El Paso (TX), 2 oct (EFE News).- Francisco de la Cruz tenía solo seis años cuando llegó a Estados Unidos con su familia desde Juárez, ciudad fronteriza del estado mexicano de Chihuahua, y tras graduarse de la secundaria y servir en la Guerra del Golfo fue deportado en dos ocasiones, hasta que recibió una noticia inesperada: podría regresar al país como ciudadano.
Frank, como le comenzaron a llamar desde su arribo a Texas cuando era niño, estudió la primaria, la secundaria y la preparatoria, donde fue invitado por reclutadores a formar parte de la Marina.
«Cuando me enlisté andaban los reclutadores ahí en la escuela y se me hizo muy interesante andar en el Navy. Me fascinaba andar en un barco, en el agua, en el océano; ir a visitar otros países, y me enrolé. Yo lo hice voluntariamente. Me gusta tanto Estados Unidos que sentía un patriotismo hacia este país», declaró De la Cruz en entrevista con Efe.
Frank se graduó de preparatoria en 1989 y cuando la Guerra del Golfo comenzó a principios de agosto de 1990, viajó para pelear por el que creía era su país.
«Yo sentía un gran orgullo andando allá, cuando estábamos en el Golfo, sí con poco miedo. Tenía uno miedo porque no sabía uno lo que podía pasar, y como yo trabajaba por debajo del agua en el barco, no sabía que nos podía pasar; nos podía tocar una bomba o algo. Todos con miedo pero con un gran orgullo. Yo tenía mucho orgullo», refiere.
Las secuelas de la guerra orillaron a Frank de la Cruz a refugiarse en el alcohol, y ya siendo veterano en 1998 tuvo su primer arresto por manejar intoxicado y fue deportado a Juárez.
«Me agarraron tomado manejando y por eso me deportaron. Yo no sabía las leyes bien, no sabía que me podían deportar. Yo lo veía imposible, pero pasó», expone.
EXTRAÑO EN SU TIERRA
Ese año el veterano de la Marina regresaba a la ciudad que lo vio nacer, pero también a un lugar que no conocía. Las dificultades comenzaron desde el primer día al no tener dónde dormir.
«Batallé mucho hasta que un tío me abrió la puerta, un tío que no conocía. Estaba en una casa ajena y pues a buscar trabajo. No sabía contar pesos (mexicanos), no sabía leer bien español. Me consideraban ‘pocho’ (mexicano de la zona fronteriza que usa una mezcla de español e inglés)», relató.
«En esos tiempos en las maquilas no era muy bienvenido. No quiero hablar mal de Juárez pero sí hubo como un rechazo. Me llegaron a decir traidor porque fui a pelear por un país que no era mío», agregó De la Cruz.
La familia, formada por su esposa y sus dos pequeñas hijas, intentó en los primeros años vivir con él en México, pero la violencia de la ciudad fronteriza las hizo regresar a El Paso, Texas.
Su esposa nunca dejó de visitar a Frank y ampliaron la familia con el nacimiento de un hijo varón mientras él vivía del lado mexicano y ella del estadounidense. Pero la separación de la familia motivó a De la Cruz a cruzar la frontera de manera ilegal en 2005.
«Decidí brincarme la frontera porque a mi mamá le dio cáncer y a mi papá alzheimer. Mi esposa estaba batallando mucho financieramente y yo desesperado no sabía cómo ayudarle con pesos a mis hijos. Decidí pagar un ‘coyote’ (traficante de personas) y desafortunadamente me agarraron y me vuelven a deportar», recordó.
Al regresar a Juárez, De la Cruz decidió buscar métodos legales para tratar de regresar a Estados Unidos y parte fundamental de ese proceso fueron la abogada Jennie Pasquarella, el equipo de la congresista tejana Verónica Escobar y, sobre todo, el apoyo de su familia.
Pasquarella y De la Cruz presentaron en 2016 una solicitud de ciudadanía en nombre del veterano.
UNA NOTICIA INESPERADA
El pasado 9 de septiembre y después de batallar arduamente por años en México, funcionarios de inmigración de Estados Unidos le informaron, durante lo que él pensó sería una reunión rutinaria en la frontera sobre su caso, que su solicitud había sido aprobada y que iban a dejarlo regresar al país donde había vivido desde pequeño y por el que había luchado.
«Fue la gran sorpresa de mi vida; yo no lo esperaba. Yo pensé que me iban a mandar para Juárez y luego me darían una respuesta, pero no. Fue algo espontáneo y una gran sorpresa, y una gran felicidad para la cual no estaba preparado», confesó.
Con menos de un mes de vuelta en Estados Unidos, Frank, de 51 años, ha conseguido un empleo de medio tiempo como técnico en refrigeración, buscará volver a estudiar para actualizar sus conocimientos e intentará entrar poco a poco de vuelta en la familia.
«Lo bueno es que ya estoy aquí. Estoy empezando de cero. Ya me registré para votar; es lo primero que hice y ahorita estoy tratando de agarrar mi licencia de manejar y estoy en rehabilitación para no volver a cometer los errores que cometí, porque ya no los puedo volver a cometer», reconoció.
De acuerdo con el diario The Washington Post, en 2019 había más de 2.000 veteranos deportados que aún vivían en el extranjero, pero el Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE) de Estados Unidos no tiene ningún procedimiento que ayude a corroborar esa cifra.
Francisco De la Cruz, por ello, siente responsabilidad de ayudar a los cerca de 15 veteranos deportados que residen en Juárez y que buscan una oportunidad para que regresen al país en el cual crecieron y sirvieron como soldados.