Fue un día de octubre de 1953 cuando México reconoció el derecho de las mujeres a votar. En el mismo mes, 71 años después, una mujer se convierte en presidenta de la República.
Por Erick Cortés.- El optimismo envuelve a un país como pocas veces se ha sentido cuando un gobierno inicia. “Es un día histórico”, “es la primera presidenta mujer”, “es científica”, “es brillante”, “gobernará con la ciencia y la razón”, son los comentarios que resuenan en las pláticas cotidianas de los mexicanos.
Un optimismo que incluso contagia a grandes figuras de la oposición. “Podemos superar cualquier diferencia. El país inicia una nueva etapa en la que obliga a que todos demos lo mejor.”, dice en la Cámara de Diputados Alejandro Moreno, dirigente del PRI, mismo partido del expresidente Enrique Peña Nieto, quien al igual que Felipe Calderón desea “el mayor de los éxitos a la Doctora”.
La atmósfera ha cambiado. No se percibe el mismo clima de lucha y confrontación que semanas atrás se apoderó de San Lázaro durante la discusión de las últimas reformas constitucionales del presidente saliente. Aunque hay manifestantes, el ánimo es más de reconciliación y esperanza en un país que exige unidad tras una fractura social, cuya brecha aún se nota al evaluar el desempeño del sexenio que concluye: histórico y positivo para algunos, pero para otros, como la senadora María Guadalupe Murguía, “una de las épocas más oscuras del país”.
No obstante, existe la esperanza de que Sheinbaum corrija el rumbo. “Es tiempo de reconciliación nacional —afirma Manuel Velasco—, hoy comenzamos a escribir una nueva página en nuestra historia nacional”. El optimismo es tal que incluso la primera dama estadounidense, Jill Biden, se sorprende: “Hay algo especial en el ambiente. Lo sentí tan pronto como aterricé: el bullicio del entusiasmo por ver la toma de posesión de la primera mujer presidenta de México”, asegura.
Según encuestas, el 75% de los mexicanos cree que al país le irá bien bajo su gobierno, pero junto a esa esperanza están también las exigencias de un pueblo que ha vivido temor e intranquilidad como nunca antes en su historia y que demanda al nuevo gobierno una pronta solución a tres problemas centrales: la inseguridad, la mala calidad de los servicios de salud y el deficiente nivel de la educación.
Una toma de protesta diferente
Sintonizando con el clima de esperanza, una Claudia Sheinbaum vestida de blanco sale de su casa en un vehículo compacto que avanza lentamente debido a la multitud de personas y periodistas que intentan acercarse a la presidenta, escoltada por un gran convoy de policías en motocicletas que circulan por las calles semivacías de la capital, debido al asueto.
Desde una ventanilla abierta durante todo el recorrido, Sheinbaum sonríe y saluda a quienes encuentra en su camino.
El primero en llegar a San Lázaro es Andrés Manuel López Obrador, arropado por decenas de simpatizantes que despiden a uno de los jefes de Estado más populares de la historia, quien, portando por última vez una banda que le queda chica (porque ha sido confeccionada para su sucesora) y abriéndose paso entre los legisladores que lo aclaman, toma su lugar en la mesa directiva frente al Congreso que alguna vez lo enjuició y que hoy lo alaba, mientras espera entregar el poder, sepultando los peores temores de quienes creían que se iba a reelegir.
“¡Viva el presidente López Obrador!”, “¡es un honor estar con Obrador!”, gritan los diputados del partido que él mismo fundó. Esos gritos se transforman cuando hace su entrada en el recinto la presidenta electa: “¡Es un honor estar con Claudia hoy!”, es la consigna que resuena mientras Sheinbaum se aproxima a la tribuna. Estos alaridos contrastan con otras tomas de protesta, donde los gritos eran de repudio y tan ensordecedores que opacaban las palabras de presidentes como Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. “¡Presidente de teleprompter!”, “¡Candidato de Televisa!” o “¡Impostor!”, fueron los reclamos que resonaron en el Palacio Legislativo cuando ambos mandatarios asumieron el poder, habiendo derrotado al mismo que hoy entrega el mando.
Tras el anuncio de la presidenta de la mesa directiva, Claudia Sheinbaum rinde protesta ante un pleno en absoluto silencio, el cual se rompe apenas finaliza la última frase de su juramento.
Recibiendo la banda de una mujer: Ifigenia Martínez, y siendo colocada por otra mujer (una cadete del Heroico Colegio Militar), Sheinbaum, sonriente y con el mentón en alto, se convierte en la primera mujer presidenta de México.
Promete poner su conocimiento y fuerzas al servicio de la patria
En su primer mensaje a la nación, agradece uno a uno a los presidentes, jefes de Estado y representantes de las naciones del mundo que atestiguan el momento histórico. Luego, hace un reconocimiento a la trayectoria política de Andrés Manuel López Obrador: “Hace 19 años, en este mismo recinto, Andrés Manuel pronunció un discurso que cimbró para siempre la lucha por la democracia. En su comparecencia frente al juicio de desafuero, cuyo único propósito era intentar un fraude anticipado, dijo: ‘ustedes me van a juzgar, pero no olviden que todavía falta que a ustedes y a mí nos juzgue la historia’. Hoy lo decimos con certeza y sin temor a equivocarnos: la historia y el pueblo lo han juzgado, y Andrés Manuel López Obrador es el presidente más querido, sólo comparable con Lázaro Cárdenas”.
Buscando calmar las preocupaciones de quienes no votaron por ella, asegura que no gobernará desde el autoritarismo. “Estoy convencida de que, con el tiempo, todos estaremos convencidos de que fue lo mejor “, dice sobre la recién aprobada reforma al Poder Judicial. Respondiendo a dos de las principales exigencias del pueblo, promete: “No regresará la irresponsable guerra contra el narco de Calderón” y “haremos de México una potencia científica”.
Un gobierno de mujeres
Usando la palabra para resaltar el mayor símbolo histórico de su embestidura, pronuncia un mensaje dirigido a las mujeres mexicanas: “No llego sola, llegamos todas. Todas las heroínas anónimas, las invisibles, las que lucharon por sus sueños y lo lograron, las que lucharon y no lo lograron. Llegan las que pudieron alzar la voz y las que no lo hicieron. Llegan las que han tenido que callar y luego gritaron a solas. Llegan las indígenas, las trabajadoras del hogar, las que pensaron que la escuela no era para niñas. Llegan nuestras tías, que encontraron en su soledad la manera de ser fuertes. Llegan nuestras madres, que nos dieron la vida y después volvieron a dárnoslo todo; nuestras hermanas, que desde su historia lograron salir adelante y emanciparse. Llegan nuestras amigas y compañeras, llegan nuestras hijas hermosas y valientes, y llegan nuestras nietas. Llegan ellas, las que soñaron con la posibilidad de que algún día, no importaría si nacemos siendo mujeres u hombres, podemos realizar sueños y deseos sin que nuestro sexo determine nuestro destino. Llegan ellas, todas ellas, que nos pensaron libres y felices”.
Comienza así una nueva era en uno de los países que muchos consideran machista, ahora gobernado por una mujer que, aunque no tenga la admiración de todos, sí goza de una legitimidad más fuerte que muchos de sus antecesores varones.