La mujer al sentir los dolores del inminente parto se dirige a la letrina y ahí deja nacer al bebé. Quiere ocultar esa existencia y lo arroja al fondo de la fosa séptica. Cubierta por la oscuridad de la madrugada huye y no se sabe nada de ella.
Todavía con la luna en el horizonte y una estrella apenas brillando en el cielo, una mujer de avanzada edad va rumbo al templo, camina presurosa por las campanadas que llaman a misa. Alcanza a escuchar el llanto de la criatura, se detiene en seco, mira alrededor, busca a la orilla del camino, entre los matorrales, atrás de las piedras, pero no encuentra nada.
El llanto sigue. Se guía por los débiles gritos y da con la letrina, abre la puerta y no ve nada en ese reducido espacio. Los gritos tienen algo de eco. Se asoma al fondo del sucio y apestoso agujero, y ahí, en medio de orines y excremento, está boca arriba flotando el recién nacido.
Sale corriendo rumbo al templo. Un par de perros la siguen con sus ladridos. Tres calles antes de llegar a la torre de la ruidosa campana, se topa con un matrimonio a los que les comunica la presencia del bebé en el fondo de la letrina. El hombre corre hacia el lugar donde está la criatura y las mujeres buscan más personas que les ayuden a salvar esa vida.
La misa se suspende.
En cuestión de minutos, decenas de hombres están desarmando la letrina para sacar al bebé. El sacerdote y las mujeres rezan. A lo lejos se escuchan las sirenas de una ambulancia y los bomberos.
Cuando los socorristas llegan, confiesan que no daban con ese pequeño pueblo ni con ese camino pegado al monte saturado de perros callejeros.
Casi una hora después de que la señora lo escuchó llorar, el bebé sale de la letrina, es una niña. Limpian su cuerpo y la cobijan.
Hay vida, hay alegría, pero también un sentimiento de rabia, ¿quién se atrevió a lanzar a un recién nacido al fondo de esa fosa séptica?
Las mujeres comienzan a realizar un recuento de aquellas del pueblo que están en edad fértil y podrían haber estado embarazadas. Van descartando a las hijas de una y a las nietas de otras, pasan por las sobrinas y hermanas de una familia y de otra. Le dan una, dos, hasta tres vueltas a las mujeres fértiles de esa tierra y no hay sospecha sobre ninguna.
El sacerdote las invita a regresar al templo a reponer la misa, a rezar por esa desconocida mujer y por ese bebé.
La pequeña es llevada a un hospital y su salud se reporta estable. Las autoridades investigan a las mujeres del pueblo y de comunidades cercanas, pero no dan con aquella que lanzó a la letrina al bebé.
Los médicos coinciden en que la profundidad de la letrina y la temperatura de los desechos, además de que cayó boca arriba, salvaron a la pequeña de lo que hubiera sido una muerte escatológica.
Apenas se sabe del caso de la niña lanzada y rescatada de la letrina, hay decenas de familias que desean adoptarla.
El bebé vino al mundo de madrugada, fue tratada como un desecho, la mujer la condenó a muerte, el excremento la arropó, ella lloró, una señora que iba a misa la escuchó y fue rescatada.
Cuando la noche pintaba más oscura para ella, el calor de los desechos la mantuvo con vida y gente que no la vio, ni la escuchó gritar, se unió para darle una oportunidad.
Familias que no la conocen la quieren con ellos. Sus primeros segundos en este planeta fueron de oscuridad, de rechazo, de muerte, literalmente llegó a un mundo de mierda.
Hay personas que se encargaron de mostrarle que la vida da varias oportunidades. Quizá nunca sepa cómo llegó a este mundo, pero ella fue la oportunidad para una pareja a la que la cigüeña les había negado un bebé.