Madrid, 8 sep (EFE).- Infravalorada bajo la etiqueta de «música ligera», la canción melódica vivió en España años de gran esplendor y desarrollo en los 70 a través de figuras como Camilo Sesto, uno de los últimos de una estirpe que hizo de este un género de peso a reivindicar.
«Algo de mí», su primer número 1 en solitario, incluido en el álbum del mismo nombre publicado en 1971, ya daba pruebas del valor de la obra que estaba por llegar, con un desgarro melodramático que siempre lo acompañó y dio mayor carga simbólica a sus letras.
Sesto, nacido en realidad Camilo Blanes (Alcoy, 1946), abrazaba en su manera de interpretar la tradición levantina de Nino Bravo y, por extensión, la de Richard Cocciante y otros representantes de la canción italiana.
Aquella, como la francesa, dos ramificaciones en realidad de la citada «música ligera», siempre fue mejor valorada que la canción melódica alumbrada en España, especialmente en las décadas siguientes, cuando el ascenso del rock y otros estilos defenestró sus virtudes.
En su caso particular, cabe destacar que en las creaciones del alicantino aflora su amor declarado por la fuerza melódica de The Beatles, que se internó en otros territorios como el del rock («Jesucristo Superstar») y que con letras como «Vivir así es morir de amor» enseñó de forma pionera a bailar las penas para convertirlas en un triunfo.
Las composiciones que cantó Camilo Sesto, ya fuesen de su puño y letra o de maestros del género como Juan Carlos Calderón, gozaban de una complejidad digna de ser reconocida, con unos arreglos especialmente ricos que él a menudo supervisó o ayudó a cimentar como productor o coproductor de sus propias obras.
Aquellos arabescos musicales tenían sentido solo porque los respaldaba la versatilidad y rango vocal de un Camilo Sesto que, como intérprete, fue reivindicado como uno de los artistas que mejor supo llevar a escena el musical «Jesucristo Superstar», con partitura original de Andrew Lloyd Webber.
Su traslación discográfica, que contó con arreglos de Teddy Bautista, da cuenta del tremendo acompañamiento orquestal que en la mayoría de los casos presentaban los álbumes de la época, con otro ejemplo emblemático como «Amor libre» (1975), con 75 millones de copias vendidas hasta la fecha.
En directo también había que respaldar aquella riqueza instrumental, lo que derivaba en giras no menos onerosas, lo cual no fue un problema hasta que los gustos populares cambiaron y los saldos finales dejaron de dar en positivo.
La fórmula básica del rock, que se asentó con fuerza en el país con la llegada de la democracia y de los años 80, implantó un modelo mucho más eficiente desde el punto de vista logístico y económico que solo requería de una guitarra, un bajo, una batería y un vocalista que a menudo también tocaba.
Salvo en el caso de otros supervivientes de aquella estirpe como Raphael, la música de corte sentimental nunca volvió a ser lo mismo en España y sus representantes posteriores (David Bustamante, David Bisbal, Luis Fonsi…) pocas veces tuvieron la oportunidad de interpretar con semejante parapeto orquestal composiciones que, de partida, ya eran escritas sobre el sobrio patrón instrumental del rock.
Por Javier Herrero.