Una historia de los anales recientes del periodismo cuenta cómo vivió la plantilla del New York Times la jornada aciaga del 11 de septiembre del 2001, cuando los ataques terroristas colapsaron Manhattan y con ello las instalaciones de ese diario, que tenía como fuera informar de esa que ha sido una de las jornadas más duras de aquella ciudad emblema de los Estados Unidos, hasta que llegó la pandemia que también se ha cebado en esa orbe como en ninguna otra del planeta.
Pero aquel día los editores y periodistas del NYT tuvieron que improvisar, y desde las casas de algunos de ellos, donde había energía eléctrica, una computadora y una línea telefónica activa, improvisaron redacciones y salas de diseño, hasta que de cualquier manera armaron una edición extraordinaria y luego las ediciones del día siguiente, que imprimieron en sus propios talleres, lejos de la zona afectada.
Se hablaba ya de la posibilidad de que algunas actividades se hicieran remotamente, pues poco más de un lustro la existencia de la WWW, la famosa Internet se había popularizado, junto con el uso de los teléfonos celulares, permitiendo lo que ahora ya nos es a todos conocido, el famoso teletrabajo.
Mucho se había discutido sobre su conveniencia, sobre los pros y contras de permitir que algunos, los que no tenían trabajos manuales y que exigieran actividad presencial, pudieran convertir un espacio de casa en su oficina, lo que se posibilita para personal de despachos de servicios y de las profesiones llamadas liberales, y que se extendió ahora por causa de la pandemia a la educación, o a la realización de trámites, por citar sólo algunos de cientos de ejemplos.
Muchos improvisaron, pero en tres meses todos los que de alguna manera tuvieron que seguir con su trabajo desde casa, millones de personas en el mundo, se familiarizaron con aulas y salas virtuales, con plataformas de intercambio de documentos y con muchas de las herramientas que ahora están disponibles casi universalmente, hasta llegar a la celebración de graduaciones remotas, cenas entre amigos o reuniones para dar reportes de trabajo.
Sigue pendiente saber hasta dónde la productividad de un trabajador se compromete o se ve incrementada, o qué tanto es conveniente que cualquiera vea que los problemas laborales entran a su domicilio particular por medio de una pantalla de computadora, una tableta o hasta un teléfono inteligente, aunque también se sabe que en lo sucesivo muchas empresas que probaron esta forma de trabajar de sus equipos, o parte de éstos, seguirán sus operaciones por vía remota.
Se habla de empresas que están inclusive cambiando oficinas de grandes dimensiones por otras más pequeñas que sirvan de base de operaciones para personal que seguirá haciendo lo suyo en casa y que esto será parte de esa nueva normalidad que nadie ha sabido precisar de manera completa y adecuada, donde algunos ven menos contacto social, con los saludos ya desterrados de los códigos colectivos y con el auge del teletrabajo, aunque habrá que esperar un poco para saber hasta dónde estas predicciones son correctas, aunque en todo caso para saberlo habrá que esperar que la pandemia esté superada y nadie tiene con seguridad una fecha para ello.