“20 posiciones para hacer el amor”. Tal era el sugestivo título del libro que don Frustracio estaba leyendo en la cama. Muy distinto el nombre del que a su lado leía doña Frigidia, su mujer. Se llemaba “21 pretextos para no hacer el amor cuando no quieras hacerlo”… Una señora se presentó ante el juez de lo familiar y le dijo de buenas a primeras que quería divorciarse de su esposo. El juzgador le preguntó por qué. “Verá usted, señor juez —explicó la demandante—. Mi marido tiene un hermano gemelo tan parecido a él que siempre los confundo. A veces mi cuñado viene a la casa, se hace pasar por mi esposo y tenemos sexo”. “¡Qué barbaridad! —se consternó el letrado—. Éste es un caso sumamente delicado. Pero alguna diferencia debe haber entre su marido y el hermano de él”. Respondió la señora: “La hay. Y la diferencia es muy grande, señor juez. Por eso quiero divorciarme de mi esposo”… Soy el afortunado dueño de un chorro de agua pequeñito en copropiedad con el señor don Dios. No es mucha esa agua que encontró mi buen amigo Sergio García y que sacó a la luz otro amigo bueno, Poncho Garza, pero bastó para regar los pinos piñoneros que plantamos hace años y que ahora nos dan piñones que compartimos amistosamente con las cotorras serranas, ruidosas visitantes en tiempo de cosecha. Ese paraje, llamado “El temporalito”, era un erial. Ahí se daban sólo matorrales y huidizas liebres. Ahora es un bosquecillo que nos brinda verde belleza y fresca sombra, a más de los piñones de cutis amujerado que antes dije. Nada de eso existiría de no ser por el agua, portadora de la vida. Hay una cosa: el agua tiene dueño. No es como el aire, al que cantó Neruda en una de las bellas odas que componía cuando se quitaba de escribir panfletos. El aire no es del hombre. Lo poseen las alas de los pájaros, las nubes, las hojas de los árboles. El agua, en cambio, es de Juan o de Pedro. Aunque la veas correr libre por el campo en la forma de acequia, arroyo o río, pertenece a alguien. Si vas a Arteaga, hermosa villa, Pueblo Mágico cercano a mi natal Saltillo, te deleitará ver la clara linfa que corre bajo los centenarios álamos y los sabinos que nuestros bisabuelos conocieron. Pues bien: esa corriente no es res nullius, como decían los romanos de lo que no era de nadie. Tiene dueño: una hora es de Fulano, dos de Mengano, tres de Perengano, que la cuidan como preciado bien, pues con ella riegan los huertos o labores de donde sacan el pan para sus hijos. Por eso no se debe hablar con ligereza de llevar el agua de tal parte a tal otra, o de quitársela a unos para darla a otros. Mientras Diosito se acuerda de que se le ha olvidado convertirse en lluvia hay que buscar en diálogo de todos, con prudencia y buena voluntad, la manera de dar agua a quienes la están necesitando. Aquí no caben demagogias, y menos aún abusos o ilegalidades. ¡Aguas!… El padre Arsilio les preguntó a las señoras que asistieron al retiro: “¿Saben ustedes qué diferencia hay entre adulterio y fornicación?”. “Ninguna, padre —se apresuró a contestar Ligeria, la coqueta del pueblo—. Yo he cometido las dos cosas y se siente exactamente igual”… La abuela era algo sorda. Dos de sus nietas mayores estaban charlando cerca del sillón en que la anciana señora solía sentarse. Una de ellas hizo alusión a un pueblo que había visitado en el cual la tierra era tan buena, y el clima tan propicio, que las frutas y legumbres que ahí se cosechaban alcanzaban tamaño inusitado. “Mira —le dijo señalando con ambas manos—. Las naranjas son así de grandes, y los pepinos así”. Preguntó con notorio interés la abuelita: “¿Quién? ¿Quién?”… FIN.
MIRADOR
Me habría gustado conocer a miss Cornelia Dayton.
Inglesa, vivió en Londres a mediados del siglo antepasado. Era de posición acomodada. Tanto de su padre como de su madre recibió haberes que le permitían vivir, si no con lujos, sí con desahogo.
No casó nunca, por más que tuvo buenos pretendientes. Dos amigas suyas habían muerto al dar a luz, y ella le cobró miedo al matrimonio. Decía. “Prefiero estar sola en mi casa que acompañada en el cementerio”.
Miss Dayton era gran fumadora. Dejó de fumar, sin embargo, cuando supo que el tabaco era producto del trabajo de esclavos en Estados Unidos. Quienes asistían a su tertulia la tildaron de socialista, y le dijeron que con su acción no iba a transformar el mundo.
—No —admitió ella—, pero me voy a transformar yo.
Me habría gustado conocer a Miss Cornelia Dayton. No era socialista. Era, sí, humanista. O sea humana.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Juez concede amparo
a un asesino serial…”
Antes, considero yo,
el juzgador mencionado
debió haber amparado
a los que el hombre mató.