«Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me voy al otro cuarto a leer un libro.»
Groucho Marx
Las clases se van a reanudar el próximo 24 de agosto. Es una buena noticia, no debemos detener la educación. Al mismo tiempo, sin embargo, el secretario Esteban Moctezuma ha anunciado que no regresaremos a clases presenciales hasta que los semáforos estén en verde. Las clases se reiniciarán a distancia. Entiendo la decisión. Los contagios y muertes por Covid siguen aumentando.
En lo personal soy un creyente de la instrucción remota. En 1976 y 1977 colaboré con el maestro Henrique González Casanova en la Coordinación Nacional de Educación Abierta, con Porfirio Muñoz Ledo como secretario de Educación. La institución buscaba aplicar en México las técnicas de la Open University del Reino Unido fundada en 1969. Yo tenía la experiencia de haber presentado exámenes como alumno externo de la Universidad de Londres. Las posibilidades de la educación a distancia me siguen pareciendo amplias para el nivel superior, pero no para la educación básica y menos la preescolar.
Si la educación tradicional es desigual, la que se imparte a distancia lo es mucho más. Requiere acceso a una computadora o a un teléfono inteligente, y a una conexión de Internet. Cuando una familia sólo tiene un celular para cinco hijos, o carece de WiFi, por lo que debe usar costosos datos para conectarse, las posibilidades de un aprendizaje razonable por Internet son nulas. No hablemos ya de quienes carecen de electricidad. Si los padres no pueden apoyar el trabajo de los niños porque no tienen tiempo o conocimiento, la educación a distancia también se vuelve imposible. El trabajo remoto nos demuestra la importancia de un buen maestro en el aula.
Por eso la decisión de cerrar escuelas ha sido tan difícil en el mundo. Ni Singapur, ni Australia, ni Suecia, ni Taiwán cerraron primarias en la pandemia (Bloomberg, 27.3.20), aunque Suecia suspendió clases en las universidades. Dinamarca, Austria, Noruega y Finlandia reabrieron sus colegios muy pronto. Los ministerios de salud de estos países afirmaron que las primarias no eran centros de contagio significativos, mientras que mantenerlas cerradas generaba un daño importante a los niños. Dinamarca fue el primer país desarrollado en reabrir escuelas el 15 de abril. La doctora Tyra Grove Krause, del Instituto de Control de Enfermedades danés, declaró: «Nuestra interpretación es que los niños no son tan importantes en la difusión de la enfermedad» (WSJ, 31.5.20).
En México la decisión ha sido distinta, quizá porque la pandemia, lejos de haber sido contenida, crece todavía a un ritmo preocupante. El secretario Moctezuma, responsable de la decisión, busca proteger las vidas y la salud no sólo de los niños, sino de sus padres y abuelos en casa. Las familias en México son mucho más amplias y multigeneracionales que las de Dinamarca. Aun así, debemos estar conscientes del impacto que tendrá la decisión en la educación.
Los niños ya perdieron una parte importante del ciclo lectivo 2019-2020. Perderán también cuando menos el inicio del nuevo. Lo peor es que tampoco sabemos cuándo podrán regresar a las aulas. Muchos epidemiólogos piensan que la pandemia durará años. Para los niños con computadora propia y acceso rápido a internet la pérdida será importante, pero no definitiva. Para quienes no tienen Internet ni computadora, o siquiera electricidad, su educación se verá dramáticamente interrumpida. La desigualdad aumentará.
Televisoras
Varias cadenas privadas de televisión están aportando canales para la educación a distancia. Es un esfuerzo costoso y loable. No estoy tan seguro, sin embargo, de que la instrucción por televisión, sin apoyo de un maestro o padre capacitado, sea muy eficiente para niños menores de 12 años. Ojalá me equivoque. Twitter: @SergioSarmiento