Dos ancianitos conversaban en su banca del jardín de la colonia. “¿Qué le parecen estos tiempos, mi señor don Simón? —le preguntó al otro—. Esto de la igualdad de géneros; esto de la liberación femenina; esto de las jovencitas tomando tequila, y viviendo solas, y teniendo relaciones prematrimoniales. ¿Qué le parece la llamada Revolución Sexual?”. “No me parece mal —respondió don Simón—. Lo único que siento es que esa revolución haya llegado cuando a mí ya se me acabó el parque”… Los inspectores de salubridad le preguntaron al criador de cerdos: “¿Qué les da de comer?”. Respondió el dueño de los animales: “Los alimento con sobras: desperdicios de restoranes; tortillas duras, lo que hallo”. Dictaminaron los inspectores: “Está usted atentando contra la salud pública al alimentar a sus cerdos de ese modo, y además viola los derechos porcinos de esos pobres animales al darles de comer basura. Pagará una multa de 500 pesos”. Al mes siguiente llegaron otra vez los inspectores. “¿Qué les da de comer a los marranos?”. El criador, escarmentado por la anterior visita, contestó: “Les doy fruta fina, mariscos, carne de prime, lo mejor”. “¡Qué barbaridad! —prorrumpió escandalizado uno de los inspectores—. Mientras millones de niños en el mundo sufren hambre usted da de comer así a sus cerdos. Pagará una multa de mil pesos”. Al mes llegaron de nueva cuenta los inspectores. “¿Qué les da de comer a sus marranos?”. “Miren, señores —replicó el individuo—. Cada día le doy 50 pesos a cada puerco pa’ que se compre lo que le dé su tiznada gana”… El visitante le dijo al bibliotecario. “Busco el libro ‘El Matrimonio Perfecto’, y no lo puedo hallar”. Inquirió el de la biblioteca: “¿Buscó en literatura de ficción?”… En el curso de unos ejercicios espirituales el predicador le hizo a bocajarro una pregunta a doña Panoplia de Altopedo, señora que bien podría ser calificada de fifí: “¿Quiere usted irse al Cielo o al Infierno?”. Ponderó ella: “El Cielo debe ser agradable, con el cántico de los serafines y los querubines, y sobre todo por su clima, pero estoy segura de que en el Infierno se podrá encontrar una mejor sociedad”… Un señor entró en el consultorio del doctor Duerf, analista de prestigio. Iba vestido de Napoleón; llevaba la mano en el pecho, el copete en la frente, todo. Le preguntó el psiquiatra: ¿Viene usted a consulta?”. “No, doctor —contestó el tipo—. Yo estoy perfectamente bien. La que me preocupa es mi esposa Josefina. Insiste en creerse la señora de González”… La feroz guerra de agresión que Putin, el Hitler de nuestro tiempo, ha movido contra Ucrania, ha traído consigo no sólo consecuencias políticas y económicas, sino también religiosas. El patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa lejos de condenar esa bárbara acción, la ha apoyado, y aun bendecido. Eso motivó una insólita declaración del Papa Francisco, que instó a dicho jerarca a no convertirse en “monaguillo de Putin”. Duras palabras, pero merecidas… El marido necesitó dictar una carta en su casa, y le pidió a su esposa, que trabajaba como asistente de un ejecutivo, que le tecleara la tal carta en la computadora. “¡Ah, no! —protestó ella—. ¿No crees que ya tengo bastante de eso en la oficina?”. El marido se resignó a la negativa. Fue a la sala, se preparó un jaibol y se puso a ver la tele. La señora pensó que había cometido un error al actuar así con su marido. Fue hacia él; se le sentó, mimosa, en el regazo; le acarició el rostro; le dio besitos en los labios y el cuello: lo llenó de incitantes caricias voluptuosas. “¡Ah no! —le dijo entonces él—. ¿No crees que ya tengo bastante de eso en la oficina?”… FIN.
MIRADOR
Si supieras lo triste que estoy, te entristecerías también.
He aquí que los incendios forestales han arrasado cientos de hectáreas de bosque en las montañas cercanas a mi ciudad, Saltillo.
No recuerdo siniestros de magnitud igual. El humo ha ensombrecido el claro cielo, y sobre casas y calles cae ceniza.
Arde el cañón de San Lorenzo en la sierra de Zapalinamé, paraje de belleza inmarcesible, y los habitantes de un poblado de bello nombre, Sierra Hermosa, debieron ser evacuados de sus casas para evitar mayores desgracias.
Los encargados de proteger ese valioso patrimonio, el del bosque y la fauna que lo habita, luchan denodadamente para apagar los fuegos que el viento ha avivado. Todos los recursos han sido puestos en práctica a fin de combatir las llamas. Los incendios no se acaban. Las lluvias de mayo llegaron ya, pero en varias partes estos infiernos siguen.
Estoy triste,
Si supieras lo triste que estoy, te entristecerías también.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…La Sierra Madre Occidental
en peligro por los taladores…”
Con gran dosis de cinismo
me comentaba un compadre:
“Caray, a la Sierra Madre
le están dando en donde mismo”.