En la última semana dos asesinatos han conmocionado a la comunidad médica, y en sí a toda la sociedad, ya que criminales cortaron de tajo la vida de dos personas cuyo único delito fue hacer el bien a la humanidad.
Primero fue una mujer, anestesista, quien fue asesinada a balazos por un tipo que la quería ultrajar y ella, al oponer resistencia, fue masacrada. El crimen ocurrió en la Sierra de Chihuahua, que en los últimos tiempos ha padecido la extrema violencia, pues recordemos que hace muy poco ahí fueron asesinados dos sacerdotes dentro de su parroquia. Al joven pasante, a quien le quedaban sólo dos semanas de servicio social, lo mataron en un consultorio en Durango.
Pero el hecho de que dos jóvenes médicos hayan sido asesinados cuando realizaban su trabajo puso en alerta no sólo a la sociedad, sino al sector salud, tan vapuleado los últimos años a causa de la pandemia, y por lo menos ya se puso en la mesa el no mandarlos a zonas de riesgo, pues están solos, viviendo con lo indispensable, ganando una miseria, mal comiendo, mal durmiendo y aunque eso los foguea, por lo menos dos médicos pagaron con sangre las condiciones en las que realizaban su labor.
Aunque algunas facultades de Medicina están de acuerdo en ya no exponer a sus egresados, también es cierto que sólo con el servicio social, internado y residencias es que van adquiriendo las habilidades necesarias que los hacen competitivos para un mercado saturado de profesionales de la salud.
En este sentido ya se pronunció también el director de la Secretaría de Salud federal, quien comparte el pesar pero difiere y dice que no es oportuno ni aconsejable suspender las prácticas médicas en zonas inseguras, pues son básicas para la formación de los nuevos galenos, pero ¿a costa de su vida?, pues recordemos que el joven médico atendía a varios sujetos intoxicados y quedó en medio de un pleito ajeno, siendo el único que perdió la vida en la caótica situación.
Es entonces cuando ya no suena descabellado el plan del presidente López Obrador de traer médicos cubanos para cubrir esas plazas, pues aunque primero se ofertaron para los mexicanos, muy pocos aceptaron precisamente por las razones de no sentirse seguros ni protegidos, pero también se abre otra cuestión delicada, si vienen los médicos caribeños ¿quién les brindará la necesaria seguridad? ¿El Estado mexicano?, entonces, ¿por qué no empezar con los de casa?
Por lo pronto varias universidades han manifestado su postura, y por lo menos de donde egresaron los jóvenes decidieron ya no mandarlos a zonas de riesgo, que prácticamente es todo el país, ya que lamentablemente ya no hay un lugar seguro en la geografía nacional, por terrible que esto suene.