Algunos eran necesarios. Otros, aunque naturales, no dejaron de sorprender. Tampoco asombró, dada su personalidad y obsesión, que pese a la incompetencia que ha mostrado como gobernante y administrador, el presidente Andrés Manuel López Obrador insistiera en la misma línea al realizar ajustes a su Gobierno, donde la eficiencia no es lo importante, sino la lealtad. Para ello, se valió de aquello a lo que nos tiene bastante acostumbrados: las chapucerías. López Obrador nombró a cinco personas en cargos importantes porque representan “la honestidad” que señala como la marca su Gobierno, embarcado en “erradicar la corrupción”. La honorabilidad de las mujeres designadas este lunes es impecable. Lo que está manchado con lodo es el argumento presidencial. Pero vayamos por partes.
Todos los nombramientos, salvo el de la capitana de altura, Ana Laura López Bautista, que al ser nombrada coordinadora general de Puertos y Marinas, confirmó el Presidente que esa área que siempre fue civil pasa a control militar, tienen como común denominador que forman parte de su círculo cercano, lo que le garantiza lealtad. Graciela Márquez, a quien destituyó como secretaria de Economía, es esposa de Gerardo Esquivel, al que nombró subgobernador del Banco de México después de haber sido quien construyó la idea que había 500 mil millones de pesos en el presupuesto que provenían de la corrupción, el alegato que ha sido un eficiente caballo de batalla del Presidente.
No dejó en el limbo a Márquez, y la propuso como miembro de la Junta de Gobierno del INEGI. Como su relevo en Economía designó a Tatiana Clouthier, que le fue de gran utilidad como vocera y enlace con grupos de la sociedad civil durante la campaña presidencial. A Clouthier, a quien había llevado al equipo lopezobradorista el defenestrado Alfonso Romo, le ofrecieron originalmente una subsecretaría de Gobernación, que rechazó al optar por una diputación. Desde ahí buscó la candidatura de Morena para la gubernatura de Nuevo León, pero el Presidente le dijo que no sería posible porque jugarían con la ex-priísta Clara Luz Flores, que tiene —esto no se lo dijo— más posibilidades de ganar. La señora volvió a absorber el golpe y con un puesto en el Gabinete pagaron su subordinación.
Para la silla en la Junta de Gobierno del Banco de México que dejará libre Javier Guzmán el 31 de diciembre, designó a Galia Borja Gómez, la tesorera de la Federación, sobrina de Pablo Gómez, parlamentario con larga experiencia y uno de los líderes históricos de la verdadera izquierda mexicana. El cargo que dejará será asumido por Elvira Concheiro, hermana de Luciano Concheiro, amigo personal de López Obrador y subsecretario de Educación Superior, que fue esposa hasta hace varios años del diputado Gómez.
No se conocen las capacidades profesionales de la capitana de altura López Bautista, donde no basta el conocimiento técnico que por su perfil tiene, sino habilidades administrativas. Lo que sí se sabe es que Clouthier, que estudió administración pública y es empresaria, no sabe nada de lo que implica la Secretaría de Economía. Borja Gómez es matemática y estudió una maestría en Economía y Política Pública, lo que tampoco significa que entienda de política monetaria y regulación financiera. Su sustituta, Concheiro, es socióloga de toda la vida, lo que no tiene que ver con el flujo en efectivo que implica la Tesorería. Su calificación para las nuevas tareas asignadas, no es lo importante, sino fortalecer el núcleo de poder de López Obrador, incluso más allá de su período sexenal.
Buscar capacidades y talentos para realizar mejor el ejercicio de Gobierno, ha sido innecesario y secundario con López Obrador, quien siempre ha dicho que prefiere una larga curva de aprendizaje a “la curva del bandidaje”. Y he aquí la contradicción. El tema de la honestidad es precisamente de lo que adolece, no en los nombramientos hechos, hay que subrayarlo, sino en su propio comportamiento, y de forma creciente.
Ayer mismo, después de haber ensalzado ese valor como rector de su Gobierno, se comportó cínicamente al explicar por qué su prima Felipa había obtenido contratos multimillonarios en Pemex. “Le metieron un gol a Pemex”, dijo el Presidente, trivializando la entrega de contratos a su familiar. De esa forma, con una frase, eliminó cualquier inmoralidad por el conflicto de interés que representaba un contrato de 350 millones de pesos. Por mucho menos dilapidó a adversarios cuando era líder social. Ahora justifica. Su prima tenía contratos con Pemex desde años anteriores, reveló, ocultando sus acusaciones pasadas que un Presidente nunca estaba ajeno al conocimiento de actos de corrupción. Es irónica y grotesca la discrecionalidad con la que actúa.
López Obrador remacha todos los días que ahora son diferentes, y tiene mucha razón. Pero no es porque antes fueran más deshonestos, sino porque hoy existen menos vergüenza y costos políticos para chapalear en el pantano de la corrupción, como lo muestran los casos paradigmáticos de sus familiares Pío, su hermano, y Felipa. Pío recibió dinero de procedencia ilícita para campañas electorales, pero navegó sin cuestionamiento institucional sobre la ola de impunidad que permite el Presidente. Un incondicional suyo en la Fiscalía Especializada para Delitos Electorales, determinó que lo obvio no era obvio, por lo que Pío no había cometido ningún delito. La Unidad de Inteligencia Financiera, que se ocupa ampliamente de los adversarios del Presidente, lo exoneró de delitos de delincuencia organizada pese a las inconsistencias sobre el origen de sus recursos.
Impunidad para los suyos, castigos y abusos del poder para el resto. Pero la deshonestidad, como hecho y percepción, sigue creciendo en el país. Apenas este lunes el INEGI reportó que la prevalencia de corrupción aumentó entre 2013 y 2019, de 13 víctimas de corrupción por cada 100 habitantes, a 16. López Obrador sigue soslayando lo que sucede, apoyado en su poderoso discurso. La farsa continúa, pero no será para siempre.