Bayreuth (Alemania), 29 jul (EFE).- Bayreuth recupera con una exposición la figura de Wolfgang Wagner (1919-2010), artífice de la refundación tras el nazismo del Festival Richard Wagner, una cita en la que conviven anacronismo y rompedoras producciones.
El centenario del nacimiento de Wolfgang Wagner, el tercer hijo de Siegfried y Winifred Wagner y nieto del compositor alemán, se cumple el 30 de agosto próximo, pero para entonces la temporada del festival habrá terminado, por lo que se decidió avanzar los honores.
«Der Prinzipal» -«El Director»- es el título de la exposición que le dedica el Museo Richard Wagner de Bayreuth, la ciudad de provincias donde el músico decidió, bajo el mecenazgo de Luis II de Baviera, «El Rey Loco», levantar un teatro para sus óperas.
Que casi siglo y medio después de celebrarse ahí el primer festival -en 1876-, sobre su Verde Colina se siga escuchando sólo Wagner se debe en parte a las normas de Wolfgang, como también que ese culto en exclusiva se combine con producciones arriesgadas.
Wolfgang Wagner tomó las riendas del festival en 1951, entonces junto a su hermano Wieland y, a la muerte de éste, en 1966, las llevó en solitario hasta 2008, cuando tras un largo pulso sucesorio las traspasó a sus hijas, Katharina y Eva Pasquier-Wagner.
Fueron más de cincuenta años decisivos para Bayreuth, un festival que los aliados tomaron en «custodia» tras la II Guerra Mundial y estigmatizado por los años en que Winifred Wagner, una británica ferviente adoradora de Adolf Hitler, lo puso a los pies del nazismo.
La exposición recuerda esa sumisión, así como el hecho de que Wolfgang fue para el dictador algo así como un sobrino, que paseó con él y sus oficiales por los jardines que envuelven el teatro.
Se dedica al capítulo una breve introducción, pero quien quiera saber más de esa servidumbre tiene en el edificio contiguo, en la Casa Siegfried Wagner, una exposición permanente que no ahorra detalles.
A través de monitores multimedia, se recuerda el recalcitrante antisemitismo de Richard Wagner, razón para que Hitler viera sus óperas como la sublimación musical del ideario nazi.
También se apunta a que la saga familiar se comportó como una secta, celosa guardiana de sus esencias, elemento aún vigente para los wagnerianos más leales que año a año acuden a Bayreuth.
Wolfgang hizo algo más que perpetuar el culto al compositor: abrió Bayreuth a producciones arriesgadas, que a menudo el público más ortodoxo recibió con feroces abucheos.
La ira de ese sector cayó sobre el «Anillo del Nibelungo» de Patrice Chéreau y Pierre Boulez, en 1976, para quedar en los años siguientes elevada a la categoría de legendario.
Históricos fueron algunos ataques de cólera de Wolfgang, de resultas de los cuales abandonaron el templo figuras como la mezzosoprano bávara Waltraut Meier, en 2000.
Meier regresó a Bayreuth la temporada pasada y este año estuvo de nuevo ahí, para el concierto dedicado a Wolfgang Wagner, la víspera de la apertura del festival, donde fue aclamada como una heroína.
Katharina Wagner, desde hace tres años directora en solitario del festival, ha seguido la receta de Wolfgang.
También la biznieta recibió una tormenta de abucheos en 2007, con su versión de «Los Maestros Cantores de Núremberg». Clamorosos también fueron los recibidos por el primer «Anillo» bajo su gestión, el que dirigió Frank Castorf; entre sus grandes aciertos está la incorporación como director musical titular de Christian Thielemann.
Con Katharina se estrenó con éxito este año el «Tannhäuser» de Tobias Kratzer, profuso en drag-queens, drones y humor. La siguiente gran prueba para la heredera será el «Anillo» que se estrenará en 2020, con el finlandés Pietari Inkinen a la batuta y el austriaco Valentin Schwarz como director escénico.
Una apuesta joven y arriesgada, para un festival sobre el que se agolpan desafíos logísticos: la ola de calor que, por segunda edición consecutiva, azotó la apertura de Bayreuth este año puso a los wagnerianos al borde de lo humanamente soportable.
De Bayreuth está proscrito el aire acondicionado por razones acústicas y sus 1.400 escuetas butacas -pese a alguna mejora- son casi tan incómodas como en tiempos de Luis II de Baviera o Hitler.
«En Bayreuth reflexionamos cuidadosamente cualquier innovación. Todo a su debido tiempo», es la respuesta de su departamento de prensa, donde se recuerda que hace unos pocos años se incorporó la venta de entradas online y que este año funciona incluso sin problemas un «wifi» gratis en la Colina Verde.
Por Gemma Casadevall