Los refranes están hechos con un mínimo de palabras y un máximo de buen sentido. Eso significa que las máximas deben ser mínimas. “Los dichos de los viejitos —dice un dicho—, son evangelios chiquitos”. No es por llevar la contraria, pero yo no me fío mucho de los refranes. Por principio
de cuentas, algunos se contradicen entre sí.
Uno afirma: “A quien madruga, Dios lo ayuda”. Otro, niega: “No por mucho madrugar amanece más temprano”. Luego, el refranero de los diversos pueblos es bastante misógino. Se ve que los adagios están hechos por hombres, desde Salomón, que después de follar con la reina de Saba se ponía a dictar proverbios contra la lujuria, hasta el rústico filósofo machista que postuló aquello de “La mujer, como la escopeta, cargada y en un rincón”. Finalmente, los dichos generalizan siempre; postulan reglas fijas, y no admiten eso que da a la vida su sabor: las excepciones. Por fuerza debe haber habido algún
camarón que se durmió y no se lo llevó la corriente. La llamada sabiduría popular tiene a veces mucho de popular y poco de sabiduría.
Una antigua sentencia, por ejemplo, condena al que anda a la vuelta y vuelta, “como burro de noria”, y que por tanto a ninguna parte llega. Pepito, sin embargo, contradijo ese concepto. Su padre regresó cierto día de un viaje y vio a su crío en una flamante bicicleta.
“¿De dónde sacaste ese biciclo?” —preguntó el señor, que no gustaba de ver la misma palabra repetida en un mismo parágrafo.
“La compré con mi dinero” —repuso, ufano, el muchachillo. Inquirió —que no preguntó— de nuevo el genitor: “¿Y, cómo obtuviste esa suma?”. “Caminando alrededor del parque” —replicó Pepito. “No entiendo” —se intrigó el papá. “Cuando tú sales de viaje — explicó el niño— el vecino viene a visitar a
mi mamá; me da 50 pesos y me dice: ‘Anda, Pepito; vete a dar una vuelta’”. Otro dicho
señala, categórico: “Los extremos se juntan”. Pero a veces los que se juntan son los centros. (“Con que los centros se junten, aunque los holanes cuelguen”, decretó mi señora abuela, mamá Lata, cuando una nuera suya le expresó su inquietud porque su hija, muchacha muy bajita de estatura, se iba a casar
con un proceroso galán de 1.90 de estatura).
Debo reconocer, no obstante lo ya dicho, que a veces los extremos sí se juntan. El león era el más fuerte animal de la selva, y el monito el más débil. El feroz felino oyó decir que el mico era un gran conversador, y fue a buscarlo. Cuando el mono lo vio venir se trepó apresuradamente a lo alto de una palmera, temeroso. El león lo tranquilizó; le dijo que lo único que deseaba era charlar con él. “Si bajo
de aquí —respondió el monito— me comerás, seguramente”. “Podría hacerlo —replicó la fiera—, quia nominor Leo (porque me llamó león), pero no es ése mi propósito. Y para probarte la bondad de mi intención me ataré yo mismo las patas delanteras y traseras con estas fuertes lianas, y así podrás bajar de tu refugio para tener un rato de palique”. “¡Eso es peor!” —se asustó el mono. “Palique, amigo mío —aclaró el león—, quiere decir conversación intrascendente, charloteo. Anda, baja, que estoy atado ya y sin movimiento”.
Cauteloso, con recelo, se avino el mono a dejar el amparo de la altura, y descendió de la palmera. Se cercioró muy bien de que el león estaba impedido de todo movimiento, atadas como tenía las cuatro patas por las resistentes ligaduras que él mismo se había puesto, y se le acercó, tembloroso. “¿Por qué tiemblas así? —le preguntó el león—. Ya ves que estoy atado y no puedo moverme. ¿Por qué estás
tan nervioso?”. Tímidamente respondió el monito: “Es que es la primera vez que voy a despacharme un león”… FIN.
MIRADOR
—Señor —preguntó el padre Soárez al Cristo
de su iglesia—. ¿Cómo te debemos adorar?
—¿Cómo me adoran los hombres? —preguntó el Señor a su vez.
Respondió el padre Soárez:
—Generalmente por medio de ritos. Van al
rito junto con otros que van al rito también y
ahí hablan de ti y te alaban.
—Es bueno reunirse en el nombre de Dios
—dijo el Señor—, pero esa reunión sólo será
digna de Él si redunda en actos buenos para
los hermanos. De otra manera la reunión será forma hueca, ceremonia vacía de sentido.
—Entonces, Señor —insistió el padre Soárez—, ¿cómo te debemos adorar?
Y contestó el Señor:
—Adora a Dios en sus obras. Adora a Dios
con tus obras.
El padre Soárez entendió eso, y supo que orar
es bueno, pero que la mejor oración es la obra
buena.
¡Hasta mañana!
MANGANITAS
“…México tendrá que importar lana virgen…”
Se ocurren raras ideas,
y aquí pondré un suponer:
¿Lana virgen? Ha de ser
la de las borregas feas