Salvador Camacho Sandoval
“El rasgo fundamental —pero no exclusivo— de la Revolución Mexicana fue la rebelión agraria contra los terratenientes, quienes, a pesar de su riqueza, perdieron legitimidad ante el campesinado y fueron incapaces de defender sus intereses durante la guerra civil. El corolario y la confirmación de este argumento se encuentra en las regiones donde la protesta popular fue débil y los hacendados pudieron defenderse aun sin apoyo federal”.
Alan Knight, historiador inglés.
En México, como en otras partes del mundo, se tiene un calendario cívico y laico, en el cual se fijan fechas y nombres de importancia para el país, específicamente para sus gobiernos. Para las y los mexicanos, desde niños, dentro y fuera de la escuela, nos han hecho celebrar el 5 de mayo, el 16 de septiembre y el 20 de noviembre. La finalidad es diversa: se busca desde el gobierno favorecer la memoria histórica, fortalecer el nacionalismo y la unidad de los habitantes, enaltecer una historia Patria, alentar un compromiso ciudadano en beneficio de la colectividad y, entre otros propósitos, legitimar al grupo que está en el gobierno.
Por más de setenta años, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), ahora en franco declive, se adjudicó ser heredero y portador a la historia Patria. El mismo nombre lo planteaba: ya no eran tiempos de lucha, sino de impulsar los cambios a través de instituciones y, particularmente, de un partido hecho gobierno que pacíficamente concretara los ideales revolucionarios. Ahora, el nuevo grupo en el poder asume como propio este principio.
Asumiendo esta tradición cívica, aquí comparto una reflexión sobre los fines últimos de las revoluciones en el siglo XX, enfatizando su parte cultural, para luego analizar brevemente lo ocurrido en Aguascalientes, desde el año 1905, cuando se hicieron críticas al porfiriato, hasta el asesinato de Francisco I. Madero y la caída del maderismo local, tocando brevemente a los grupos de hacendados que se resistieron al cambio.
- FORMAR AL “HOMBRE NUEVO”
Uno de los propósitos de las revoluciones sociales del siglo XX fue acabar con el “viejo régimen” para cambiar las estructuras económicas y mejorar los niveles de vida de la población. Con este ambicioso objetivo, los líderes revolucionarios vieron en la educación y la cultura un mundo importante para legitimar y fortalecer a los nuevos grupos en el poder y para formar a las nuevas generaciones que hicieran realidad los planes de los gobiernos posrevolucionarios. Así ocurrió en México, la primera revolución del siglo XX y en la Unión de República Socialistas Soviéticas, China, Vietnam y Cuba.
Los gobiernos diseñaron proyectos educativos para una población amplia y comenzaron con campañas de alfabetización dirigidas a una gran mayoría de la población que había sido marginada por los gobiernos anteriores. También se interesaron en incrementar el número de profesores y formar técnicos y profesionistas que contribuyeran a mejorar la economía y las condiciones de la población, con el apoyo o no de una intelectualidad dividida.
En México, se creó la Secretaría de Educación Pública (SEP) en 1921, encabezada por José Vasconcelos, un destacado intelectual que impulsó la educación básica desde una política centralista, pero con la intención de llegar hasta la comunidad más apartada del país. Vasconcelos, durante el gobierno de Porfirio Díaz (1876-1911), ya había denunciado que la educación y la cultura eran elitistas: “la cultura, como el capital y el poder -dijo- se encuentra en reducidos grupos”, por lo que “se convierte en prenda de lujo” y se imposibilita “ejercer influencia sobre las masas”.
La Revolución Mexicana fue un movimiento social relevante, expresado en la movilización popular, particularmente agraria y campesina, (tal como lo señaló en su momento Frank Tannenbaum y reinterpretó décadas después Alan Knight), que demandó mejores condiciones de vida y/o quiso volver al pasado (revuelta) para recuperar sus tierras. Al final, los resultados de este movimiento revolucionario no fueron los deseados, porque no hubo un cambio económico radical, aunque sí en lo político y sí en parte de la cultura, influenciada en gran medida por un despliegue de iniciativas que impulsó el Gobierno Federal y un grupo de intelectuales dinámico y politizado que aprovechó y alentó lo que luego dio en llamarse “renacimiento cultural mexicano”.
