Estaba yo en Radio Concierto, la emisora cultural que fundé con mi familia, cuando sonó el timbre de la puerta. Fui a abrir -no teníamos para pagar portero, recepcionista o guardia- y me llevé una gran sorpresa: quien timbró era Luis Echeverría, ex Presidente de México. Lo acompañaba Enrique Cárdenas González, quien fue gobernador de Tamaulipas. Los invité a pasar y me explicaron que venían en automóvil en viaje de Torreón a Monterrey, y al acercarse a Saltillo oyeron en el radio nuestra estación. Quisieron conocerla, pues no sabían de ninguna otra semejante en el país. Les mostré la casa que fue de mis ancestros y que conservamos con sus muebles, sus cuadros y sus objetos de uso cotidiano. Mis paisanos saltillenses la consideran un museo. Luego vieron la radiodifusora y firmaron el libro de visitantes. Después se retiraron. Pasó algo así como un mes, y una empresa de mensajería nos entregó una gran caja. En ella venía una colección de CDs con la obra completa de Beethoven, y numerosos elepés pertenecientes a la excelente serie “Voz Viva de México”, editada por la UNAM. Era un regalo de Echeverría, quien en una expresiva carta me manifestaba su agradecimiento por haberlo recibido con su amigo y me felicitaba por la labor que en Radio Concierto llevamos a cabo. Es éste el último recuerdo que conservo de Echeverría. El juicio de la Historia le ha sido adverso, no sólo por su involucramiento en los sucesos del 68 y el 71, sino también porque se le considera el iniciador de las políticas que hicieron perder a nuestro país la estabilidad económica que había conservado, y que lo llevaron a graves crisis que mucho perjudicaron a los mexicanos. Esas políticas las ha revivido el actual Presidente de México, en quien parece haber encarnado el espíritu del mandatario fallecido. El basamento ideológico de la 4T tiene más de una semejanza con el del régimen echeverrista. Tal se diría que antes de irse de este mundo Echeverría vio lo que estaba haciendo AMLO y dijo con el poeta: “Non omnis moriar”. No moriré del todo. Grande fue la cólera de doña Macalota, la esposa de don Chinguetas, cuando lo sorprendió en el lecho conyugal junto a una estupenda morenaza con la cual, según se notaba, tenía bastante familiaridad, pues se dirigía a ella con expresiones tales como “Mamasota”, “Negra linda” y “Coshas de papá”. Justamente indignada la señora prorrumpió en dicterios de mucho peso contra su casquivano marido. Don Chinguetas le dijo con tono de reclamación: “Me hiciste que dejara el cigarro; me hiciste que dejara la bebida; me hiciste que dejara la partida semanal de póquer con mis amigos, ¿y ahora quieres que deje también esto? Caramba, mujer, no tienes llenadera”. Castalio, virtuoso joven, casó con Matressa. Al empezar la noche de las bodas le dijo con solemnidad: “Quiero que sepas, Matty, que jamás he tenido trato de carne con mujer. Me conservé puro para el matrimonio, y serás tú quien cortará la impoluta flor de mi virginidad”. “¡Suerte la mía! -exclamó Matressa con disgusto-. ¡Otro al que tendré que decirle cómo se hacen las cosas!”. La preocupada madre habló por teléfono con su hijo, que estudiaba en la universidad de una ciudad lejana. Le preguntó: “¿Estás saliendo con chicas buenas?”. “Sí, mamá -le aseguró el muchacho-. No tengo dinero para salir con chicas malas”. El doctor Ken Hosanna jamás había visto un caso igual. La paciente que acudió a su consultorio tenía las bubis apuntando hacia arriba igual que astabanderas. Le dijo el facultativo a la mujer: “Señora: equivocó usted la receta. Las pastillas azules que le di no eran para usted. Eran para curar la disfunción eréctil que sufre su marido”. FIN.
MIRADOR
Si tienes una esposa, ámala.
Si tienes un hijo, guíalo.
Si tienes un padre, escúchalo.
Si tienes una madre, cuídala.
Si tienes un hermano, acompáñalo.
Si tienes un amigo, consérvalo.
Si tienes un enemigo, ignóralo.
Si tienes un maestro, óyelo.
Si tienes un perro, aprende de él.
Y si tienes un sueño no lo pierdas, pues al perder tu sueño tú también te perderás.
¡Hasta mañana!
MANGANITAS
“…’No me reelegiré’, dice AMLO…”
Por eso lo felicito
y le aplaudo con fervor.
Lo malo es que yo al señor
no le creo ni el Bendito.