Tiene razón AMLO cuando pide a los que le censuran, desde los medios, su gestión, personalísima como hace mucho no se veía en este país, que excluyan a su esposa, la doctora Clara Gutiérrez Müller, de sus puyas, pues en cuanto a hombre público, sus decisiones, sus posibles yerros y lo que tenga de censurable su proceder como mandatario es un asunto que no se hace extensivo a la familia, sobre todo tras la decisión de todos conocida de que la señora rechazó el título, por lo demás honorario, de ‘primera dama’.
Está claro que cualquier persona que salta a la arena de lo público expone al escrutinio general todas sus actividades, sus manías, sus filias, sus virtudes y sus defectos, pues asuntos tan personales como la salud, las creencias y hasta los presuntos vicios, como vimos no hace mucho, se colocan en el área de lo que es de dominio colectivo, aunque la línea es clara y se limita al individuo en cuestión.
Esta delimitación entre lo íntimo y lo público ha sido difícil de acuerdo al carácter de miembros del equipo presidencial que tuvieron las primeras damas, desde que la señora Esther Zuno presidió el desaparecido IMPI y se destacó por sus habituales posiciones, una situación que se extendió en su día con la señora Carmen Romano de López Portillo, aunque el activismo en ese sexenio corrió más bien a cargo de la hermana del mandatario, Margarita López Portillo, quien se desempeñó como directora de RTC y luego del Canal 13, así como el de su hijo José Ramón, asesor del presidente y artífice de aquella nacionalización bancaria.
Mucho más discretas fueron las señoras Paloma Cordero de De la Madrid y Cecilia Occelli de Salinas, aunque la palma de la discreción se la llevo la señora Nilda Patricia Velasco de Zedillo, siempre al lado del presidente Zedillo, pero absolutamente renuente a dar cualquier opinión sobre la política que le incomodaba, todo lo contrario de lo que pasó en el sexenio de Vicente Fox, que tras la boda con la que fue su vocera incorporó al staff presidencial a Marta Sahagún y con ella hasta sus hijos, los tristemente célebres hermanos Bribiesca.
Activa en política, la señora Margarita Zavala supo, sin embargo distinguir su activismo, que la llevó incluso a aspirar a la presidencia, de su papel de esposa de Felipe Calderón, por no hablar de la presencia en Los Pinos de la que fue la última de las primeras damas mexicanas, la actriz Angélica Rivera, ya ex-esposa de Enrique Peña Nieto, una mujer que siempre estuvo en el ojo del huracán, que protagonizó sonados escándalos que lastimaron la figura del ex-mandatario, y que fue víctima de una campaña inquisitiva en la que participaron, por cierto, los que hoy demandan respeto para la señora Gutiérrez Müller.
Dejando en claro que la demanda de AMLO de dejar fuera a su familia, con todo el peso de la razón que tiene, plantea sin embargo el asunto de qué pasa cuando la historiadora y No primera dama, interviene en asuntos públicos, como aquella exigencia al Gobierno español de una disculpa por la Conquista, o interviene en debates como el que se suscitó en Twitter por lo de los tratamientos de los niños con cáncer, pues cualquiera de nosotros sabe a lo que se expone si se mete a opinador político en las redes sociales, pues entrar allí es renunciar voluntariamente a cualquier privilegio de privacidad.
El resto es entender que toda esta polémica sucede en un país polarizado y dividido en dos, en el que la señora no ha sido omisa en opinar y atacar a los que no opinan como su esposo, de tal manera que los ataques por sus opiniones son la correspondiente cosecha para lo que la gente de AMLO, ella incluida, han sembrado.