“Es tan fácil estar equivocado, y persistir en el error, cuando los costos de estar equivocado los pagan otros”. THOMAS SOWELL
El principal acierto del presidente Andrés Manuel López Obrador en la lucha contra la pandemia ha sido su rechazo a las medidas coercitivas para confinar a la gente. “Nosotros no hemos actuado de manera autoritaria”, ha declarado. Efectivamente, el Gobierno no ha utilizado la fuerza pública para encerrar a las personas contra su voluntad. López Obrador entendió que los menos privilegiados tenían que salir de casa para ganarse la vida.
Otro acierto fue anunciar su confianza en los científicos. “Que se tenga confianza en los especialistas; no son sólo lo mejor del mundo en estos temas, sino gentes honestas, con ética, incapaces de mentir”, dijo el 13 de marzo, antes de la emergencia sanitaria. El mandatario se refería a Hugo López-Gatell, el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, quien parecía tener toda la preparación para ser el gran estratega nacional contra la pandemia. Epidemiólogo, doctorado de la Universidad Johns Hopkins, López-Gatell tenía además una larga trayectoria en cargos técnicos relacionados con la salud pública.
Quizá el primer error del Presidente, sin embargo, fue no entender los errores del doctor. Éste no sólo tomó posiciones contrarias a la ciencia, como afirmar que el Presidente estaba protegido de la infección por una fuerza moral o no cuestionar las declaraciones del mandatario cuando decía que unos amuletos religiosos podían proteger a la gente de la enfermedad, sino que también rechazó las medidas que han resultado más eficaces en el mundo para combatir el Covid: las pruebas y las mascarillas. Al Presidente le habría convenido tener un epidemiólogo realmente independiente, que resistiera las presiones del propio mandatario, como el doctor Anthony Fauci, del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos, quien ha resistido todas las descalificaciones de Donald Trump.
Nadie tiene una varita mágica para definir las políticas públicas en una pandemia con un nuevo microorganismo como el Covid-19. Suecia optó por no imponer un confinamiento obligatorio, pero su epidemiólogo Anders Tegnell declaró a principios de junio: “Si nos encontráramos otra vez con la misma enfermedad, sabiendo exactamente lo que sabemos hoy, pienso que terminaríamos haciendo algo a la mitad de lo que hicieron Suecia y el resto del mundo”. En contraste, Emmanuel Macron, presidente de Francia, quien impuso un confinamiento obligatorio, afirmó ayer: “Tomamos la medida más radical, la más dura, que era el confinamiento”, pero “el confinamiento es notablemente revelador de las desigualdades”; en otras palabras, el costo social fue demasiado elevado.
Los países que más éxito han tenido en la lucha contra el coronavirus son los que han adoptado el uso de mascarillas y realizado pruebas sistemáticas para identificar casos y aislar contagios en lugar de confinar a toda la sociedad. Macron comentaba ayer que desea “permitir a toda persona sin receta médica, aunque no tenga síntomas, si tiene una duda, un temor, el poder hacerse la prueba”; también declaró que quiere hacer “obligatorio el uso de mascarillas en lugares públicos cerrados”.
Estas dos medidas son precisamente las que ha rechazado López-Gatell. Pruebas y mascarillas: no se requiere mucha ciencia para entenderlo. Quizá el problema es que nuestro epidemiólogo en jefe es más político que científico.
PRUEBAS Y POLÍTICOS
Si las pruebas no ayudan, si son un desperdicio de recursos como dice López-Gatell, ¿por qué se las hacen a los altos funcionarios? Estas pruebas han permitido a estos políticos aislarse y protegerse ellos, así como a la gente cercana, pero los ciudadanos comunes y corrientes al parecer no nos merecemos ese trato.
Twitter: @SergioSarmiento