La conversación telefónica entre los presidentes Andrés Manuel López Obrador y Joe Biden fue caracterizada por los dos países, como siempre, como “cordial” y “constructiva”. No se esperaba menos, porque este tipo de pláticas no son de confrontación, aunque las relaciones entre los dos países, como hoy, estén en un mal momento donde la balanza, por la relación asimétrica, esté del lado de Estados Unidos. Biden ha sido muy prudente con López Obrador lo que ha sido censurado en Washington y sorprendido a los críticos del mexicano en casa. La razón de ello parece ser el final de la política excepcional del ex-presidente Donald Trump de procesar las peticiones de asilo en territorio mexicano -conocida como Título 42-, que coincide con el incremento extraordinario de la migración mexicana a Estados Unidos, que produjo 221 mil detenciones en el último mes.
Biden necesita que López Obrador frene la migración, que le cuesta enormemente en términos político-electorales, y López Obrador parece creer que tiene a Biden en sus manos, y que puede hacer lo que quiera. En el corto plazo se está saliendo con la suya, pero está sembrando el camino de heridos y agravios. La síntesis de ello es el embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar, quien ha sido envuelto -y él lo ha permitido- en la retórica nacionalista sobre la reforma eléctrica, que llevó a que en diciembre un grupo de empresarios pidió al secretario de Estado, Antony Blinken, que lo removiera porque no estaba defendiendo los intereses de su país, afectando al sector privado.
Blinken aguantó la presión, y aunque Salazar ha ido modificando su actuar, ha perdido la confianza en varios sectores estadounidenses. Biden no cambió a Salazar quizás por las mismas razones que frenó a la representante comercial de la Casa Blanca, Katherine Tai, cuando ante las violaciones al acuerdo comercial de América del Norte que denunció por la ley eléctrica -y la negativa de López Obrador a hablar del tema con John Kerry, responsable del cambio climático-, iba a imponer aranceles a varios productos. Biden, de acuerdo con personas que conocen al detalle lo que sucedió en Washington, le dijo que todo lo relacionado con México, tenía que ser coordinado y supervisado por Blinken.
Públicamente las cosas se transmiten diferente para minimizar daños. Por ejemplo, la vocera de la Casa Blanca, Jen Psaki, al responder el viernes pasado en el briefing sobre si Biden había amenazado a López Obrador con elevar aranceles para que reforzara los controles migratorios, dijo que “no era la forma como enfocaban” las cosas, y que el presidente estadounidense no había amenazado al mexicano “de ninguna forma”.
Usar la palabra “amenaza” para describir lo que no hizo Biden fue un recordatorio de lo que sí hizo Trump en 2019 al amenazar con la imposición de aranceles si no frenaba López Obrador la inmigración centroamericana, y que entre su amenaza y la negociación, bastaron menos de siete días para que el gobierno mexicano cediera en todo lo que deseaba. Aquel momento fue recordado por Trump hace dos sábados en un mitin político, que sacudió a Palacio Nacional. La respuesta de López Obrador minimizando los dichos de Trump fueron parte de una estrategia planteada por el canciller Marcelo Ebrard para salir inmediatamente del problema, pero el presidente le pidió una información detallada sobre qué temas que comprometieran al presidente y a su gobierno, podrían comenzar a salir a la opinión pública.
Ebrard ofreció entregarle el informe antes de partir a Washington, en un viaje repentino como consecuencia de la conversación telefónica del viernes entre Biden y López Obrador. En aquel momento, López Obrador cedió a las presiones de Trump y accedió a enviar miles de soldados a la frontera con Guatemala para frenar la migración hacia Estados Unidos y Ebrard, según reveló la ex-embajadora en Washington, Marta Bárcena, fue quien negoció -aparentemente a espaldas del presidente mexicano-, el programa “Quédate en México”, que daba sustento al Título 42. Qué otras concesiones hizo López Obrador a Trump en esos tiempos, se desconocen, pero preocupan tanto al presidente mexicano, que quizás ayudan a entender porque la miel que arroja sobre el polémico ex-jefe de la Casa Blanca cada vez que habla de él.
Las declaraciones públicas requieren de contexto para entender lo que significan. Por ejemplo, aunque el énfasis de la plática fue migración, tocaron un tema que molesta en Washington, que López Obrador no haya sancionado comercialmente a Rusia por la invasión a Ucrania, aunque es epidérmico, porque en términos estratégicos, su gobierno aceptó la asistencia técnica de Estados Unidos para incrementar su capacidad de seguridad en el ciberespacio, cuyo objetivo es que los hackers rusos no interrumpan las cadenas de abastecimiento norteamericanas.
Igualmente, como informó la Casa Blanca en la declaración sobre la plática, “reafirmaron su visión… de tener la región más competitiva y dinámica del mundo”, y sobre “sus objetivos compartidos” en economía, cambio climático y energía, lo que es una contradicción con los dichos y posiciones de López Obrador. En la práctica López Obrador se encuentra en las antípodas de Biden, pero eso tiene sin cuidado al presidente de Estados Unidos.
Lo revela la declaración al precisar que su conversación fue en línea con el Diálogo Económico de Alto Nivel, que apenas unos días antes en la Ciudad de México ratificó el marco de referencia de la relación bilateral suscrito en septiembre del año pasado, que mantiene vigente que por encima de todo están las necesidades estratégicas de Estados Unidos, que incluye acotamientos geopolíticos a Rusia y China.
Está claro que López Obrador tiene dos frentes abiertos. Uno es con Trump, por la alarma que causaron sus amenazadoras palabras en Palacio Nacional, y el otro es con Biden, aunque el presidente piense que puede chantajear sin consecuencias. La prudencia de Biden no significa aceptación a sus posturas. Lo estamos viendo. Lo deja que diga lo que quiera, pero en lo fundamental, sigue apretando a López Obrador.