El nuevo grupo vio a la educación como un medio de gran potencialidad creadora para transformar la cultura nacional, civilizar y difundir ideas y símbolos comunes para todos los mexicanos. La escuela era un instrumento eficaz para crear una nueva identidad nacional y, en definitiva, “formar al hombre nuevo, sano, moral y diligente que el desarrollo del país y su propio proyecto hegemónico requería”, tal como lo señaló la historiadora Engracia Loyo.
Sin embargo, esta gran intención se topó con una realidad que hizo imposible su cabal cumplimiento. Los problemas económicos; la heterogeneidad de las regiones; los liderazgos estatales; y, entre otros factores, la diversidad de respuestas de las comunidades, algunas de las cuales defendieron su autonomía y supieron negociar con el Gobierno Federal, hicieron que la política educativa federalista tuviera rumbos distintos. Esto ocurrió desde la creación de la SEP hasta los años treinta, en especial durante el gobierno de Lázaro Cárdenas, que impulsó la educación socialista. Pero ¿qué pasó en Aguascalientes durante estos años?
- MADERISMO RADICAL EN EL PODER
Los aguascalentenses no hicieron uso de la fuerza para conquistar el poder local, no obstante, la existencia de una generalizada desigualdad social y las escisiones al interior de la cúpula política. La inclinación de la población hacia las elecciones tenía que ver con la influencia tanto del liberalismo urbano como del catolicismo presente en casi todas las esferas de la sociedad; pero, también tenía que ver con la inexistencia de una leyenda negra en el campo y con la ausencia de caciques, política y económicamente poderosos que concitaran la animadversión del pueblo, así como con algunos cambios modernizadores que evitaban el desempleo generalizado, mejoraban la producción económica y revitalizaban la ciudad capital. Con este panorama era explicable, entonces, la inexistencia de movimientos de oposición radical de obreros y campesinos.
Con la Revolución, los cambios no siempre llegaron desde abajo, sino de una élite política y sectores medios que daban rumbo a los acontecimientos. Si bien era verdad que el grupo en el poder no debía su jerarquía política a la fortuna de una persona ni a un supuesto despotismo, también era cierto que este grupo había desplazado de la política a la vieja élite terrateniente y había cerrado espacios a las nuevas generaciones de la clase media. El descontento de estos grupos se expresó en las elecciones para gobernador.
Una de las primeras manifestaciones que sacudieron la paz porfirista en Aguascalientes fue la realizada por los ferrocarrileros quienes, en medio de la crisis económica de los primeros años del siglo XX, lucharon por obtener mejores condiciones de vida. Pero no fue sino hasta que el presidente Porfirio Díaz afirmó respetar los triunfos electorales de la oposición cuando en el Estado se ventilaron las disputas por el poder, creándose para las elecciones presidenciales el Club Reeleccionista de Aguascalientes, integrado por los porfiristas locales y dos clubes en favor del también porfirista Bernardo Reyes: el Club Democrático de Aguascalientes y el Club Soberanía Popular.
En estos dos últimos se aglutinaba gente de clase media y grandes propietarios desplazados; había católicos y liberales anticlericales. Sólo los unía el propósito de terminar con el régimen de Porfirio Díaz. En los dos clubes aparecía, como miembro de la dirección, Alberto Fuentes Dávila, comerciante originario de Saltillo, Coahuila, que llegó a Aguascalientes en 1904, siendo crítico del gobierno porfirista, según lo señala el historiador local Enrique Rodríguez Varela.
Alberto Fuentes fue nombrado gobernador provisional por Francisco I. Madero durante la lucha armada, pero al poco tiempo tuvo que huir del Estado rumbo a Zacatecas. Allí armó a un grupo para después dirigirse a Estados Unidos y formar parte de la Junta Revolucionaria. Desde aquel país, Fuentes estuvo en comunicación con los líderes maderistas que se habían quedado en el Estado haciendo trabajo político desde la clandestinidad.
A los antirreeleccionistas no se les permitía hacer política, mucho menos participar en la contienda electoral para elegir gobernador y diputados, que sólo se hacía dentro de la familia porfirista. De los dos grupos que participaron, uno buscaba la reelección del gobernador Alejandro Vázquez del Mercado y el otro apoyaba al hacendado y dos veces gobernador, Rafael Arellano Ruiz Esparza. El proceso electoral se interrumpió con el triunfo del maderismo en 1911.
Ya siendo presidente, Francisco I. Madero influyó en el Congreso local para que Alberto Fuentes fuera designado gobernador de Aguascalientes y concluir el período 1907-1911. En estas circunstancias, hasta personas que habían sido opositores al movimiento revolucionario se incorporaban al maderismo triunfante, a la vez que se organizaban para recuperar el poder en las próximas elecciones.
