Bustolina Granderriére, vedette de moda, usaba únicamente ligas negras, las cuales destacaban sobre la blancura de sus muslos. Le preguntó una amiga: “¿Por qué traes siempre ligas negras?”. Respondió Bustolina: “En memoria de todos los que han pasado al más allá”… Él y ella tuvieron una cita de amor. Las acciones llegaron bastantito lejos. Consumado el trance el romántico, el joven le dijo a su novia: “Dulciflor: he sembrado en ti la semilla de la esperanza”. “¡Uta! —exclamó ella. (Se ve que era bastante menos romántica)—. ¡Ojalá no haya cosecha!”… Don Algón y su socio, don Santurio, contrataron a una nueva secretaria, la señorita Rosibel, linda de cara y escultural de formas. Don Santurio, portaestandarte de la Legión Angélica, piadosa cofradía, había leído la solicitud de empleo de la chica. En el renglón correspondiente a sexo puso ella: “Jamás me he opuesto”. Eso preocupó grandemente al devoto caballero, quien se sentía responsable de las almas de todos aquellos que vivían a 10 kilómetros a la redonda. Le dijo a don Algón: “Debemos enseñarle a esa muchacha la diferencia entre el bien y el mal”. “Me parece una buena idea —aceptó el salaz ejecutivo—. Tú encárgate de enseñarle lo concerniente al bien, y yo le enseñaré todo lo relativo al mal”. Esas nociones, las del bien y el mal, son adquiridas, no innatas. Se aprenden —o por lo menos deberían aprenderse— en el hogar, en la escuela, en la iglesia. El aprendizaje, sin embargo, requiere de condiciones dignas que permitan al educando aprender —aprehender— los valores e ideas que dan sentido y orientación a la vida de la criatura humana, y la distinguen de la existencia elemental de otros animales. (Porque animales somos los humanos, dicho sea sin agraviar). Si algún enemigo tiene la cultura, ese enemigo es la pobreza, para la cual no hay valor que valga. “Primero comer, y luego ser cristianos” rezaba un viejo adagio. Otro, latino, decía: “Necessitas caret lege”. La necesidad carece de ley. (El pueblo entendió mal la frase, y tradujo sabrosamente: “La necesidad tiene cara de hereje”, lo cual tiene más fuerza y colorido. Eso prueba que hasta cuando entiende mal el pueblo entiende bien). En efecto, es difícil aprender con hambre. En cambio —lo dijo Martí—, ganado el pan el verso sale solo. Digo todo esto (y si me apremian diré más) porque con frecuencia escucho decir que todos los males que padecemos, más los que se acumulen la próxima semana, se deben a la falta de educación. Quizá se deban a la falta de comida, pienso. Un pueblo desnutrido tendrá dificultad para aprender… Log the Hog, luchador profesional, llegó a su departamento cuando no era esperado, y encontró a su mujer refocilándose en el lecho conyugal con su mejor amigo. Tomó al sujeto en sus membrudos brazos y lo arrojó al vacío por la ventana (vivían en el piso 42 del edificio). “¡Ay, Log! —le dijo la señora con lamentosa voz—. ¡Si sigues con esos absurdos celos te vas a quedar sin amigos!”… Un comité de damas presidido por doña Tebaida Tridua, celadora de la pública moral, presionó al alcalde en tal manera que éste se vio obligado a cerrar todas las casas de mala nota que había en el lugar. Antiguo oficio, sin embargo, es el que en esos locales se practica, y necesario para el sosiego y buen andar de las ciudades, de modo que las dichas casas abrieron pronto sus puertas otra vez, disfrazadas ahora de clubes privados. A una de ellas llegó don Feblicio, maduro caballero, y llamó a la puerta. Abrió el encargado, y para cubrir las apariencias le preguntó muy serio: “¿Miembro activo?”. Respondió con un suspiro el añoso señor: “Espero que sí”… FIN.
MIRADOR
Simeón hizo construir una columna, y subió a ella para apartarse de los hombres y entregarse del todo a la oración.
Como alcanzaba todavía a oír las voces de la gente, pidió que le hicieran más alta la columna.
Y un día que escuchó risas ordenó que la columna se elevara más aún.
Murió Simeón, y se vio en la presencia del Señor. Pensó que el Padre lo admitiría en su casa. Después de todo había hecho aquella columna para alejarse de los hombres y acercarse a Dios. Pero el Señor le dijo:
—Al alejarte de los hombres te alejaste también de mí.
—¿Acaso estás en ellos? —le preguntó, angustiado, Simeón.
—No estoy en ellos —replicó el Padre—. Soy ellos.
Tuvo que regresar al mundo Simeón. Pero ya no trepó a la columna. Se dedicó a hacer el bien a sus hermanos. Ésa fue su oración. Vivió segunda vida, pero no tuvo ya segunda muerte. Ahora se le llama San Simeón el Estilita. Y a él le da vergüenza eso de “Estilita”, pues le recuerda aquella columna que lo apartó del mundo de los hombres, que es también mundo de Dios.
¡Hasta mañana!
MANGANITAS
“…El cine está lleno de sexo…”
Si la moral nos define
causa inquietud muy profunda
mirar cómo el sexo abunda
en el cine. En cualquier cine.