Si se calificaran las evaluaciones que hacen en el mundo sobre el Gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador como en el deporte, estaría recibiendo una paliza. Las perspectivas de crecimiento siguen reduciéndose y pese al rebote post-pandemia, no llegará siquiera al mediocre crecimiento con el que le entregaron el Gobierno. En cambio, la militarización y la violación de los derechos humanos siguen al alza y la impunidad galopante, afirmó Human Rights Watch en su informe anual. La corrupción es la más extendida entre los países con las economías más fuertes, concluyó Transparencia Internacional al dar a conocer su índice global, que reveló también una creciente preocupación por el uso faccioso y político-electoral de las fiscalías.
El mandato de las urnas de combatir la corrupción se evaporó, y las denuncias de corrupción de otros gobiernos palidecen frente a lo que se ve en su entorno. Una parte de su familia está metida en corruptelas y cochupos, abunda el nepotismo entre sus principales colaboradores, y proliferan los negocios colaterales para cercanos e incondicionales, o para el Ejército, sobre el cual descansa su fuerza política. Las denuncias en los medios no han tenido consecuencias, y López Obrador siempre defiende, justificando las irregularidades, que son acusaciones de quienes perdieron privilegios y quieren recuperarlos.
Aunque maniquea, su palabra hasta ahora, ha sido suficiente. Los datos son irrelevantes. Mucha gente, particularmente en el sur y sureste, lo ama. Recientemente le preguntaron a un taxista en Oaxaca qué había hecho López Obrador, y respondió que “nada, pero es buena gente”. ¿Y la corrupción? “La corrupción es buena y a todos ayuda”, contestó. Una persona no hace Primavera, pero su empatía total asoma el fenómeno que podría ser la razón por la que millones de mexicanos sistemáticamente mantengan su niveles de aprobación en una media de 64%, según el agregador de encuestas de Oraculus, superior al de todos los presidentes desde Ernesto Zedillo, en sus primeros 35 meses de Gobierno.
En todas las encuestas, los mexicanos reprueban la gestión de López Obrador en cada rubro, salvo el de la salud, pero esos lodos no manchan su plumaje. Eduardo Bohórquez, director de Transparencia Mexicana, filial de Transparencia Internacional, que tiene a México en el lugar 124 de percepción de corrupción, dijo que los datos reflejan que el discurso del Presidente ya no está siendo suficiente para ocultar la realidad. Visto desde un punto de vista de racionalidad pura, tiene razón.
Pero analizado con categorías distintas, que es a lo que obliga la personalidad y el carisma de López Obrador, donde lo subjetivo es mucho más poderoso que lo objetivo, y su voz más real que la realidad del entorno, lo que estamos experimentando, quizás, es mucho más complejo y peligroso de lo que nos imaginamos, por el encanto del Presidente aun en las cosas más inverosímiles. Diariamente se para en las mañaneras y cuenta mentiras flagrantes. Entre las más notables, que la imprenta se inventó en México hace 10 mil años, casi nueve mil 500 años antes que Johann Gutenberg utilizara tipos móviles, la base de su invención. También ha dicho que la civilización mexicana nació hace 10 mil años, lo que es imposible porque, según National Geographic, la edad de la Tierra es de cuatro mil 549 millones de años.
Denuesta todos los días a los neoliberales, una definición ideológica para identificar a los tecnócratas y su visión sobre el libre mercado, pero la forma como maneja la política fiscal hace palidecer a los secretarios más ortodoxos que hemos tenido en los últimos 35 años. Sin freno en sus falsedades, acusa a los neoliberales de haber inventado el feminismo y el ambientalismo, y de impulsar como agenda interesada los derechos humanos y de los animales. Mató a la esposa del presidente de Haití, que sí fue asesinado, y hasta ahora no la ha revivido.
Todos los días se desnuda en la mañanera y se le ven chipotes por todos lados, pero no importa. Se han dado gasolinazos más grandes del que hubo en enero de 2017, cuando militantes de MORENA organizaron operaciones simultáneas de vandalismo en tiendas Oxxo, y no pasa nada. La inflación se ha disparado como hacía mucho no se veían los precios de los alimentos, y tampoco se altera la sociedad. El apoyo que tiene es estable y el cariño que le tienen, más. Es tanta su penetración en amplios segmentos de la sociedad, que habría que preguntarse si la transformación que plantea, que tiene que ver mucho con aspectos culturales, ha tenido un éxito que ni siquiera él alcanza a ver.
Lo que nos dicen las reacciones sociales a su realidad mañanera, es que hay un importante sector de la población que lo está acompañando en la transformación de una democracia inacabada y llena de imperfecciones que se fue construyendo en un cuarto de siglo, a una nación pauperizada que se identifica con un caudillo, autoritario en la mano pero suave en la palabra, cálido con las mayorías y enérgico con las élites, cuya seducción oculta que el futuro que ofrece es de presidentes sometidos o dependientes del Ejército, con un mensaje para quien lo suceda: si es eficiente en la compra de conciencias, le perdonarán la corrupción y la ineficiencia. Se entiende la impotencia de muchos que observan la impunidad con la que navega el Presidente en el mar mexicano.
Faltan menos de tres años para la sucesión y convendría reflexionar lo que vendrá después, porque todo el fenómeno sociocultural que hemos visto en el sexenio, nace y morirá con López Obrador. ¿Y luego? Llegaremos a 2024 con instituciones demolidas, con un andamiaje democrático cayéndose a pedazos, una economía precaria y con contrapesos debilitados o anulados. Lo único fuerte, rico y poderoso serán los militares, pilar de cualquier legitimidad futura al ser poder tras el poder.
¿Es posible revertir esta regresión democrática? Por la fuerza retórica del Presidente, parece casi imposible de lograrlo. Su colonización de las mentes es un hecho.