La contienda se llevó a cabo entre el Club Independiente, con la candidatura de Rafael Arellano Ruiz Esparza y el Club Democrático de Obreros, que tenía como candidato al gobernador interino Alberto Fuentes, quien bajo el lema «abajo el bombín y arriba el huarache» y con una breve trayectoria de revolucionario y reformador social, había conquistado la simpatía de sectores pobres de la población, tal como lo consigna Enrique Rodríguez. Para evitar el triunfo del fuentismo, la Gran Fundición Central Mexicana, propiedad de la ASARCO, amenazó con cerrar e irse a otro estado si Fuentes ganaba las elecciones, pues el maderista, decían los empresarios, era portador «de una semilla de socialismo» y quería ejercer el poder «por la ambición de mando y el odio a las clases elevadas». De cumplirse la amenaza la economía del Estado recibiría un duro golpe, toda vez que los trabajadores de la fundición representaban casi el 25 por ciento del total de la población económicamente activa de la rama industrial.
- GOLPE DE ESTADO Y DECLIVE MADERISTA
Las elecciones fueron de las más participativas que se desarrollaron en todo el país y los candidatos del Club Democrático Obrero obtuvieron la victoria en las urnas. Ahora el obstáculo era la comisión electoral que no reconocía el triunfo de Fuentes, argumentando que no cubría todos los requisitos legales. Los fuentistas entonces amenazaron con levantarse en armas, pero Francisco I. Madero volvió a intervenir para que Fuentes Dávila ocupara la gubernatura.
Una vez en el poder, el nuevo dirigente tuvo que ser moderado en sus acciones y tuvo que buscar la confianza de los grupos pudientes para conservar el poder. Sin embargo, poco tiempo después lanzaba una ley que revalorizaba la propiedad rústica y disminuía los privilegios de los terratenientes agrupados en la Cámara Agrícola Nacional de Aguascalientes (CANA). Los propietarios conservadores, junto con las autoridades del clero católico, no se quedaron con los brazos cruzados, pues, con su dinero y sus representantes políticos, todavía tenían la capacidad de hacer retroceder medidas que les perjudicaban.
Los fuentistas, por su parte, convencidos de la legitimidad y el poder de sus medidas, consolidaron sus organizaciones. Crearon periódicos como Prensa Libre, Verbo Rojo, El Eco del Valle y 30-30, desde donde se impugnaba y atacaba a los defensores del antiguo régimen, entre ellos al Partido Católico. También se creó una «porra» que hostilizó a la legislatura local e hizo renunciar a diputados antifuentistas.
Fuentes Dávila era uno de los gobernadores maderistas más radicales, sin embargo, con la usurpación de Victoriano Huerta del poder, se vio obligado a retirarse del gobierno, no sin antes haber resistido militarmente, apoyado por un grupo de ferrocarrileros. De esta manera, el 1 de marzo de 1913, el general Carlos García Hidalgo ocupó el cargo de gobernador con el beneplácito de los antiguos porfiristas. De inmediato, invalidó las reformas que habían sido emprendidas por Fuentes, hizo reinstalar a los diputados dispuestos, eliminó a la oposición del Congreso y fortaleció al Partido Católico, al grado de constituirse en la agrupación política con más membresía y que contaba con el apoyo del obispo Ignacio Valdespino y Díaz, según lo reportaba el cónsul norteamericano a sus superiores del Departamento de Estado, que estaba atento a lo que ocurría en todos los estados de México.
La respuesta contra el huertismo no se hizo esperar. Las protestas de grupos de aguascalentenses contra los usurpadores empezaron a ser violentas, al grado de que el gobierno formó un cuerpo de voluntarios para defender militarmente la capital y dictó disposiciones que implicaban el estado de sitio. Pero los rebeldes fuentistas nunca intentaron tomar la ciudad y en el Estado nunca se desarrollaron grandes enfrentamientos, más bien la mayoría de las batallas fue realizada por gente de otros estados que cumplían la función de impedir el desplazamiento de los huertistas hacia el norte. Para entonces, Zacatecas, el estado vecino, era el «corazón militar del país».
*Algunas fotos e información fueron obtenidas del libro de Enrique Rodríguez Varela (2014). La Revolución. En el Centenario de la Soberana Convención de 1914, UAA.