liberalismo económico: simplemente deja hacer, deja pasar. Sigue el ejemplo de la reina Victoria, que cuando el príncipe Alberto se le subía en la cama cerraba los ojos, resignada a lo inevitable, y se ponía a pensar en Inglaterra. Doña Gelata no piensa en Inglaterra, claro, pero sí en el alto costo de la vida, en la falta de servicio y en el vestido que se acaba de comprar su mejor amiga, a la que odia. Don Soleto, su marido, se desespera por la escasa movilidad de su mujer. Él quisiera que participara en el in and out que dijo Anthony Burgess, pero ella se mantiene fredda ed immobile come una statua, para usar la frase de Rossini en “El barbero de Sevilla”. Anoche don Soleto le dijo a su señora, exasperado ya: “Gelata: me casé contigo para toda la vida. Por favor, demuestra alguna”… FIN.
MIRADOR
Recibí ayer la noticia de la muerte de mi amigo Enrique Perales Jasso. La mañana, que era clara y alegre, se me anubló con esa triste nueva que me dio por el teléfono su amorosa hija, Karla.
“Quiquis Jasso” le decíamos en el Ateneo Fuente, de Saltillo, a ese querido compañero nuestro. Era brillante, de extraordinaria inteligencia y talento excepcional. Se disputaba el primer lugar del grupo con mi primo José Fuentes y con Jesús Alvarado Chávez. Los tres llegarían a ser juristas destacados.
Le atribuíamos a Quiquis un noviazgo inexistente con una linda y simpática chica ateneísta a quien llamábamos con el extraño mote de “La Clorofila” porque tenía grandes y profundos ojos verdes.
Enrique y yo compartíamos una afición: el Latín. Nos reuníamos en mi casa a estudiar las lecciones que de esa lengua muerta, tan viva, nos impartía el profesor Ildefonso Villarello, pero íbamos más allá y traducíamos al alimón las fábulas de Fedro y algunos epigramas de Marcial.
Descansó ya mi amigo. En los últimos años de su vida padeció ceguera, y uno de sus consuelos era comunicarse con quienes fuimos sus condiscípulos en el Ateneo. Pidió que sus cenizas se dispersaran en el mar. En alguna inmensidad como ésa volveremos a encontrarnos otra vez.
¡Hasta mañana!
MANGANITAS
“…Subirá más la temperatura…”
A ese respecto no sé
si se habla del calor
o del conflicto interior
que se ve en la 4T.