Talentoso, chispeante y una improvisación a la hora de actuar que pocos han alcanzado en Hollywood, así era Robin Williams, un hombre que detrás de una máscara de alegría se ocultaba un problema neurológico grave, que lo llevó el 11 de agosto de 2014 a tomar una decisión trágica.
En sus últimos años de vida algo estaba pasando con el actor, su capacidad para reinventar cada personaje, de improvisar y de rematar con total soltura cualquier diálogo en el libreto se había esfumado, ahora se había vuelto gris, lento y le costaba muchísimo recordar sus líneas, algo estaba sucediendo en la cabeza del actor, porque detrás de cámaras, en su vida privada, estaba sufriendo depresión, ansiedad y paranoia, sumando a esto un primer diagnóstico de Parkinson, que tenía como síntoma evidente el temblor de su mano derecha.
Williams dejó de aceptar proyectos e invitaciones a programas, sus salidas eran limitadas y en casa ya dormía en un cuarto independiente del de su esposa Susan Schneider, su insomnio no hacía posible esa convivencia con ella. La noche anterior a su muerte habían cenado y despedido como todos los días, deseándose buenas noches, al día siguiente su asistente pasó a buscarlo y al no recibir respuesta tuvo que forzar la cerradura de la puerta de su habitación, porque estaba cerrada por dentro y encontró una escena terrible, el actor se había colgado usando un cinturón.
Cuatro días después de este hecho el departamento de policía del condado de Marin, en California, confirmó la causa de la muerte, suicidio; pero la necropsia reveló algo peor, se encontraba en la última etapa de la demencia con cuerpos de Lewy (LBD), un trastorno neurodegenerativo que afecta a todo el cerebro, el cual se encontraba tan dañado que el actor tenía una esperanza de vida de no más de tres años, con sus capacidades cognitivas totalmente mermadas.
A una década de este triste acontecimiento, el ambiente artístico no sólo de Hollywood sino del mundo, se ha abierto a hablar sobre la importancia de la salud mental, aunque en el caso de Robin era una cuestión neurológica más que psicológica; por eso no es raro que estrellas como Selena Gomez o Demi Lovato hablaran de su trastorno bipolar, o que la cantante argentina Tini Stoessel, el actor Brad Pitt o Zac Efron declararan que sufren depresión, etcétera; lo que hace que la gente cambie su percepción sobre estas condiciones de vida.
Lo que es cierto es que el legado artístico que Robin Williams dejó es muy basto, desde sus primeros trabajos en la serie «Mork & Mindy» (1978) y la película «Popeye» (1980), que dieron las primeras muestras de la genialidad de este actor nacido en Chicago en 1951; hasta proyectos que le valieron el reconocimiento no sólo del público, también de la crítica especializada y la industria como, «Buenos días, Vietnam» (1987), «La sociedad de los poetas muertos» (1989), «Despertares» (1990); «Mente indomable» (1997) o «Retratos de una pasión» (2002).
Pero hubo otros trabajos que le dieron el corazón de la gente y en los cuales pudo explotar su talento para reinventar, improvisar y sacar una sonrisa de quien fuera, ejemplo de ello es «Hook» (1991), donde dio vida al niño eterno Peter Pan, «Aladdín» (1992) donde dio voz al Genio, que es un fiel reflejo de su personalidad; «Papá por siempre» (1993) película en la cual dio vida a las señora Doubtfire, que es el alter ego de un padre que hace todo por estar con sus hijos; «Jumanji» (1995) donde comparte pantalla con una jovencita llamada Kirsten Dunst, o las tres partes de «Una noche en el museo» (2006, 2009 y 2014), en la cual dio vida a la escultura de cera de Theodore Roosevelt y que fue el último personaje que hizo antes de fallecer.
Fue multipremiado, ganó un Oscar en 1998 como Mejor Actor de Reparto por «Mente indomable», que le dio también un Premios del Sindicato de Actores; se ganó en cinco ocasiones un Globo de Oro, dos premios Emmy y tres Premios Grammy por Mejor Álbum de Comedia, «A Night at the Met» en 1987, «Good Morning, Vietnam» en 1989 y «Robin Williams Live» (2003).
Fueron 80 películas y 57 participaciones en televisión, además de sus muchos espectáculos de comedia, que quedan para la posteridad y que dan fe del talento de este hombre quiso ser politólogo pero a mitad de carrera se decantó por la actuación e ingresó a la prestigiosa Juilliard School, donde fue compañero de generación de Christopher Reeve, de quien fue amigo hasta el día de su muerte el 10 de octubre de 2004.
Robin también fue un hombre que luchó con los demonios de las drogas y el alcohol desde el inicio de su carrera, por lo cual entró en varias ocasiones a rehabilitación, pero cuando se dio su fallecimiento tenía ocho años limpio y en sobriedad. Se casó en tres ocasiones, con Valerie Velardi (1978 – 1988), Marsha Garces Williams (1989 – 2008) y Susan Schneider (2009 – 2014), y le sobreviven tres hijos: Zachary Pym (Zak), nacido el 11 de abril de 1983, Zelda Rae, que vino al mundo el 31 de julio de 1989, y Cody Alan, que nació el 25 de noviembre de 1991.