Alejandra despertó triste. Soñó que su abuela se acercó a ella, le dio un beso en la mejilla y le dijo adiós. En el sueño la mujer salió de la casa y caminó cuesta arriba por el callejón de piedras. La nieta intentó alcanzarla, pero no logró moverse, las piernas no le respondieron.
La niña le contó a su mamá ese sueño. La mujer la escuchó con calma y con sus pequeñas manos entre las suyas, le prometió que ese mismo día, después de desayunar, visitarían a su abuela materna para que estuviera tranquila.
Tocaron la puerta de la casa, la mujer dejó a la niña en la cama y fue a atender el llamado. Tardó algunos minutos platicando con su hermana y luego regresó a la habitación de Alejandra.
La mujer le pidió a la niña que le contara que más había soñado. Que tratara de recordar más detalles de ese sueño. La niña no recordaba mucho, salvo que estaba en casa de su abuela y la señora se despidió de ella con un beso en la mejilla.
La niña no entendía qué pasaba en ese sueño, pero deseaba alcanzar a la mujer, así que fue tras de ella, abrió la puerta de madera y descubrió que la abuelita caminaba por el callejón empedrado hacia arriba, quiso correr para alcanzarla, pero sus piernas no se movieron.
En el sueño ella le gritó a su abuelita que la esperara, que la llevara con ella, pero la mujer siguió caminando cuesta arriba, sin prisa ni con calma, a paso de viajero.
La mujer suspiró mientras escuchaba la narración de Alejandra.
Preguntó sí había soñado algo más.
La niña dijo que no. ¡Ah! Despertó porque se sintió desesperada y asustada al no poder caminar y porque además olía a tierra mojada, su nariz percibió el aroma de la lluvia mojando la tierra.
Horas después la mujer se armó de valor y le informó a la niña que su abuelita materna había fallecido durante la madrugada. Que su tía, hermana de su mamá, había acudido a casa a darle la mala noticia.
La mamá de Alejandra le pidió a la niña que no le contara a nadie de ese sueño. Que por favor no fuera a decirle a ninguna persona lo que había soñado, pues no la entenderían y quizá ni le creerían y además la tratarían mal.
El cuerpo de la abuelita de Alejandra fue velado en la sala de su casa. Cuando salió el cortejo fúnebre rumbo al templo del pueblo, avanzaron por el camino de piedra cuesta arriba. Una suave llovizna acompañó a los dolientes por el resto del nublado día.
Los perros, encerrados en las casonas de adobe y detrás de las puertas y ventanas de madera, aullaban al paso del ataúd de la abuela seguido por su familia y amigos.
Cuando Alejandra aprendió a escribir comenzó a poner algunas frases en la pasta dura de las libretas.
“Soñé a mi tío”. Días después el tío falleció.
“Soñé a mi abuelito”. El abuelo murió.
La mama de Alejandra le prohibió seguir escribiendo a quién soñaba y le recordó no contar esos sueños a las personas, pues en sus sueños se anunciaba la muerte de seres queridos.
Han pasado tres décadas de la muerte de la abuelita materna de Alejandra. La niña creció, se casó y tiene una hija llamada Sandra que es la adoración de la familia. Es la nieta consentida.
La pequeña Sandra despertó triste y ha llamado a su abuelita materna para que vaya a su habitación, quiere contarle que ha tenido un sueño extraño.
La niña le narra a su abuelita que soñó con su mamá, la cual se encuentra de viaje en el extranjero desde hace algunos días. Que Alejandra le dio un fuerte abrazo y muchos besos en la cara y después le dijo adiós.